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La vivienda burguesa como herramienta de ocultación del trabajo doméstico

En 2019 el gobierno del País Vasco anunció un nuevo decreto de vivienda en el que, por primera vez, se contaba de forma extensiva con la colaboración de una experta en género, la doctora arquitecta Inés Sánchez de Madariaga. 

El decreto, claramente inspirado por las investigaciones de Sánchez de Madariaga, analizaba de forma exhaustiva los espacios de servicio, especialmente las cocinas, que debían aumentar de tamaño (para evitar el atrapamiento en casos de violencia de género) y cambiaban su posición para unirse al salón, entendido este como espacio de expansión principal de los habitantes de la vivienda. El objetivo era claro: la cocina laboratorio, que invisibiliza las labores de cuidado asociadas a su ámbito espacial (ciclos de la ropa, cocinado, limpieza, etc.) debía dar paso a un espacio visibilizado, compartido, de forma que la labor asociada a lo doméstico fuera igualmente visible y no se convirtiera en un fetiche, del que se solo se percibe el resultado final ocultando todo el trabajo y las relaciones de poder y control puestas en movimiento en su desarrollo. En otras palabras, los cuidados, las tareas reproductivas, se consideraban —como ya señalaba en la década de 1970 el movimiento Wages for Housework— un trabajo y, como tal, se ponía en primer término en vez de ocultarlo.

Ana Penyas, Interna, 2021. © Ana Penyas en colaboración con Territorio Doméstico.

La cuestión de género es en este aspecto insoslayable: a lo largo de la historia el trabajo doméstico ha sido realizado, de forma precarizada, mayoritariamente por mujeres que permanecen aún hoy en día ocultas no solo para sus empleadores sino también para el conjunto de la sociedad. Las tareas domésticas tienden a invisibilizarse no solo en la configuración arquitectónica de las viviendas, que oculta su presencia, sino también a través de la anulación del relato de las mujeres que las realizan. Existen obras recientes en las que se está dando la voz a estas trabajadoras, como La trinchera doméstica de Cristina Barrial, Sirvienta, empleada, trabajadora de hogar. Género, clase e identidad en el franquismo y la transición a través del servicio doméstico (1939-1995), de Eider de Dios Fernández, o el proyecto En una casa. Genealogía del trabajo del hogar y los cuidados, realizado por la antropóloga Alba Herrero y la artista Ana Penyas para el IVAM. 

La vivienda española es, en muchos aspectos, la heredera aspiracional de la vivienda de lujo urbana en bloques que proliferó en el país de los años 1950 a 1970. El presente texto, un breve resumen de una investigación aún en curso de sus autores, analiza la realidad habitacional de estas trabajadoras, aplicando la perspectiva de género al análisis de esas viviendas.

Por regla general estos pisos contaban con una zona de servicio que facilitaba la vida de sus habitantes, la burguesía urbana y tecnocrática nacida del Plan de Estabilización y del Desarrollismo. En los estudios sobre la tipología no se han considerado las características físicas de estos lugares de trabajo comparados con las viviendas que se proyectaban para el conjunto de la clase trabajadora. El género de sus habitantes, mujeres jóvenes la mayoría y casi todas en régimen de interinidad y sometidas al “señor de la casa” (el término es real), ha sido clave para que no se haya desarrollado nunca un estudio de los lugares en los que el servicio doméstico realizaba su trabajo. A este respecto, Francisco Quiñones muestra cómo existe una contradicción interna en la arquitectura moderna al promover una disciplina que busca la integración de la tecnología y la mejora de las condiciones de vida de la población, pero a la vez emplea para hacerlo una estrategia que perpetúa la discriminación contra un sector de la población, tanto en derechos laborales como en las cualidades espaciales de los cuartos de servicio. Quiñones señala que al explicar la Casa Barragán se suele ocultar que es una vivienda que tenía dos habitantes, uno de los cuales ha sido invisibilizado desde el momento en el que el proyecto del arquitecto trata de negar la presencia del servicio en los espacios públicos de la vivienda. Para ello posiciona sus dependencias en espacios intersticiales, sin conexión directa entre ellas, lo que obliga a recorridos complicados que se conectan a través de distintas plantas. 

A través de esta mirada, que incluye la consideración del trabajo reproductivo y los aspectos laborales y sociales implícitos en cualquier proyecto, se quiere mostrar cómo la arquitectura moderna ha configurado una serie de espacios que trazan una división física de clase. Cómo el diseño de las viviendas burguesas ha operado para generar lugares en los que empleadores y empleadas compartían los límites de un recinto, pero no el espacio vivible.  

