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El Traje Nuevo del Emperador

El paisaje ha sido una constante en la fundamentación de obras canónicas de la arquitectura chilena. A menudo, se convierte en una justificación elevada que desvincula virtuosamente la obra de los intereses inmobiliarios, sacrificando decisiones de diseño que maximicen los retornos sobre la inversión en favor de momentos poéticos, donde la vocación hacia el entorno natural es absoluta. Esta vocación posicionó a la arquitectura chilena como excepcional. En marzo de 2019, una célebre obra de la arquitecta Cecilia Puga apareció en la portada de la influyente revista The New York Times Style Magazine —On The Edge leía la portada en letras fucsia sobre una imagen de Casa Bahía Azul. En su interior, Michel Snyder escribía: “En Chile, los hogares son tan extremos como el propio paisaje”, afirmando que “la dramática topografía y el clima del país han dado lugar a interpretaciones únicas y espectaculares de la arquitectura modernista”. Años después, en un bar en la base del edificio Copan en São Paulo, frente a una serie de preguntas sobre su visita a Chile, Michel Snyder había de recordar aquel artículo y declaró que su opinión había cambiado.

Portada de la revista The New York Times Style Magazine, del 24 de marzo de 2019, con la vivienda Casa Bahía Azul de Cecilia Puga.

El paisaje no solo anima decisiones de proyecto, sino también fervores nacionalistas, como se evidencia en los versos del himno patrio. Estudiantes de primaria y secundaria aprenden una versión resumida del himno que enfatiza el paisaje con los siguientes versos: “Puro Chile es tu cielo azulado, puras brisas te cruzan también, y tu campo de flores bordado, es la copia feliz del Edén. Majestuosa es la blanca montaña, que te dio por baluarte el Señor, y ese mar que tranquilo te baña, te promete futuro esplendor.” La devoción hacia la geografía del territorio nacional se traduce en una economía históricamente basada, desde la colonia hasta la actual democracia neoliberal, en la extracción de recursos naturales, sin importar el color político de los gobiernos. Es esta devoción voraz, este apetito desmedido por el paisaje visto como recurso, lo que deja en jaque los futuros esplendores.

No es de extrañar entonces que, a la luz de estas matrices económicas históricas y fervores nacionalistas, el paisaje sea utilizado como un cuerpo mudo para fundamentar obras de arquitectura. Estas obras, emplazadas en acantilados mirando hacia el océano Pacífico, cerca de lagos en “un contexto nuevo, un nuevo suelo”, o recluidas en cajones montañosos de difícil acceso en Los Andes, parecen vivir en una realidad paralela. En esta, el heroísmo de su emplazamiento, la poética de la obra y el capital social del render arquitectónico por el cual son inicialmente conocidas, resuenan de manera disonante con la realidad de los lugares en que se construyen. Estas realidades paralelas parecieran no cruzarse jamás. Sin embargo, la distancia entre estas residencias espectaculares y las modestas viviendas de pueblos cercanos es recorrida diariamente por los cuerpos de quienes realizan labores domésticas, de jardinería o de mantención, para quienes el paisaje no es un cuerpo mudo objeto de admiración estética, sino un territorio sujeto a reclamos de justicia ambiental.

Uno de los proyectos citados por Snyder en su artículo es una obra del premio Pritzker Alejandro Aravena. La obra, compuesta por dos monolíticos cuerpos opacos, se ubica dentro del proyecto inmobiliario Ochoalcubo, que corresponde a: “800 hectáreas de tierra casi virgen frente al mar, un lugar mágico con acantilados dramáticos, bahías, dunas y formaciones rocosas, donde se desarrolla Ochoquebradas”. Este proyecto inmobiliario es parte del portafolio de Chile Sotheby’s International Realty, el área de bienes raíces de la gigante de subastas Sotheby’s. En su catálogo online se encuentra la residencia diseñada por Ryue Nishizawa para Ochoalcubo, la cual se puede visitar a través de una galería de fotografías que retratan espacios poéticamente vacíos, enmarcando vistas hacia el océano Pacífico. Ese mar que tranquilamente baña la costa frente al proyecto es el mismo que los habitantes de Los Vilos, una ciudad cuatro kilómetros al norte, comparten junto a las áreas operacionales de Los Pelambres (MLP), una mina de cobre que embarca concentrado de cobre y opera una planta desalinizadora desde la playa, otrora balneario de la ciudad.

