Estar comunicando
La teoría más básica señala que, para que la comunicación tenga lugar, deben existir al menos tres elementos: emisor, receptor y mensaje. El asunto del canal es tan variado como problemático, llegando a centrar el debate de tal forma que a menudo la triada inicial queda desdibujada. En una era de tiempos desacompasados, donde los mensajes emitidos pueden tardar mucho tiempo en recibirse o, por el contrario, desvanecerse en segundos, donde cualquier dato es rastreable y el arsenal nunca se vacía, tal vez sea necesario reconsiderar la propia palabra ‘comunicación’. Empleada de forma ubicua para describir la puesta en circulación de información, la comunicación lo abarca todo. Y del mismo modo que en el ámbito académico ya todo es ‘investigación’, sin atender a distinciones entre teoría o práctica, historia o crítica, tal vez sea necesario volver a hacer explícitas las diferencias entre ‘difusión’, ‘divulgación’ y ‘publicidad’, esta vez en el ámbito mediático.
La difusión tiene una condición de contagio. El objetivo es llegar a más, bien por contacto o danto saltos, para que se tenga noticia de lo hecho, de lo ya completo. Más y más lejos. Opera por cantidad y se mide en la frecuencia con la que el tema en cuestión irrumpe en conversaciones diarias, incluso banales. Si el propósito es más pedagógico, hacer accesible la información especializada a un público más amplio, hablamos de divulgación. Aunque el pretexto sea una conexión con la actualidad, el fondo se dirige a aumentar el conocimiento del que la recibe, independientemente de su caducidad. Su característica principal debiera ser la generosidad. El trabajo que implica se hace sin expectativas concretas. No ocurre lo mismo con la publicidad, que persigue en última instancia modificar una conducta, inducir a un hábito, generar un retorno.
La forma en que estos tres géneros se entrelazan resulta cada vez menos evidente. ¿Existe acaso un programa de difusión institucional que no adopte el disfraz de lo divulgativo? ¿No es la publicidad el primer y más directo sistema para generar corrientes de opinión? ¿Quién podría asegurar que las agendas oficiosas no marcan el ritmo de nuestra atención?
Gracias a la imperiosa necesidad de estar siempre ‘comunicando’, parece que sólo conseguimos estar ocupados en la comunicación.
Pista: Busquen el mensaje. Si no lo encuentran es que, en realidad, no ha ocurrido nada.