«Entra. Sueña». [es deseo fósil]
Entré al centro cultural Matadero Madrid en 2023 como artista residente de Medialab. Salgo con muchos aprendizajes y experiencias. Mi principal preocupación siempre fue el potencial transformador que tienen la producción cultural, arquitectónica y el pensamiento en la crisis ecosocial que habitamos. Y el poco partido que le sacamos. La propuesta de mi proyecto de residencia, “Urbanismo fósil”, comenzó como una reivindicación clara: la cultura (en un sentido amplio) y los imaginarios que propone tienen una base material y energética que los permite existir. La energía ha jugado un rol esencial en dar forma a la vida social y cultural. Es fundamental en tanto que somos seres que habitan un ecosistema energético como el de la ciudad. El petróleo transformó la vida cotidiana en el siglo XX. Ahora nos percatamos de hasta qué punto nos ha convertido en quiénes somos dando forma a nuestra existencia: estamos saturadas de hidrocarburos.
En la historia del metabolismo de las sociedades la “Gran Aceleración” fue un evento clave: un proceso de acumulación y aumento exponencial de diferentes indicadores socioeconómicos y terrestres asociados a la urbanización, al consumo y a las emisiones globales. La ciudad moderna nació y creció en este proceso mediante la expansión del consumo de combustibles fósiles. Esto, como podemos intuir, se traduce en una revolución subjetiva y antropológica al trastocarse el metabolismo mundial. Aparecerían la velocidad, el coche, la mercancía o el anonimato como experiencias vividas y universos sociales. Nuestra cultura es fósil en tanto que ha dependido de estos combustibles (y los perpetúa) necesariamente para existir.
Es importante lo que apunta Jonathan Crary: «La revolución moderna de los modos de producción siempre va acompañada de una revolución de los modos de percepción». Siempre me ha interesado la energía en tanto que es el medio a través del cual la vida se da en todas sus formas. Modula sus velocidades y dimensiones. Circula a través de los cuerpos y el medio. A veces se fija en forma de nutrientes o estructuras, y otras veces se transforma. El principal residuo de la combustión fósil, el CO2, ha saturado la atmosfera provocando la mayor crisis de nuestros tiempos: el cambio climático. Mientras tanto, cada vez que disfrutamos de un viaje exprés a algún país, cada vez que nos damos un baño de agua caliente, cada vez que asamos un manjar en una fiesta: probablemente, detrás, hay combustión. Hay un ciclo de vida entero con numerosos paisajes industriales. Nuestros movimientos diarios son posibles dentro de una matriz energética.1 Pero lo fascinante de mirar la energía con ojos plurales es leerla en su dimensión simbólica. Podemos cuantificarla y trazarla, pero también, al margen de miradas deterministas, pensar el tipo de culturas que abre, cuáles aniquiló y cuáles podemos imaginar. En ese sentido, un motor tan fundamental en los movimientos de las sociedades como el deseo está estrechamente ligado a la energía y a los hidrocarburos. Descarbonizar el deseo es un proyecto necesariamente complementario a la idea de descarbonizar nuestra economía. Es una tarea fundamental en nuestro tiempo para quienes producen (producimos) ideas, imágenes y mundos. Y este proyecto implica una concepción profundamente materialista y utópica de la cultura.
Una de las experiencias más fósiles y desquiciantes que viví en Matadero fue la de escuchar cada día, en la mesa de información del centro, la misma pregunta de forma repetida una y otra vez: ¿dónde está Pompeya?
«Entra. Sueña» [con el apocalipsis]
«Entra. Sueña» es el lema con el que se inauguraba en 2022 en Matadero el nuevo Centro de Exposiciones Inmersivas. Nos invitaba a entrar en una arquitectura de “sueños”. MAD Madrid Artes Digitales es una corporación que acoge y organiza esas exposiciones forma parte del engranaje neoliberal por el que apuesta el gobierno de Madrid. Unos clics después descubro que la productora de MAD tiene capital privado y es miembro internacional de The Broadway League. MAD, oferta en su web a las ciudades internacionales la compra del espectáculo inmersivo. Este centro clausuró recientemente “Los últimos días de Pompeya”, una experiencia inmersiva que narraba la vida y su final en la mítica ciudad romana.
Imagen publicitaria de “Pompeya, los últimos días”. Disponible en <www.mataderomadrid.org/programacion/los-ultimos-dias-de-pompeya>.
