1

Pujals, B. (2020). Gorputz kartografiak. Pribatizaziorako, babeserako eta segregaziorako abstrakzio metrikoa.
Aldiri. Arkitektura eta abar, 42, 6-11.

2

Augé, M. (1992). Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa.

3

Brigitte Vasallo en el video de presentación del libro Tríptico del Silencio. Disponible en <www.youtube.com/watch?v=LUmxS6BKcSw&amp;t=2s>.

4

La metáfora del champiñón responde a la idea de que la gente brota en el mercado dispuesta a trabajar y/o
consumir por generación espontánea. El trabajador champiñón es aquel que solo importa en la medida en que se
incorpora al proceso productivo. Se presupone que con su salario lo resuelve todo ya que no tiene necesidades
más allá de aquellas que cubre con el consumo mercantil. Pero ese trabajador champiñón no es tal: alguien se ha
hecho cargo de él cuando era niño, lo hace cuando enferma, lo hará cuando envejezca; de alguna manera
gestiona su regeneración diaria, tanto corporal como emocional. En Pérez Orozco, A. (2014). Subversión
feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de sueños.

5

Laboria Cuboniks (2015). Manifiesto xenofeminista. https://laboriacuboniks.net/manifesto/xenofeminismo-
una-politica-por-la-alienacion/

De usuarias a agentes. Por un universal complejo y en colectivo

Hemos roto con la idea de lo universal. Hemos desvelado que aquello de lo que hablábamos cuando decíamos “persona” se refería a un tipo de persona en concreto, a una experiencia de vida específica y parcial enunciada como neutra y universal. Un constructo creado en la Modernidad que, en el caso de la arquitectura, está muy vinculado al proyecto de higienización surgido a principios del siglo XX. Blanca Pujals nos explica cómo la ciudad medieval fue entendida como un cuerpo enfermo, peligroso y monstruoso que debía ser curado, disciplinado y estetizado. Y en consecuencia, también los cuerpos que la habitaban1. Desde esta mirada es desde donde trabajaron disciplinas científicas como la antropología, la medicina, la sociología o la matemática para crear los nuevos campos de la estadística social y la criminología. Estas nuevas ciencias se emplearían para definir una serie de estándares sobre el cuerpo humano y su comportamiento, y en consecuencia, para definir también las características fisionómicas de la enfermedad y la criminalidad. Es desde estos estándares desde los que se definieron las características del “ciudadano normal”, aquel que debiera de habitar la ciudad moderna. Un universal masculino que no representa a todos los varones, sino que se refiere a uno muy concreto: el hombre blanco, joven, sano, productivo, heterosexual y automovilizado. Es en este proceso de abstracción en el que la imagen de lo humano se construye mientras se anula su humanidad.

El diseño arquitectónico funciona como una disciplina que diseña ficciones futuras, las implanta en el presente, y construye espacios urbanos que pretenden ser cómodos y funcionales para aquellas personas que visualiza como sus potenciales usuarias o habitantes. Durante la Modernidad se tomó como referencia el ciudadano normal y arquetípico antes descrito y, en consecuencia, los cuerpos y comportamientos que se alejaban de ese arquetipo sufrieron un progresivo borrado del espacio visible de las ciudades modernas. Comportamientos y cuerpos “no-normales”; experiencias de vida que se salen de la norma en términos económicos, culturales, funcionales, de género o de edad. El diseño y las normas urbanísticas tienen la capacidad de favorecer o dificultar la presencia y el uso que las personas hacen del espacio, y podemos mencionar ejemplos como que la falta de bancos en las plazas hace que aquellas personas que no puedan pagar una consumición en una terraza no puedan disfrutar de la calle; los elementos punzantes colocados en las fachadas de los establecimientos o en pequeños rincones cubiertos expulsan de los espacios visibles a las personas en situación de calle; las normas de regulación de la venta ambulante dan pie a la persecución y criminalización de los manteros. Y podríamos seguir enumerando una larga lista de ejemplos en los que las cualidades de los lugares que habitamos en nuestro día a día expulsan a aquellas personas que no son productivas y no alimentan las lógicas capitalistas del uso del espacio.

