El colectivo Agencia de Borde desarrolló entre 2017 y 2023 una investigación artística en torno a los monocultivos de eucaliptus, los cuales dominan el territorio en la zona centro-sur de Chile. El trabajo indaga en las distintas maneras de relacionarse con una especie que se encuentra en el cruce de naturaleza y tecnología, proponiendo volver a “ver” al eucalipto, más que como la causa del deterioro en el paisaje y el territorio, como una especie sometida a las operaciones del capital y el extractivismo.1
Los primeros recuerdos que tenemos de estar bajo un eucalipto nos trasladan a nuestra niñez cerca del mar. La bruma costera, mezclada con las hojas de eucaliptus y el sonido del crujir de esas hojas bajo nuestros pies, entregaban una sensación que penetraba desde el olfato, algo fresco que abría nuestros sentidos. En invierno, las semillas de estos árboles se colocaban sobre las estufas, que al evaporar sus olores inundaban el ambiente con una profundidad resinosa, un olor que aliviaba el ambiente saturado por el humo de la madera o la parafina.
Este recuerdo contrasta con la realidad actual del eucalipto en gran parte del territorio del centro-sur de Chile. Una muestra de ello fue el verano del 2017, cuando gran parte de las regiones O’Higgins, Maule y Biobío quedaron envueltas en llamas. Las imágenes de grandes extensiones de territorio devastado por el fuego se convirtieron en una cotidianidad distópica que duró varias semanas. Ese año fue el primero de los llamados mega-incendios que afectaron más de 570 mil hectáreas, pero no sería el último. Luego, en el verano del 2023, el segundo mega-incendio más destructivo en la historia de Chile (el primero fue el del 2017), devastó nuevamente casi 500 mil hectáreas entre las regiones de O’Higgins y Araucanía. En la última década, en Chile se han incendiado más de 1.7 millones de hectáreas, una superficie equivalente a más del doble de la Comunidad de Madrid, triplicando la superficie de la década anterior.
La crisis climática se acelera por la mayor emisión de CO2 emitidas por este tipo de incendios (las emisiones anuales de Chile se duplican con estos mega-incendios) y al mismo tiempo provoca las condiciones para la intensificación de los incendios: altas temperaturas, baja humedad, sequedad y fuertes vientos. Esto es lo que un artículo publicado en Nature denomina un “Clima Extremo de Fuego” (Extreme Fire Weather) el cual hace aumentar el riesgo de incendios forestales e incrementan la posibilidad de que los incendios, una vez encendidos, se intensifiquen rápidamente y se propaguen con mayor rapidez. Si bien estos efectos climáticos son reales, no es menos importante dirigir la atención a los factores que se vinculan con las decisiones de planificación del territorio. Según indica el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 las extensas plantaciones de monocultivos son una manera de favorecer la propagación del fuego, dado que se componen de un tipo de combustible denso e inflamable que se distribuye de forma continua a lo largo del paisaje. En este sentido, un 50% de la superficie quemada como consecuencia de megaincendios entre 1985 y 2018, estaba cubierta por plantaciones de Pinus radiata y Eucalyptus.
Las grandes extensiones de plantaciones de eucaliptos, exponen de manera clara la relación de poder que hemos establecido con la naturaleza. Como señala Macarena Gomez-Barris, este control sobre el paisaje es una herramienta de colonización visual y simbólica. No solo es una ocupación física del territorio, sino también una transformación de su significado. El monocultivo de eucaliptos no solo elimina el bosque, sino que también borra la relación ancestral de los pueblos indígenas con la tierra, imponiendo una visión capitalista que prioriza la explotación sobre el cuidado y la reciprocidad.