El modelo neoliberal nos propone sus propias construcciones políticas del deseo mediadas por una agenda privada y la demanda del mercado y las estrategias de marketing. Vienen a reafirmar el realismo capitalista en lugar de cuestionarlo. En el caso de Pompeya, movilizarían al público mediante anuncios que proyectan imágenes de un mundo estereotípico: familias mononucleares cisheteronormativas, probablemente habitantes de algún piso con hipoteca y coche, explorando reconstrucciones históricas con espectaculares proyecciones visuales estereoscópicas en forma de “experiencia inmersiva”. La propuesta se trata de regurgitar de forma libidinosa ese modelo caduco de mundo. Inmergirnos en sus realidades virtuales. Al ver la espectacular imagen saturada de color de la erupción del Vesubio y la destrucción de Pompeya, el sujeto se satura de deseo de consumo de esa experiencia apocalíptica. Concretamente en Pompeya hallamos el fetichismo contemporáneo de la destrucción civilizatoria por parte de un fenómeno natural colosal como una erupción volcánica. La destrucción apocalíptica lleva mucho tiempo siendo la normalidad.
Dice Hito Steyerl: “Los sentidos y las cosas, la abstracción y la excitación, la especulación y el poder, el deseo y la materia convergen efectivamente en las imágenes”. El interés que el público general mostraba por encontrar Pompeya contrastaba enormemente con la falta de interés por otras exposiciones coetáneas, donde muchas se planteaban precisamente el problema del futuro en un sentido revulsivo y transformador. Pienso en Clima Fitness, de Intermediae en Matadero. A menudo me preguntaba cuánta inversión en publicidad en centros comerciales y anuncios en autobuses tendría la apocalíptica Pompeya, y cuánto contrastaba con la raquítica publicidad del programa público y gratuito. Podríamos hacer una crítica “ilustrada” al efectismo sobresaturado. Podríamos hacer una crítica a la naturalización de la destrucción civilizatoria. Podríamos hacer una crítica al modelo de venta a ciudades “escaparate” globales. Pero quizás hay otra crítica posible. Estas artes digitales aparentemente desmaterializadas, en su potencial pop, comparten una condición: la continuidad de un deseo subordinado y pasivo en un mundo colonizado por lo fósil. Forman parte de la ecología del deseo fósil de nuestros paisajes mediáticos y urbanos: la complicidad con un mundo que se agota en lógicas extractivistas y distópicas. El mismo extractivismo del mundo imaginario y cultural de las personas. La cancelación de su propio potencial creativo y revulsivo. Un goce y potencial tecnológicos a escalas arquitectónicas dedicados a consumir el apocalipsis, una vez más. Además, en el contexto de un imperio cuyo colapso ya es un icono.
Confieso que esa pregunta por Pompeya me desesperaba. Sin embargo, esto no es un lamento moralista por la ausencia de una cultura ilustrada. Es una llamada al goce, al placer, a las preguntas y al descanso. El ocio de los visitantes de Pompeya no es malo. Quizás ese placer por el consumo efectista y efímero encierra algo que se nos escape. Algo que pudiera jugar a favor de un deseo descarbonizado que no hayamos sabido captar. Quizás esa sublimación, esa abundancia perceptiva del efectismo estereoscópico, ese descanso mental en medio de la fatiga, esa efímera promesa de un mundo ajeno al cual escapar (accesible para toda la familia, puesto que hay que conciliar) esconda un deseo de otra cosa que yace latente. Un deseo de una vida descarbonizada.
Aquí aparece una advertencia muy importante y crucial, en mi opinión, para construir formas de un deseo libre de hidrocarburos que no caiga en las viejas consignas limitantes del ecologismo clásico como las llamadas a la autocontención. O en llamadas al exceso propias de los discursos apocalípticos. La advertencia la trae Lyotard:
“No se atreven a decir lo único importante que hay que decir, que se puede gozar tragándose el semen del capital, las materias del capital, las barras de metal, los poliestirenos, los libros, los rellenos de las salchichas, tragando toneladas de todo esto hasta reventar.”
Algo que Lyotard nos relata de forma excelsamente bella es que no hay una forma precapitalista pura, autentica, natural a la cual volver. No hay un balance, un equilibrio natural previo que fetichizar. No hay un deseo descarbonizado previo a la Gran Aceleración al que volver. Y no hay condena. Lyotard nos habla de que hay goce en el capitalismo. Hay goce y malestar. El goce es construido socialmente. No hay que renegar del deseo y las formas de vida que se han construido. Hay que preguntarse de qué manera conecta y cómo se produce de forma colectiva. Hay que buscar una toma de conciencia sobre cómo construimos el deseo y cómo nos construimos. Y reflexionar sobre cómo podemos encontrar formas de abundancia en una vida descarbonizada. Esto también implica hablar honestamente del carbono que emiten tales prácticas.