Los Vilos, junto con otras ciudades del Valle del Choapa, ha debido lidiar desde inicios de los 2000 con MLP como vecino. Tener una mina de cobre como vecino significa vivir aguas abajo de tranques de relave que aumentan la prevalencia de enfermedades respiratorias producto del material particulado, o que pueden enterrar a pueblos completos en caso de colapso. En la costa, convivir con la mina implica la presencia de una población flotante de subcontratistas que eleva el valor de los arriendos, expulsando a los locales a tomas de terreno donde construyen viviendas informales.

Alto Los Vilos. Fotografía de Linda Schilling.

Alto Los Vilos es una toma de terrenos cercana a un área operacional de la mina, constituida por 400 familias que exigen al Estado chileno una solución habitacional. Alto Los Vilos y Ochoalcubo son vecinos que miran hacia el mismo mar, pero habitan extremos opuestos de un mismo espectro. Para los habitantes de Alto Los Vilos, las casas espectaculares de Ochoalcubo, a las cuales acuden para realizar algún tipo de mantención, constituyen una realidad paralela tan desmedida que ni siquiera son un deseo aspiracional, están demasiado fuera de su alcance, como el turismo espacial para nuestra generación. A pesar de esto, ambas realidades están entrelazadas por historias de acumulación de capital y extracción en manos de unos, y desposesión y expulsión en las de otros. Alto Los Vilos y Ochoalcubo representan también los extremos de un espectro en la disciplina arquitectónica chilena, que tiende a desvincularse de una realidad para cortejar a la otra.

Obras de arquitectos que fundamentan sus decisiones de diseño en el paisaje comienzan a no resistir las críticas de nuevas generaciones, que señalan la complicidad de la disciplina en las abismales asimetrías de acceso a la vivienda, la justicia ambiental y el derecho a un habitar digno. Si la fundamentación de obras arquitectónicas basadas en el paisaje es como el traje del emperador, al revelarse desconectadas de la realidad socioambiental de los entornos en los cuales se proyectan, solo queda preguntarse: ¿Cuáles son los nuevos discursos que validan a la disciplina? Nuevas perspectivas nos llevan a revisar aquello que colectivamente mantuvimos en alta estima y darnos cuenta de que el rey va desnudo.

Por:
Linda Schilling es arquitecta, diseñadora urbana y educadora entre Santiago y Londres. Sus intereses de investigación se centran en la espacialidad de actividades extractivas y sus ecologías. Es estudiante doctoral en el entre for Research Architecture (CRA) de Goldsmiths, con la investigación. Landscape Ledgers: A New Reading of Environmental Conflicts through Environmental Impact Assessment Records for Extraction Infrastructure in Chile 1993-2022 . Además, es graduate teacher trainee para la cohorte 2024-2025 del MA en Research Architecture en CRA y profesora asistente adjunta en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Andrés Bello. Sus escritos han sido publicados en el Journal of Architecture Education 78:2 Worlding. Energy. Transitions (Taylor & Francis, 2024); DELUS. The Journal of the Institute of Landscape and Urban Studies (Hatje Cantz, 2024); y en Architecture: From Public to Commons (Routledge, 2023), editado por Marcelo López-Dinardi. Ha sido editora invitada de la revista académica Materia Arquitectura: Matter Out of Place (Universidad San Sebastián, 2024). Posee una maestría en arquitectura y diseño urbano de la Graduate School of Architecture Planning and Preservation (GSAPP) de la Universidad de Columbia, y una licenciatura en arquitectura de la Universidad Técnica Federico Santa María (UTFMS).

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