La influencia de ese falso universal y la generalización de experiencias de vida particulares como universales no solo se refleja en el diseño urbano y en sus normas de uso. Afecta también a cómo concebimos los lugares y qué consideramos un lugar y qué no, y la creación del término “no lugar” es un claro ejemplo de esto. El conocido término “no lugar” lo acuñó Marc Augé en 1992 para designar aquellos lugares que desde una mirada antropológica no cumplen las cualidades para ser un lugar2. Augé decía que si un lugar antropológico puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico, definirá un “no lugar”. Defendía que la sobremodernidad es productora de no lugares, y que crea infinidad de puntos de tránsito que se ocupan de manera provisional, tanto desde el lujo como desde la precariedad absoluta. Nos habla de las cadenas de hoteles, los campos de refugiados, los supermercados o los medios de transporte como ejemplos de sitios que fomentan la individualidad y el paso provisional y efímero de personas.

Pero Brigitte Vasallo nos recuerda que sí que hay personas que permanecen en esos “no lugares”, personas que no tienen la posibilidad o el privilegio de pasar por ellos de forma rápida y transitoria. Porque para las personas que trabajan en los hoteles, supermercados o aeropuertos, esos lugares son parte de su cotidianidad, los habitan, y son centrales en su día a día3. Cómo negar que los campos de refugiados, las casas de acogida o las chabolas precarias que se construyen para poder subsistir cuando no hay más alternativa, cómo negar que todos esos espacios crean identidades y son centrales en las historias de vida de las personas obligadas a emigrar y a desplazarse de sus lugares de origen. Cómo subestimar la capacidad que los campos de refugiados tienen de crear identidades e historia, cuando pueblos como el saharaui o el palestino llevan décadas habitando esa supuesta transitoriedad y construyendo sus casas, sus calles y sus relaciones en eso que desde Europa nos empeñamos en llamar “campos”. O pensemos en Las Kellys, camareras de pisos que se organizan para hacer visible su trabajo y tejen redes colectivas de resistencia y denuncia ante los abusos laborales que sufren. ¿Quién se atrevería a negar que la existencia de todas estas personas construye lugares? Se trata de pueblos, colectivos y personas con historias de vida e identidades totalmente atravesadas por el hecho de habitar esos “no lugares”. Y aún así, el término sigue enraizado en nuestro imaginario como una forma sofisticada y elevada de designar ciertos espacios.

Como brillantemente nos apunta Vasallo, es un “no lugar” de enunciación el que ocupan todas estas experiencias de vida que se alejan del prototipo de “ciudadano normal”, y es por eso que han sido borradas del espectro visible de las ciudades modernas. A fin de cuentas, la posición desde la que miramos a los lugares condiciona lo que vemos en ellos, y desvelar que lo que se enunciaba como la experiencia de vida única no es más que una entre tantas, nos abre un sinfín de posibilidades a la hora de pensar en qué vidas sostienen los espacios que diseñamos, y viceversa, qué vidas y cotidianidades son imprescindibles para sostener y volver funcionales los lugares.

Invitación a personas vecinas de cuatro barrios de Errenteria para pensar juntas sobre las características urbanas de sus barrios. Imagen de la autora.

Hemos roto con la modernidad, hemos desenmascarado su relato único, y una multiplicidad de voces, miradas y experiencias de vida están conformando un relato más complejo de la realidad. En lo que a la arquitectura nos atañe, hemos aceptado que el “trabajador champiñón4” no es el único habitante de nuestras ciudades y que las personas para las que diseñamos son diversas en multitud de maneras. Estamos empezando a escuchar las voces de la ciudadanía y a entender que esto de la arquitectura no es solo cuestión de personas técnicas que diseñan desde sus despachos. Pero no nos engañemos, debemos continuar revisándonos. Esas “personas usuarias” o experiencias de vida a las que atendemos y que ahora formulamos en plural siguen siendo unas pocas, y a menudo entendidas desde una visión muy fragmentada y compartimentada de las identidades. Hablamos de ciudades amigables para las personas mayores, de ciudades amigas de la infancia, de ciudades seguras para las mujeres… El sujeto de la ciudadanía se amplía pero sigue dejando fuera a muchas. Y no solo eso, sino que a menudo nos falta aplicar el mínimo denominador común y entender cuál es la interrelación entre todas esas posibilidades identitarias que existen y que son infinitas. Ya que existe el riesgo de pensar que unas nada tienen que ver con las otras; y que las arquitecturas que fomentan la autonomía y la seguridad de la infancia, nada tienen que ver con las arquitecturas que facilitan la realización de tareas de cuidados. O que no existe un beneficio común entre diseñar pensando en una señora mayor que camina muy despacio y en jóven adolescente que pasa las tardes con sus amigos en la plaza.