Este árbol, originario de Australia, llegó a Chile alrededor de 1860 como parte de un proyecto de reforestación en Lota, para abastecer de madera a las carboneras. Sin embargo, su uso no se quedó ahí. Con el tiempo, e impulsados por una serie de políticas estatales promovidas durante la dictadura de Augusto Pinochet, los monocultivos forestales comenzaron a dominar los territorios al sur de Santiago. Tendencia que se intensificó durante los gobiernos democráticos posteriores, favoreciendo al eucalipto como especie predominante. Actualmente, la plantación forestal constituye un paisaje que se repite a lo largo del territorio. En este, los árboles son dispuestos de una manera geométrica para maximizar la eficiencia del espacio, y promoviendo que crezcan rápidamente hacia arriba, compitiendo por el sol, por la luz.
Al observar al eucalipto en el contexto de las grandes plantaciones, su historia y significado cambian. Deja de ser un ser vivo natural para convertirse en un símbolo del impacto del capital y la industria sobre la naturaleza. En estas plantaciones, el eucalipto pasa a ser un artefacto cultural, moldeado y explotado por las prácticas industriales que acortan su ciclo vital y limitan su relación con el entorno. La historia de esta especie vegetal es única, ya que grafica las tensiones que establecemos entre naturaleza y cultura. Es un árbol, ser vivo, natural y autónomo, y al mismo tiempo, es un producto de la tecnificación industrial, un artefacto cultural.
¿Podemos imaginar otras formas de relacionarnos con los eucaliptos?
Durante el trabajo que realizamos en territorios desde la Región de Valparaíso a la región de Los Ríos (Valdivia), nos propusimos generar afectos con el propio árbol de eucaliptus. Fuimos encontrando maneras de recuperar los vínculos que han existido entre humano y eucaliptus en distintas etapas de la historia de Chile. Una obra que da cuenta de este trabajo es Eucaliptus: Resonancias (2022). Esta obra buscaba generar un espacio de contacto, una “resonancia” entre cada visitante y los cuerpos (troncos) de eucaliptos exhibidos. La instalación consistía en 12 troncos de eucaliptos colgantes, los cuales servían como columpios para balancearse abrazada a los árboles. Colgaban formando una hilera que sugería la disposición geométrica de una plantación de monocultivos, aquella que maximiza la eficiencia del espacio. Cada tronco servía como columpio, invitando a los visitantes a interactuar físicamente con el árbol de una manera inesperada.
Para subirse, era necesario abrazar el tronco, presionar el cuerpo y el rostro contra su corteza, sentir su textura y aroma, y quedar suspendido en un movimiento sincronizado con el árbol. Este gesto, aunque presentado como un juego o una ficción, provocaba un momento de conexión profundamente real. En ese acto de balanceo, se generaba una resonancia sensible entre el eucalipto y la persona, una intimidad corporal que movilizaba emociones, sensaciones y reflexiones sobre nuestra relación con estos agentes más que humanos. Además, cuando varias personas se subían simultáneamente a distintos troncos, comenzaban espontáneamente a pasar de un tronco a otro, formando un puente en el aire. Así, el rítmico balanceo de los troncos transformaba el ambiente de la sala, interrumpiendo por un momento el tránsito rutinario de los visitantes del Centro de Extensión del Ministerio de las Culturas, Artes y Patrimonio, donde se emplazaba la obra (CENTEX, Valparaíso)
La experiencia nos mostró cómo el contacto directo con los troncos despertaba una afectación tangible en los cuerpos y pensamientos de quienes participaban. Este diálogo, entre persona y árbol, abría preguntas sobre las formas en que habitamos y nos relacionamos con el paisaje, especialmente, con especies no nativas. Dejando a la vista la contradicción entre la experiencia de contacto corporal con los eucaliptos, y los paradigmas de eficiencia y productividad que moldean nuestras interacciones con el entorno natural. Eucaliptus: Resonancias propuso un espacio para explorar estas tensiones y, al mismo tiempo, experimentar una forma distinta de conocimiento, una que pasaba por el cuerpo y el sentir antes que por el análisis racional. En esta obra el árbol se hizo visible, en sus múltiples dimensiones: histórica, afectivas, políticas, sociales y biológicas. Permitiendo por un instante traspasar la mirada de la plantación forestal para poder ver al eucalipto.