Una atmósfera sonora etérea acompaña a la figura de una chica mientras pronuncia “mi luz siempre ha sido celestial”, un estribillo repetitivo y magnético cantado con un timbre robótico. Rodeada de un halo, al fondo se entrevé un telón de fondo textil, entretejido, igual de sutil que los sintetizadores digitales y los sonidos rítmicos. La luz baña el interior de una esfera a través de círculos concéntricos mientras una cámara en mano recorre los pliegues de una tela brillante y sedosa. Los siguientes planos nos trasladan al exterior de lo que parece ser una especie de crisálida. El interior etéreo y luminoso contrasta con la maleabilidad plástica de formas imposibles de imaginar más allá de la pantalla de un software de modelado 3D, un híbrido de formas orgánicas, cables, secciones planas generadas por control numérico, decoración de bazar y protuberancias recubiertas por una misma pátina. Una superficie tan negra y brillante como la de la pantalla de un móvil.
Captura de pantalla de «Celestial», de Somadamantina.
En enero de 2021, Somadamantina, una de las pioneras de la nueva generación de música urbana en nuestro país, subía a su canal de Youtube el videoclip del tema Celestial. Conocimos esta instalación arquitectónica años antes. , Circuló por nuestras pantallas de ordenador y también la hojeamos con afán en papel por entender la complejidad de formas y ensamblajes características del trabajo de Takk. Ni las detalladas axonometrías, ni las fotografías de autor, ni los detalles constructivos permitían entender la riqueza arquitectónica de un espacio que únicamente había sido habitado los 2 minutos 44 segundos de duración del videoclip. Una arquitectura específicamente diseñada para los 2’44’’ y, a su vez, eternamente almacenada en servidores distribuidos por todos los puntos del planeta y reproducida en bucle con tan solo acceder al hipervínculo correcto.
A la cabeza se nos vienen también los hi-hats en tresillo y los acordes tristes de R.I.P Plantitas, cantada por Rakky Ripper, pero sobre todo se nos vienen los juegos de espejos y transparencias de la casa desde la que narraba una dolorosa ruptura. En lo alto de una meseta, en el medio de un desierto, una planta triangular despliega bajo su cubierta plana la enésima reinterpretación del sueño húmedo moderno de una vivienda totalmente acristalada. La habíamos visto antes como refugio de meditación de un importante CEO de una empresa tecnológica de Silicon Valley en la serie distópica Black Mirror. Pero primero la habíamos conocido entre las seleccionadas a algún premio de arquitectura con unas imágenes donde, en vez de una cantante de música urbana o un actor norteamericano, la acompañaba un vaquero y un caballo bajo un cielo totalmente estrellado. La única diferencia entre unas imágenes y otras, aquellas que circularon por los medios de arquitectura y aquellas en las que la casa aparecía de manera tangencial, eran los glitches que se producían entre unas y otras. Culpamos en su momento al móvil de la pérdida de paquetes de información que hacía que viésemos errores al comparar unas imágenes con otras, errores de paralaje que hacían que en la pantalla el aspecto impoluto de la vivienda mostrase una realidad mucho más banal plagada de barandillas, deterioros y detalles torpemente solucionados. Una casa envuelta, también, de toda una serie de pactos de ficción desde el mismo instante de su construcción. Una casa jamás pensada para ser vivida, sino para servir de showroom de una marca de productos de construcción. Una casa que encontró, en las sucesivas ficciones que la recorrieron por unos minutos, un habitar jamás diseñado.
Casualidad o no, en el mismo desierto, el del Gorafe, los focos y neones de un Toyota Celica GT-4 de los años 90 se reflejan en el vidrio impoluto de una vivienda formada por un prisma perfecto. La fachada de este contenedor, convertido en vivienda de lujo, sirve de escenario y telón de fondo del videoclip de Jugador 9, del artista ceutí Soto Asa. Planos picados y contrapicados nocturnos se retuercen sobre el artista para narrar una historia de amor y desamor que parece sacada de un futuro, cuanto menos, desesperanzador. Apenas treinta metros cuadrados desconectados de la red, dispuestos en medio de kilómetros cuadrados de desierto. Solo disponibles en Booking y Airbnb, solo habitables por unas horas o un fin de semana, sin vías de acceso o agua que alimente las plantas que cuelgan de sus estanterías. El escenario perfecto para el videoclip más rompedor o el anuncio de coches más conceptual, otra ficción doméstica al servicio de la última producción audiovisual o al último posteo en redes sociales.
Consumimos diariamente terabytes de arquitectura a través del espesor de nuestras pantallas. Redes sociales, medios y repositorios de todo el mundo bombardean con imágenes contextualizadas o descontextualizadas en las que podemos encontrar patrones, paletas de color, materialidades, recursos espaciales o constructivos repetidos o copiados ad infinitum. Figuras de Hopper recortadas, gresite, ladrillo visto, planos de color pastel y formas geométricas puras vista desde la perspectiva siempre perfectamente encuadrada de una cámara son los repertorios post-digitales con los que se construye hoy. Los algoritmos de nuestros tableros consiguen proporcionarnos otros cien ejemplos similares a los que buscamos, sin que se lo pidamos, y nutren a su vez los códigos de diseño a través de feeds infinitos. Da igual que sean fotografías de una vivienda construida y habitada, los renders más realistas, o las últimas innovaciones en inteligencia artificial. Planos forzados o imposibles, imágenes de detalle que olvidan intencionadamente otros, formas de vida neutras, modélicas, mobiliario de diseño alquilado e incluso personajes enmascarados protagonizan sesiones fotográficas que construyen relatos que van mucho más allá de la materialidad de la arquitectura mientras siguen los códigos y patrones de los fotógrafos y medios de referencia. ¿Acaso no ha sido todo proyecto dearquitectura siempre una ficción?
No hay nada de nuevo en esto. Existe una larga tradición de las villas inhabitables que han poblado libros y manuales de arquitectura desde hace siglos –referencias imperdibles para generaciones y generaciones de arquitect_s–, arquitecturas imaginadas en novelas y otros textos de ficción, e infinidad de construcciones temporales habitadas en películas, series o spots publicitarios de no más de treinta segundos de duración. Tras apropiarse de viviendas modernas, torres de oficinas o edificios brutalistas, la música urbana reciente nos muestra ahora todo un arsenal de arquitecturas hechas para ser habitadas menos de tres minutos y que, al igual que muchas otras, solo existen en el espesor de nuestras pantallas.
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Selling Bricks es una investigación a largo plazo, de Bartlebooth, que investiga las relaciones entre arquitectura, espacio público y música urbana. Una primera fase, centrada en arquitecturas de autor, ha tomado forma de feed de Instagram (@kellycorbusier), fotolibro (Selling Bricks & Exposing Architectural Avant-garde, 2018) e instalación audiovisual (en la exposición Doce Fábulas Urbanas, en Matadero Madrid, 2020-2021). Una segunda fase, centrada en arquitecturas y barrios anónimos, modernos y contemporáneos en Europa, se desplegó en forma de residencia de investigación (www.sellingbricks.bartlebooth.org, Het Nieuwe Instituut y Netherlands Institute for Sound and Vision, 2021) e instalación audiovisual (en la exposición Frozen Music, en Bureau Europa, 2022-23)