Si algo nos ha enseñado el feminismo interseccional es a identificar y a relacionar las desigualdades estructurales y a entenderlas como consecuencia de un mismo sistema que ataca a todo aquello que se aleja de su concepción de normalidad patriarcal, capitalista y colonial. Y es entre ese falso ciudadano universal de la modernidad y la fragmentación identitaria de la posmodernidad, donde nos urge explorar cómo respondemos desde el diseño espacial a las necesidades comunes de las vidas de las personas, sin dejar de entender que las experiencias vitales son múltiples y están condicionadas por las jerarquías y desigualdades que el sistema reproduce. Laboria Cuboniks en su manifiesto Xenofeminista nos dice que “de lxs postmodernxs hemos aprendido a quemar los disfraces del universal falso y a dispersar tales confusiones; y de lxs modernxs, hemos aprendido a filtrar nuevos universales de las cenizas de lo falso. El Xenofeminismo busca construir una política coalicional, una política sin la infección de la pureza”5.

Las habitantes son múltiples y diversas, y es desde esa complejidad desde donde debemos analizar, proyectar y decidir sobre las arquitecturas que nos rodean. Porque lo urbano es inevitablemente colectivo y, en consecuencia, colectivas deberán de ser las herramientas que utilizamos para abordarlo. Colectivizar los procesos y las decisiones urbanísticas implica reconocer que es imprescindible valorar la experiencia situada e informal de quienes habitan los lugares, y que necesitamos nuevas herramientas y lenguajes que desacralicen la arquitectura y la hagan una cuestión de todxs.

* Nota final: gracias infinitas a todas esas personas que amplían las posibilidades de la arquitectura, que nos hacen ver que lo urbano no es exclusivo de la arquitectura, y que es ante todo colectivo.

Notas de página
1

Pujals, B. (2020). Gorputz kartografiak. Pribatizaziorako, babeserako eta segregaziorako abstrakzio metrikoa.
Aldiri. Arkitektura eta abar, 42, 6-11.

2

Augé, M. (1992). Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa.

3

Brigitte Vasallo en el video de presentación del libro Tríptico del Silencio. Disponible en <www.youtube.com/watch?v=LUmxS6BKcSw&amp;t=2s>.

4

La metáfora del champiñón responde a la idea de que la gente brota en el mercado dispuesta a trabajar y/o
consumir por generación espontánea. El trabajador champiñón es aquel que solo importa en la medida en que se
incorpora al proceso productivo. Se presupone que con su salario lo resuelve todo ya que no tiene necesidades
más allá de aquellas que cubre con el consumo mercantil. Pero ese trabajador champiñón no es tal: alguien se ha
hecho cargo de él cuando era niño, lo hace cuando enferma, lo hará cuando envejezca; de alguna manera
gestiona su regeneración diaria, tanto corporal como emocional. En Pérez Orozco, A. (2014). Subversión
feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de sueños.

5

Laboria Cuboniks (2015). Manifiesto xenofeminista. https://laboriacuboniks.net/manifesto/xenofeminismo-
una-politica-por-la-alienacion/

Por:
Arquitecta y socia de la cooperativa Tipi. Está interesada en el potencial político de lo urbano y especializada en el diseño urbanístico que integra la visión y necesidades de la vida cotidiana. Sumergida en el cooperativismo, desde Tipi trabaja por hacer ciudad con y para las personas que la habitan, y desarrolla proyectos relacionados con la planificación urbana, así como procesos de diseño participativo para el ámbito público y comunitario. Durante años ha sido editora de la revista “Aldiri. Arkitektura eta Abar” y recientemente ha publicado la investigación “Errenteriako industrializazio garaiko etxebizitza auzoen azterketa eguneroko bizitza eta harreman komunitarioen ikuspegitik”.
  • Eneko - 3 julio, 2024, 20:59

    Arkitektura eskolatan, ikasle zein irakasleek barneratu beharreko testua! Merkatuak baldintzatu gabeko gizarte eraldaketa baten aldeko lanerako ezinbestekoa. Ederra, Itsaso!

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