Lo cierto es que, a pesar de la clara adscripción moderna de los proyectos, el espacio destinado a las labores de cuidado y reproductivas, incluido el cuarto de servicio, se configuraba, en los mismos términos que lo hacía en la casa Barragán, como un poché barroco, actuando como articulación para el resto de las estancias y espacios a los que se supeditaba. El poché de servicio era por tanto una vivienda, dentro de otra vivienda mayor, en la que estaba ausente el espacio para el ocio. 

Esta vivienda incompleta era, en realidad, el núcleo técnico de la vivienda principal, que, a modo de casa de muñecas tradicional e incompleta —carente de instalaciones y espacios de servicio— comprimía el espacio de lo reproductivo entre la crujía principal —la que disfrutaba de las vistas, la iluminación y el exterior y donde se emplazaban la circulación de distribución de la zona noble y las estancias principales— y los patios interiores de ventilación obligados por la normativa. 

García de Castro, R., & Javier Carvajal, F. (1959). Edificio de viviendas. Torre de cristal, Madrid. Informes de La Construcción, 12 (110), 11-18. https://doi.org/10.3989/ic.1959.v12.i110.5387

Cuando todavía el régimen en el que se realizaba el trabajo era el de interna, con escasas posibilidades para abandonar la vivienda para mujeres jóvenes y solteras sometidas a la estricta tutela que el régimen franquista les imponía, no se dotaba a la zona de servicio de un ámbito en el que las trabajadoras pudieran descansar de las tareas de cuidados. Si en la vivienda social el salón es el lugar en torno al cual gira la organización de la vivienda, una vez garantizada la correcta disposición del resto de las piezas, se puede entender que, en las viviendas de lujo, la zona de servicio se articule para cumplir su función de soporte a los espacios principales de la vivienda. Sin embargo, más allá de cumplir con su función de soporte, lo que se elimina de estas zonas es un espacio de descanso distinto del propio dormitorio; un cuarto propio —en los términos de Virginia Woolf— que permita a estas trabajadoras desvincularse de sus tareas, especialmente si se tiene en cuenta que no están habitando una vivienda propia. Ese espacio se producía en el exterior, era urbano en muchos casos. Cines, paseos, cafeterías, parques. El extremo de esta situación, que como apuntábamos, está lejos de haberse superado y que se mantiene debido a lo invisible del trabajo doméstico, ha sido analizado por Marisa González en su proyecto documental Ellas filipinas, sobre las trabajadoras del servicio doméstico en Hong Kong. El metraje recoge la construcción, mediante cajas de cartón, de pequeños espacios acotados y efímeros en los pasajes peatonales situados en el espacio público, y también en el soportal del Banco de Shanghái y Hong Kong de Norman Foster. Se trata de empleadas domésticas, en su mayoría filipinas, internas en las casas de familias trabajadoras de la provincia en la que ambos cónyuges trabajan y cuyos sueldos son considerablemente mayores que los que pagan a estas empleadas. Se reúnen su único día libre en estos recintos improvisados, tolerados por las autoridades, y que resultaban imposibles en la España de 1950 a 1970. El espacio de los afectos y del soporte emocional, donde se tejen las redes que nos sostienes, es, a todas luces, un lugar necesario. 

Ellas, Filipinas. Imagen de las trabajadoras en los pasajes peatonales entre edificios, Hong Kong. Fuente © Marisa González (2010).

De este lugar de descanso ocio y socialización del que hablaba Marisa González carecían las trabajadoras españolas, dedicadas a la eufemística tarea de «sus labores» que eran, en realidad, las de otros. Esta carencia provenía, en buena medida, de una sociedad profundamente tutelar con las mujeres, estructuralmente machista y heteropatriarcal, pero también de unas tipologías proyectuales que, si bien alcanzaron altísimas cotas de calidad en la vivienda, lo hicieron «pochando» el espacio de las labores reproductivas, condenadas a una posición reducida, oculta y trasera (en lo espacial y en lo perceptivo) que ha ayudado, sin duda, a mantener el trabajo doméstico en una situación de ocultación de la que solo tan recientemente como en 2022 se ha tomado conciencia.

Por:
David es Doctor Arquitecto. Su investigación académica se centra en la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX, poniendo atención en la relación entre arquitectura y estructura económica y de poder de la sociedad. Participa en el programa de radio Julia en la Onda, en la sección Territorio Comanche. Ha publicado el libro Manifiesto arquitectónico paso a paso. Un ensayo sobre arquitectura contemporánea a través de las iglesias. Escribe artículos de divulgación y crítica para El Ministerio de CTXT y El Orden Mundial. Es profesor asociado de la URJC. Jose Mª es arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

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