1. Vivimos inmersos en imágenes y, por mucho que se empeñen en decir lo contrario los más puristas, la arquitectura también se sostiene en ellas. En tiempos de Instagram, cuando parece que los nuevos cambios en la cultura arquitectónica pasan ineludiblemente por la construcción de una imagen icónica —o, al menos, resultona—, pareciera que la arquitectura contemporánea solo puede sostenerse y propagarse a través de las imágenes. En poco tiempo hemos pasado de una cultura arquitectónica casi exclusivamente letrada y técnica a una eminentemente visual. En un mundo de sobreabundancia de imágenes, estas han dejado de ser meras representaciones de cosas para cargarse plenamente de significado; las imágenes son ya más potentes e influyentes que las palabras.
En esta nueva cultura visual, la fotografía es la disciplina que mejor se adapta y propaga por los nuevos medios, ávidos siempre de nuevas imágenes. Y puesto que la imagen no precisa de mediación alguna para su entendimiento, aquello que se produce en lugares muy distantes geográficamente puede utilizarse de inmediato, sin necesidad de traducción “lingüística”, en otros contextos. La imagen visual o icónica ha pasado a constituirse en una nueva ley que articula las nuevas maneras de hacer la arquitectura. Es la imagen, y no la palabra, la que se propaga por el mundo globalizado y la que construye el reciente paradigma cultural de la novedad.
2.El arquitecto se ha quedado atrás en este asalto al poder de las imágenes. Si tradicionalmente el arquitecto moderno hacía uso de las fotografías como meros instrumentos para documentar sus obras, en muchos casos haciendo que el fotógrafo trabajara bajo sus estrictas órdenes, en la actualidad se ha producido una clara transferencia de autoría desde el arquitecto hacia el fotógrafo.
En 1991, Herzog & de Meuron fueron comisarios del pabellón de Suiza de la V Bienal de Arquitectura de Venecia. Para presentar su obra decidieron exponer exclusivamente fotografías que cuatro fotógrafos artistas —Margherita Krischanitz [hoy Margherita Spiluttini], Balthasar Burkhard, Hannah Villiger y Thomas Ruff— habían hecho a cuatro obras suyas. Ningún documento salido de las manos de los arquitectos parecía servir para explicar las cuatro obras presentadas en el pabellón. El contenido de la exposición —recogido en el catálogo bajo el descriptivo título Architektur von Herzog & de Meuron. Fotografiert von Margherita Krischanitz, Balthasar Burkhard, Hannah Villiger und Thomas Ruff, mit einem Text von Theodora Vischer [Arquitectura de Herzog & de Meuron. Fotografiada por Margherita Krischanitz, Balthasar Burkhard, Hannah Villiger y Thomas Ruff, con un texto de Theodora Vischer]— traslada el protagonismo desde el quehacer del arquitecto a la mirada de los fotógrafos, como si los primeros se vieran incapaces de encontrar un sistema de representación para explicar su trabajo en las siempre difíciles exposiciones de arquitectura. Los medios de representación clásicos de la arquitectura —alzados, plantas, secciones, perspectivas— parecen ya insuficientes para explicar la arquitectura en un mundo invadido por los medios de comunicación de masas.
Architektur von Herzog & de Meuron. Fotografiert von Margherita Krischanitz, Balthasar Burkhard, Hannah Villiger und Thomas Ruff, mit einem Text von Theodora Vischer (Baden: Lars Müller, 1991). © Herzog & de Meuron. Cortesía de Herzog & de Meuron.
Desde aquel primer ejercicio de Herzog & de Meuron, cientos de proyectos de este tipo dan a entender, en parte, que los arquitectos han dejado de controlar los instrumentos de representación de la arquitectura, que estos ya están en manos ajenas, y dócilmente confían en la mirada de fotógrafos artistas para construir la imagen de sus obras. Y, además, desde hace ya unos años, algunos de los fotógrafos de arquitectura más relevantes de arquitectura ya no solo retratan obras de arquitectura, sino que conforman y construyen las trayectorias de los arquitectos. Con su mirada selectiva, son capaces de emitir juicio y editar ciertos rasgos de unas arquitecturas de los que ni siquiera los arquitectos autores son conscientes.
Las imágenes que circulan en las redes y en los medios impresos ya no pueden referirse exclusivamente al autor arquitecto, sino a la mirada del fotógrafo. Y dado que hemos pasado de una cultura letrada a otra de la imagen, en pocos años el fotógrafo de arquitectura ha pasado a ser el editor más influyente de la arquitectura contemporánea. Podría decirse que los medios de comunicación y las redes sociales publican obra de fotógrafos (de arquitectura), no ya de arquitectos. Son los fotógrafos quienes se encargan de construir las imágenes de arquitectura y que modulan las nuevas vías de desarrollo.
E incluso en los casos de fotografías que no son estrictamente de arquitectura contemporánea, la selección de fragmentos de la realidad que se está llevando a cabo desde ciertas corrientes de la fotografía, a una velocidad imposible de conseguir en el campo de la arquitectura, ha dado paso al trabajo de toda una nueva serie de fotógrafos que no solo documentan, sino que proponen nuevas arquitecturas, inventan escenarios e imaginan nuevos entornos urbanos. Sus potentes imágenes cuidadosamente posproducidas retratan y recrean una belleza arquitectónica y urbana que pasa inadvertida a los ojos de los arquitectos. Estas imágenes construidas conforman una imaginería que sirve de guía iconográfica para la nueva arquitectura y que la fagocita.
El trabajo de una nueva generación de fotógrafos de arquitectura —Bas Princen, Stefano Graziani, Philip Dujardin o Maxime Delvaux, entre otros— sobrepasa la labor documental, que hasta hace poco se les exigía como profesionales, para elaborar nuevas relaciones entre naturaleza y artificio, construyendo ellos mismos artefactos abstractos que van más allá de la arquitectura y que desaparecen o se desvanecen en entornos construidos supuestamente reales. Este trabajo de abstracción sobre edificios y escenarios urbanos encontrados sin duda ha venido facilitado por la aparición de la fotografía digital que, en cierto sentido, ha liberado a la fotografía del yugo de la realidad. Sus fotografías llevan al extremo aquello que durante años el arquitecto se empeñó en mostrar en las fotografías de sus obras: la ausencia de personas y acciones humanas, que, de haberlas, se presentan siempre con cierto extrañamiento ante unas escenas, como objetos que no parecen construidos por manos humanas. Estas fotografías de escenas alejadas de toda narrativa, casi en actos de desaparición, e incluso negación, de la arquitectura, se constituyen en imágenes abstractas que, a pesar de retratar cierta arquitectura, se separan de ella y solo la presentan como una especie de recuerdo. “No lugares” que quizá hayamos visto mil veces sin habernos percatado de sus potencialidades, pero que solo los fotógrafos saben destilar en inquietantes imágenes. No lugares que están ahí, a nuestro alrededor, y que forman parte de la esencia de nuestro entorno construido contemporáneo, quizá de aquel “espacio basura” que relataba Rem Koolhaas hace algunos años, y que solo los fotógrafos logran capturar y fijar en nuestro imaginario visual colectivo.
Los arquitectos, que casi siempre llegan tarde a todo, nada pueden hacer ya ante esta imparable construcción de imagen por parte de estos fotógrafos.