Un bosque con frondosos caminos hacia algún lugar
Cuando pienso en el deseo pienso en los bosques. Me imagino que es un lugar así. Lleno de caminos de abundancia que explorar. Un bosque tiene una vida energética muy particular: sus primeros años de vida invierte toda su energía ganada en colonizar su nicho ecológico y crecer de forma acelerada. Pero una vez llegado su clímax, ya no crece, sino que invierte su energía en hacerse complejo y en mantenerse vivo: ya tiene profundas raíces y gruesos troncos, su distribución de energía solar está equilibrada internamente, los nutrientes circulan de manera eficiente y la muerte y descomposición de éstos produce vida de forma integral. Es un almacén muy estable de carbono y energía. Esta fase dura del orden de 2 a 3 siglos. En el seno de ese bosque se producen muertes y regeneración. Un bosque no es tan diferente de una ciudad en tanto que infraestructura habitable compuesto de interacciones. Es un lugar donde vibran las imágenes: imágenes de repulsión y atracción, imágenes de deseo. Sin demasiada energía, es abundante y frondoso. ¿Y si pensamos nuestros deseos descarbonizados desde la abundancia de prácticas bajas en intensidad energética?
¿Qué está ocurriendo con el deseo en la sociedad contemporánea? ¿Cuál es exactamente su potencial transformador en nuestras condiciones actuales? ¿Hasta qué punto puede dejar de ser fósil? ¿Qué papel tiene la arquitectura en él? En un texto de esta naturaleza solo puedo apuntar una serie de líneas de exploración e ideas. El deseo no es una esencia inmanente, el deseo se construye colectivamente y es mediado al circular en la sociedad. Es una gran ventaja puesto que eso nos da la posibilidad de hacer de ello un proyecto común. Construir deseo es pensar, por otro lado, los procesos de poder. Una sección sindical debe pensar el deseo también. ¿Cuáles son esos procesos de poder contemporáneos? ¿Cuáles deben ser nuestras estrategias? ¿Cómo podemos aprovechar las herramientas de las que disponemos para disputar un deseo descarbonizado e instituirlo? La belleza, la justicia y el poder político son necesariamente cercanos compañeros. Hay que abandonar la idea de que al arte no le pertenece el conflicto o que no ha de ser mancillado por la política. La política subyace a todo proceso subjetivo. A todo proceso de belleza.
El repliegue hacia el pasado o el fetichismo apocalíptico que representa Pompeya no es el camino de ese bosque. Pero la pregunta por quiénes somos, qué hace de nosotros y nosotras el deseo fósil y quiénes podríamos ser sin ello, lo es. El deseo no es contemplativo, es movilizador. Habremos de llevar esta movilización al plano de la creación, del deseo por la insubordinación, al deseo del trastoque de formas de vida. Modular sus intensidades. ¿Qué deseo abundante puede haber en una movilidad y movilización descarbonizada? ¿Qué abundancias podemos explorar en la quietud y la permanencia exaltando el valor de uso de nuestro mundo? ¿Cuáles son las formas bajas en energía que podemos habitar? ¿Cómo podemos poner en práctica la biomímesis de esos bosques frondosos que invierten su energía estable en mantener sus imágenes y vivir?
Descarbonizar el deseo es un proyecto político y cultural. Y como tal, debería haber algo parecido a una agenda común, algún tipo de alianza, dialogo. la subjetividad y las preguntas sobre quiénes somos, por qué sentimos lo que sentimos y cómo nos vinculamos con nosotras y con nuestro mundo son claves en la descarbonización de la subjetividad. Arquitectos, arquitectes, pensadoras, investigadoras, proletarias, curiosas: en tanto que habitantes de esta matriz energética fósil con creatividad para expandir imaginarios y realidades, nos tenemos que hacer cargo del trasfondo fósil que satura nuestras vidas y afectos. La imagen, más allá de su dimensión performativa, debe ser cuestionadora y propositiva, forma parte de la llamada «batalla cultural”, y ese poder político no debemos abandonarlo ni regalarle ese dispositivo antropológico al neoliberalismo. El ecologismo necesita pelear desde la subjetividad y la estética. La cultura y la arquitectura han de acompañarle.