El dinero tenía un precio. 

Restaurante Casa Marcelo. Santiago de Compostela, julio 2023. Foto del autor

Existe la creencia de que el que se va de un país como el nuestro es porque quiere, ya que en el nuestro se puede (o se podía hasta hace poco) vivir razonablemente bien, aun modestamente, con poco. De ahí a pensar que los expatriados son millonarios, o casi, hay un paso. Sin embargo, me parece necesario hacer una reflexión sobre algunos lugares comunes muy visitados, y la necesidad de abandonarlos cuanto antes.

Creo que la idea de que hablar de dinero es vulgar intenta proteger a los que ya lo tienen del acceso de otros a este. Así, se alimenta ese halo de misterio y distancia del rico, ya sea por herencia o porque se lo merece (esfuerzo ilimitado, ambición extraordinaria, talento sin igual y otras virtudes singulares) mientras se reduce a una especie de capricho infundado el deseo de aquel que lo persigue sin atesorar los méritos anteriormente citados.

Hablar de dinero no es vulgar, es necesario. Quizá no como tema central, pero sí como contexto para ayudar a situarse uno y a mejorar a otros. Es información relevante, útil y pertinente. Lo que es vulgar, si se quiere, pero allá cada uno en su infinita libertad, es lo que se hace con el dinero o los planes que se tienen para gastarlo cuando se hace uno con él.

Otro asunto que me ha preocupado, y este tiene mucho que ver además con nuestra profesión, es el hecho de que muchos compañeros encuentran embarazoso llenar su empresa de “españolitos” (lo he oído en demasiadas ocasiones como para usar otra expresión) para evitar ser acusados de orgullo patrio o chauvinismo, supongo. ¿Qué fue entonces de esa defensa de nuestra profesión y en particular del arquitecto español? ¿En qué quedó todo aquello por lo que los arquitectos españoles nos sentíamos orgullosos y valiosos debido a nuestra amplia y variada formación humanística y técnica de la que carecían nuestros colegas en otros países? ¿Por qué cuando llega el momento de dar un paso adelante y defender con hechos ese valor, aquellos que pueden hacerlo no lo dan, bien al contrario, se achantan y prefieren contratar a compañeros de otros países con perfiles mucho menos interesantes? Me consta que esa elección no se reduce ni mucho menos a una cuestión de habilidades lingüísticas -los idiomas, nuestro talón de Aquiles-, pero eso es otro tema, también importante, cuyo origen es mucho más complejo.

Todo ello tiene que ver con una situación evidente, consecuencia de lo anterior y de esta idea, también muy nuestra, de que no puede dirigirse un estudio de arquitectura como si fuera una empresa. Me parece lógico que todo el que piense así no consiga que su estudio sea sostenible económicamente, lo cual redunda en abusos laborales y la profunda desestabilización social y económica que hemos sufrido durante décadas y ha forzado -no siempre es una elección- a muchos a emigrar. Me parece que usar la arquitectura como hobby es una temeridad cruel y nauseabunda para quienes la sufren.

Tengo la suerte de haberme incorporado hace poco a una empresa, sí, porque eso es lo que es, de consultoría, arquitectura e ingeniería, donde las horas de trabajo se anotan a proyectos y tareas específicas desde hace años, algo que yo en el fondo siempre anhelé y envidié sabiendo que era algo común en otras industrias. Esa práctica no invalida ni mucho menos el deseo de hacer la mejor arquitectura posible en todas las circunstancias.

Emigrar, ser exportado, autoexiliarse (con el respeto debido a los exiliados forzosos por razones graves de todo tipo) conlleva una cierta nostalgia que quizá es difícil de entender para aquel que no la padece, como cualquier sufrimiento en esta vida, por muy empáticos que intentemos ser. Tampoco se trata de presentar la vida fuera de España como una manifestación de estoicismo o una heroicidad, lo cual sería exagerado.

El precio que se paga es alto. No solo es la distancia, la frecuente sensación de soledad, también un creciente desarraigo y extrañamiento hacia las personas y los contextos emocionales donde uno ha vivido en el pasado. Cuando alguien como el editor de este blog se acuerda de ti, uno no puede sino sentir una emoción y agradecimiento sinceros.

Más allá de la épica a la que generosamente aluden los que se quedan con respecto a los que nos vamos, en realidad queda esa sensación de pérdida y, por qué no, también de absurdo y de algo que se podía haber evitado o hecho mejor si los arquitectos hubiéramos tenido un poco de sentido común al manejar nuestras finanzas, yo el primero, quizá con un poco menos desapego que nuestras ambiciones.

 

Por:
Francisco Javier Casas Cobo es Arquitecto, Master en Análisis, Teoría e Historia de la Arquitectura y Doctor Arquitecto por la ETSA Madrid. Ejerció la arquitectura durante 10 años con Beatriz Villanueva desde bRijUNi architects, estudio de crisis arquitectura y especulación literaria, donde también se interesaron por distintos formatos de comunicación y difusión de esta como comisarios de “Menáge a Trois”, “F. A. Q.”, “Portfolio Speed Dating”, “Al Borde de la Crítica” y la exposición "Couples & Co.: 22 Mirror Stories of Spanish Architecture" en Berlín, Hamburgo, Sevilla y Granada, y el libro “Crónicas Distantes: del oasis al desierto” (Ediciones Asimétricas, 2022). Ha sido profesor en IED, UEM, UCJC, ETSA Zaragoza, Summer School AA (Londres) entre 2004 y 2014 y en dos universidades de Riad desde 2014 hasta 2022, año en el que volvió a la industria de la arquitectura para trabajar con IDOM Consulting Engineering Architecture en Arabia Saudí.

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