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Entrevista a María Novas

María Novas, por Martín Loureiro.

¿Cómo estamos contando la historia de la arquitectura o cómo nos estamos contando los y las profesionales de la arquitectura ahora?

 Si lo miro desde un punto de vista optimista quiero pensar que, poco a poco, nos estamos fijando no tanto en los resultados como en los procesos  de diseño y en las ideas y valores que rigen estos procesos. Me da la sensación de que esto sucede, sobre todo, en las nuevas generaciones. Sin embargo, también creo que las estructuras de conocimiento y reconocimiento todavía siguen perpetuando que el trabajo profesional se siga comunicando de una manera predominantemente visual, basada en la representación del objeto material final, del espacio materializado fotografiado incluso antes de que llegue a ser habitado.

¿Qué ha otorgado validez a esta forma de comunicarse con la que nos contamos los y las profesionales de la arquitectura?

Quizás, los antiguos acuerdos. Los inventarios de nombres propios, edificios, lugares y fechas que acordamos que todas las personas que ejercemos la arquitectura debemos conocer, honrar e incluso visitar. Conociendo este canon, validas tu conocimiento profesional en arquitectura. ¿Y cómo se transmite? Pues a través de los mismos métodos de representación que luego acabamos reproduciendo.

Esto no es algo necesariamente negativo; debemos aprender del pasado, pero es importante que cuando lo hagamos apliquemos una mirada crítica. De no ser así, corremos el riesgo de que todos estos ejemplos o referentes perpetúen un sistema de valores de otro tiempo que no nos ayuden a abordar los desafíos que tenemos que afrontar.

¿Cómo se debería construir una narrativa histórica más justa?

Precisamente abogando por procesos justos y equitativos en la definición de esos contenidos, es decir, lo que necesitamos para una historiografía más justa es contar con personas diversas que puedan contribuir a la creación de esa historia. Así, probablemente, no obtendremos la historia definitiva, pero sí tendremos una multiplicidad de historias, que nos ayuden a profundizar en esa mirada crítica; que nos ayuden a cuestionar lo que sabemos, cómo ha sido creado, y por qué lo hemos aprendido.

¿Cómo se puede producir un conocimiento y reconocimiento más justo?

Me encantaría tener una respuesta para esto, pero a lo mejor simplemente poder abrir esta conversación ya es un gran paso, ¿no?

Desde mi punto de vista, sería importante producir esa multiplicidad y diversidad de historias no sólo desde la perspectiva de lo que hoy en día es considerado “éxito” o “excepcional”, sino también “fracaso”, “común” o “corriente”. O mejor, desde la cotidianidad, historias importantes del día a día de tantas vidas anónimas, que en el fondo son las de la mayoría social. El otro día leía en un en un artículo1 que lo que se está planteando ahora en la reforma del sistema de la ANECA es que no sólo se publiquen los resultados positivos de las investigaciones, sino también los negativos, porque eso ayuda a que otras personas no repitan los mismos errores. No somos conscientes y probablemente hay personas que hayan intentado cosas similares en el pasado, pero no lo sabemos porque el resultado negativo, o la dificultad para encontrar las fuentes, no ha sido transmitido en la producción de conocimiento. Y esto, sin embargo, también es un conocimiento importante.

Pienso que democratizar de forma efectiva la producción de conocimiento y reconocimiento promoverá que las personas valoren diferentes cosas de diferentes maneras. No todo el mundo va a coincidir en que el éxito en arquitectura significa lo mismo, y eso va a servir precisamente para que cuestionemos qué es lo que estamos reconociendo y por qué. Carmen Armada, en una reseña del libro2, escribió algo muy interesante que me hizo reflexionar ¿por qué es menos importante el diseño y la mejora de la accesibilidad de una mercería que construir un rascacielos? ¿A cuántas personas les estás solucionando su día a día? ¿A cuántas estarás perjudicando? No tiene sentido que continuemos valorando como éxito arquitecturas que dañan a las mayorías sociales y al planeta. No es fácil aceptar que nuestra profesión causa daño, pero está pasando, y tendremos que aprender a mitigarlo o repararlo en la medida de lo posible. Estas son cuestiones que están cambiando nuestro sistema de valores, y la importancia relativa que damos a los referentes previos y a los que buscamos para el futuro.

¿En qué influye la perspectiva feminista al relato de arquitectura?

Si hablamos de la producción de la historia en sí, en primer lugar, nos ayuda a cuestionar esos valores hegemónicos que durante siglos hemos perpetuado a través de la historia escrita y publicada de la arquitectura. Nos ayuda a cuestionar no sólo cuáles han sido los contenidos de esa historia, sino cual es la historia de las personas que los han producido y cómo esto ha podido influenciar en su mirada, o los temas a los que han dado más valor o importancia. En definitiva, nos ayuda a analizar de manera crítica el proceso por el cual ha sido producida y divulgada la historia y teoría de la arquitectura. Podemos hablar de autorías solitarias, co-autorías, equipos, traducciones… Por ejemplo, muchas mujeres, además de ser creadoras, han preservado archivos y trabajado como traductoras y, sin embargo, este trabajo indispensable para que cualquier historia pueda ser contada, no suele ser reconocido. Esto es otra cuestión que, desde mi punto de vista, tenemos pendiente abordar.

Portada de ‘Arquitectura y género, una introducción posible’, de María Novas, publicado por Melusina.

