Arquitectura*: entendida como como 1. f. Arte de proyectar y construir edificios. (fuente RAE)
Qué nos ha pasado
Hubo un momento en que el ser humano comenzó a dibujar su huella sobre el planeta. Pasamos de esbozar a lápiz a subrayar en permanente. Subrayamos nuestra existencia, acotamos y cercamos el medio como propio. Así nació el oficio de la arquitectura1, en la prehistoria, donde decidimos sedentarizarnos y pasamos de construir cabañas biodegradables al desarrollo de construcciones estables y recintos ceremoniales. Recintos que se complementaban gracias al movimiento del cosmos, un arduo ejercicio que dialogaba entre lo matérico y lo cósmico, lo eterno y lo fútil.
(Nota: No es complejo traer al presente estas dos dimensiones de la arquitectura. La del espacio como recinto ceremonial, de poder o culto y el espacio útil, el que satisface nuestras necesidades “terrenales”. Un problema podría ser la indiferencia con que se ha tratado a la segunda y, otro, que nos gusta demasiado lo magno, es decir, el poder a través del gran espacio, tratar de captar el cosmos en un recinto.)
Ingeniería compleja para perfeccionar un lenguaje que terminaría de constituir la imagen de un imperio y su poder. Elementos masivos que parecen no inmutarse con el paso del tiempo. Tan masivos que permitirán observar el paso de decenios desde sus entrañas y, frente a estos símbolos ceremoniales, las sociedades, cada vez más complejas y extensas, se consolidaban en pequeños recintos cerrados en torno a lugares sagrados. Elementos estables para cubrir necesidades de habitabilidad frente a recintos magnos y eternos que acercaban las divinidades y rubricaban el poder sobre el plano terrenal.
A veces, uno observa y, pese a las transformaciones, la arquitectura relata la historia, el contexto político y social. Narra el período de un imperio, su auge y su caída. Al fin y al cabo, es lo que permanece. La construcción como herramienta de poder se asocia a la “capacidad transformativa humana sobre planeta”. Lo resume la imagen cabecera de este artículo. Una imagen de 1889 de la exposición Universal de París donde, la arquitectura de hierro que forja la torre Eiffel preside la rectilínea avenida de los Campos Elíseos. Mientras tanto, a ambos lados, el pabellón soviético y el pabellón alemán enfrentados se retan, formando filas. La hoz se inclina en movimiento hacia lo estático y hermético del fascismo y, el águila, responde ladeando la cabeza hacia otro lado. Impresionante.
Frustramos nuestra caducidad con elementos materiales perennes. Cuando este deseo se traslada sin complejos a la arquitectura funcional, la que era anónima, la que satisfacía las necesidades terrenales del ser humano, se descontextualizan sus principios básicos. Aquel era un lenguaje vinculado a su medio inmediato, ejecutado con materias del lugar y según los principios climáticos de cada región. Una arquitectura de medios, mínimo esfuerzo y máximo rendimiento…principios que parecieron perderse curiosamente en la era del Antropoceno. Justo cuando nos ponemos delante, en primera línea, desatendemos la calidad higrotérmica y espacial de nuestra arquitectura cercana. ¿Por qué? Se nos ha subido la tontería a la cabeza.
La comunidad científica divaga para datar el Antropoceno. Oscilando entre la Revolución Agrícola (12 y 15 mil años atrás), la Revolución Industrial (1780) o el inicio de la Era Atómica (1950). Nótese que todas, responden a actividades que alteran cualitativamente el equilibrio de la Tierra. Quizás lo rápido de estos procesos sea lo que nos ha separado de nuestro entorno. La evolución de la técnica, la inmediatez de los procesos, la pérdida de los oficios nos aleja de las materias primas y, por tanto, del medio.
La solución generalista para suplir de forma rápida las necesidades básicas unida al egoísmo con que se proyectan los elementos que ordenan la ciudad ofrece un panorama devastador. El 90% de las ciudades se han dinamitado y disociado tanto de su origen y medio físico que son inhumanas. El individualismo y la arquitectura objeto producen escenarios donde, en muchas ocasiones no es necesario un levantamiento topográfico: tabula rasa. Cada objeto se coloca colgando del un hilo teórico que articulamos ensimismados en nuestro miedo a no permanecer. Adornos de navidad en torno a un árbol que parece poder sostenerlo todo. Sin embargo, el árbol de navidad se monta y desmonta anualmente y, estos objetos, permanecen. Tenemos herramientas para construir y legar nuestra historia y, sin embargo, la estamos perdiendo. Perdemos profundidad, perdemos contexto arquitectónico, perdemos raíces. Hemos disociado tanto la arquitectura de su entorno que podemos explicarla sin un plano, sin un horizonte al que mirar desde ella o hacia ella. Literalmente, hemos perdido el norte.
Lo cierto es que estamos ante una crisis global donde comer un tomate de otro continente es más habitual que comer el que cultiva el vecino. ¡No tienen el mismo sabor! Claro, para llegar a tú casa han pasado por cinco cámaras frigoríficas. Lo mismo con la arquitectura. La calidez humana de lo vernáculo se despide en cajas exentas de significado. Que oigan, quizás nos hemos pasado de la raya subrayando con el permanente. Quizás nuestras acciones son demasiado eternas y faltas de origen.
Para no cerrar el artículo con mal sabor de boca, reitero que los transformadores somos nosotros, está en nuestras manos cuidar el todo, medir nuestra huella. Reparar en entorno, sociedad, ciudad, pueblo, clima, territorio y en nosotros como sistema. No somos atropo-nada. Somos estúpidos y eso, se puede arreglar. Cambiemos el foco del lleno al vacío, del objeto al contexto, de lo extraordinario a lo normal, cambiemos el miedo al anonimato por el temor de quedarnos huérfanos de razón.
Arquitectura*: entendida como como 1. f. Arte de proyectar y construir edificios. (fuente RAE)
Precioso y acertivo articulo. Gracias María