Aunque la Historia de la Arquitectura es un camino complejo, lleno de curvas, aristas, giros de guión, una amalgama de escalas, estilos, materialidades, espacialidades, culturas o escuelas, algo que ha cambiado poco o nada a lo largo de los siglos es el perfil de su cliente y su potencial destinatario. De los mecenas, comitentes y artífices renacentistas a los grandes promotores de la arquitectura moderna y contemporánea, el cliente —pero también usuario— de las famosas arquitecturas que han poblado manifiestos, revistas y medios han sido, mayoritariamente, hombres (seguro que) blancos, (necesariamente) adinerados, (probablemente) cultos y (presumiblemente) capaces. Si, de acuerdo con Léopold Lambert, la arquitectura es la disciplina que organiza los cuerpos en el espacio, lo ha hecho con rigidez, delimitando bien y el dentro y el fuera, construida principalmente a través de líneas y barreras que han privilegiado el acceso a determinados cuerpos, con determinadas capacidades, en determinados territorios.
Hay voces, cada vez más, que nos proponen que mirar atrás es, en cierto modo, levantar una alfombra bajo la que se ha barrido demasiado y acumulado polvo durante generaciones y generaciones. Quien sabe si bajo la alfombra de la arquitectura, entre cenizas, polvo y restos de purpurina de alguna celebración con dinero público del año 2005, seríamos capaces de encontrarnos incluso un cuchillo ensangrentado, restos de drogas de diseño o carnets de pertenencia a cuestionables organizaciones políticas mezclados con casos de abuso y malas prácticas laborales. Todo, absolutamente todo, está y a la vez no está, como el pobre gato del físico austríaco, debajo de esta pesada alfombra mientras no hagamos el ejercicio de airearla. Sin embargo, para evitar polvaredas y ataques de asma, nos parece más interesante mirar la superficie de esta alfombra gastada para buscar los vacíos, los restos de elementos que tan solo han dejado su marca, un leve vahído de color o una presión excesiva que ha aplastado el pelo. Un trabajo más difícil, casi forense, de reconstruir una mirada en base a las ausencias y silencios de un relato que también ha construido la arquitectura. Pero, sobre todo, para poder seguir construyéndola sin obviar estas presencias ausentes, que también tienen su derecho a barrer debajo de la alfombra.
Frescos representando a los Medici en la Cappella dei Magi en Florencia, de Benozzo Gozzoli (1459-1461)
Pero hay otra historia posible, y es la de las arquitecturas y las prácticas espaciales que han sido soporte para otras formas de habitar, que han posibilitado otras narrativas, recorridas y vividas por otros cuerpos —humanos o no, normativos o no—. Y estas no han salido, necesariamente, de los lápices de los grandes maestros, sino que han sido, en muchos casos, arquitecturas menores, a veces anónimas; grietas en sistemas, espacios y territorios; y prácticas, herramientas y lógicas que escapan de esas Arquitecturas (con mayúscula) que se narran y transmiten en libros y escuelas. Son unas que no “nos encierran en un futuro particular ”, nos presentan mundos en los que cabemos todes, pero en el que, sin duda, “estamos de forma diferente”1. Estaremos de acuerdo en que la arquitectura, además de ser resultado de una cultura y una sociedad, es una tecnología que ayuda a darles forma.
En Beyond Patronage [Más allá del mecenazgo], las arquitectas Joyce Hwang, Martha Bohm y Gabrielle Printz hacen un recorrido por ideas y experiencias con las que repensar las formas contemporáneas de práctica más allá del clientelismo. Estas historias ponen en cuestión las distancias entre los poderes y aquellos a su servicio, y nos ayudaba a vislumbrar, al fin y al cabo, una forma de practicar la arquitectura a través de nuevas (o no tan nuevas) lógicas y metodologías con las que ampliar su agencia, su destino y su capacidad transformadora. Las prácticas y estructuras laborales surgidas en nuestro país a partir de la crisis de 2008, que desplegaron nuevas metodologías, en nuevos campos de acción para otro tipo de clientes, han desparecido, y con ellas la posibilidad de instrumentalizar estas experiencias como otras formas de llevar a cabo procesos que sirvan, y no violenten, a comunidades más amplias. El momento presente —atravesado por procesos como la crisis de acceso a la vivienda, la emergencia climática, los procesos extractivos y el aumento de las desigualdades, que no nos afectan a todes por igual—, urge a la arquitectura a encontrar herramientas, instrumentos o procesos con los que comprometerse con la creación de futuros más deseables.
Como segundo bloque de esta nueva etapa del Blog de la Fundación Arquia, buscamos rastrear la multiplicidad de usuarias que pueden configurar la arquitectura de hoy más allá de sus clientes explícitos. Este será un recorrido por arquitecturas para más que humanos, espacios pensados para cuerpos más que capaces y espacios que no han sido nunca objeto de portadas de revista. En definitiva, un recorrido por diferentes experiencias que nos permiten expandir la idea de clientela, en un momento en que la arquitectura decide replegarse sobre sí misma para volver al blanco y negro de volúmenes puros bajo la luz.
Pensar colectivamente cuáles son las voces que están siendo escuchadas y cuáles no en la producción de los debates contemporáneos. Y no con un afán taxonómico, sino porque probablemente esas voces o cuerpos tengan tanto o más que decir que el resto. ¿A quién se escucha cuando hablamos de arquitectura? ¿Para qué cuerpos se proyectan? ¿Para cuáles no? ¿Qué ocurre cuando esa voz no es ni siquiera humana? ¿Qué ocurre con los cuerpos y usuarias más allá de la norma? ¿Quién habita realmente la arquitectura que se está construyendo? ¿Quién la puede habitar?