¿En qué medida esta perspectiva feminista ha sido capaz de actualizar este relato?

Este todavía es un trabajo en proceso. De ahí la importancia de cuestionarnos cómo la profesión facilita u obstaculiza que esos nuevos discursos que emergen y que están ahí, y que cada vez son más numerosos puedan ser posibles y tener continuidad, o por el contrario ser descartados y borrados del relato. Una cuestión clave sigue siendo la de tejer redes, y poder contar con personas que tienen una perspectiva feminista o están más formadas en este tipo de temas en los puestos de toma de decisión. Si de repente contamos con estas personas en los comités seleccionadores, comisiones y jurados, las líneas estratégicas tienen más posibilidades de cambiar. Y aquí volvemos a hablar de los procesos más allá de los resultados, pero es que estos cambios en los procesos son los que acaban cambiando los resultados. Al final, se trata de ir más allá de incluir nombres de mujeres (lo cual, lamentablemente, sigue siendo muy necesario), para poder transformar la mirada (o la perspectiva) y sus valores asociados.

¿Cómo debemos cuestionarnos, si es que hay que hacerlo, el canon de la arquitectura?

Siendo conscientes de cuáles son los graves problemas que ya estamos enfrentando y que vamos a tener que solucionar no ya en el futuro, sino en el presente: la desigualdad social creciente y la emergencia climática. La arquitectura forma parte intrínseca del problema, pero también puede formar parte de la solución. Tenemos que empezar a cuestionarnos si estos cánones nos están ayudando a avanzar en estas cuestiones. No sé si la solución es crear un nuevo canon en el que sí podamos encontrar referentes que nos ayuden a avanzar, o si directamente hay que abolir el canon -esa es otra gran pregunta. Pero lo que sí pienso es que, aunque no tengamos la solución, creo que vale la pena “seguir con el problema”, como dice Donna Haraway, y seguir intentándolo. Ya que, probablemente, el canon del que partíamos es el que nos ha llevado a esta situación.

¿Qué es lo que estamos reconociendo ahora? ¿Qué es lo que estamos premiando?

Estamos redescubriendo la importancia del diseño de la vida cotidiana, del diseño de los espacios que cuidan, del diseño de los espacios que ayudan a preservar o a regenerar la naturaleza, a minimizar las prácticas extractivas, coloniales y antivida. Proyectos que están radicados en el lugar, que utilizan materiales y conocimientos situados y mano de obra local dignamente retribuida. Proyectos que son cuidadosos con el proceso de diseño, que incluyen a personas no necesariamente tituladas y que escuchan a quien va a tener que habitarlos, mantenerlos o limpiarlos a largo plazo. Proyectos que, en definitiva, tratan de dar solución a los problemas que tenemos que abordar.

Quiero pensar que los premios avanzarán en esta dirección, aunque no lo sé con certeza. Y si así fuera, todavía habría cuestiones que considerar: ¿por qué no premiamos obras que ya lleven tiempo construidas para que podamos valorar los efectos y consecuencias a lo largo del tiempo? O, ¿por qué no dejamos que las personas que interactúan o trabajan diariamente en esos espacios participen en su valoración? A lo mejor acabamos descubriendo algo completamente diferente, y la profesión gana en relevancia social.

¿Hacia qué dirección está cambiando nuestra profesión?

Creo que se está desmasculinizando, aunque probablemente no todo lo rápido que debería. Esto está produciendo algunos cambios, pero no son suficientes. En el contexto español todavía no se ha superado la crisis en la que se sumió la profesión hace ya más de una década. Muchas personas que hacen trabajos muy necesarios, y de gran calidad, están precarizadas o siguen pasando serias dificultades. Existe un gran número de profesionales que están deseando hacer proyectos que vayan en esta dirección, pero no pueden. En este sentido, se necesita el apoyo decidido de las administraciones públicas, que tienen el deber de remunerar este trabajo dignamente. Hay mucha gente que sigue abandonando el ejercicio de la arquitectura por cuenta propia —muchas de ellas, mujeres. Tenemos que hablar claro y dejar de ser complacientes: la arquitectura es, hoy en día, para muchas personas, una profesión precaria y explotadora, en la que prevalece una cultura laboral hiperproductiva e insana. Por mucho que una persona sea una apasionada de su trabajo, y por muchas ganas y retos que tengamos que abordar, el futuro también pasa por mirarse hacia adentro. Es preciso, también, expandir la mirada más allá de la profesión por cuenta propia. Existe un gran número de personas que ejercen la arquitectura de diferentes maneras, que no construyen obras, pero producen ideas, o escriben, o construyen con palabras, o redactan informes y códigos legales, o hacen imágenes de arquitectura e ilustran los proyectos. Estas personas también forman parte de la profesión, y eso debería ser tenido en cuenta en las organizaciones profesionales, en los colegios y, también, de nuevo, en los sistemas de reconocimiento como los premios. La profesión ya es hoy más diversa. Solo nos falta reconocerlo.

Por:
(Barcelona, 1975) Arquitecto por la ETSAB, compagina la escritura en su blog 'Arquitectura, entre otras soluciones' con la práctica profesional en el estudio mmjarquitectes. Conferenciante y profesor ocasional, es también coeditor de la colección de eBooks de Scalae, donde también es autor de uno de los volúmenes de la colección.

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