Arquitectos nómadas
El arquitecto contemporáneo debería de ser nómada, dispuesto a moverse por el mundo y completar su labor allí donde es requerido. Dejando aparte criterios medioambientales, es muy posible que esta opinión venga principalmente condicionada por mi experiencia migratoria a un país que está viviendo un rápido crecimiento urbano, motivado por la necesidad de modernización y confort que promete la arquitectura contemporánea.
Sin embargo, la condición nómada del arquitectos es minoritaria,, al menos en el contexto actual, aunque tendría validez absoluta en un mundo perfecto en donde se sustituyesen las exigencias del mercado capitalista por la responsabilidad profesional de todos los agentes implicados. Porque, aunque realmente existe una cierta necesidad de exportar los estándares constructivos occidentales al mundo “en desarrollo”, hay que admitir que no siempre esta traslación se realiza de acuerdo a las necesidades reales del país que, si bien accede a modos de vida generalmente más higiénicos y cómodos, ve a menudo comprometidos su futuro e identidad por la realización de proyectos fuera de escala o de contexto.
Desde mi postura de formadora de futuras arquitectas saudíes resultaría paternalista y absurdo que me dedicase a explicarles cómo debe plantear la evolución de su país, aunque más o menos esto es a lo que se enfrentan en cuanto salen de la universidad. A gente como yo, ajena a su cultura y tradiciones, que les imponen formas de vida que han evolucionado según lo que estaba ocurriendo en otras partes del mundo. Encontrar el equilibrio entre la comprensión de la arquitectura desde mi perspectiva occidental y el respeto a una identidad propia todavía por acotar es el mayor reto al que me he enfrentado como docente.
Entiendo que, siendo José María Echarte el invitado de honor a este tema espacial de Arquia sobre la situación laboral del arquitecto, es necesario que detalle cómo son las condiciones de mi trabajo en una universidad saudí de forma más pragmática, pero no quería perder la oportunidad de comentar el contexto conceptual al que me enfrento. Somos muchos los arquitectos españoles que estamos trasladándonos a trabajar a otros continentes y creo que es necesario comprender cuál es la situación reales de los países de origen para definir más acotadamente qué podemos aportar, desde nuestro papel, ya sea académico o de diseño, a cada uno de estos contextos.
Mi trabajo académico es a tiempo completo ya que, como ocurre en muchos otros países durante los últimos años, la figura del arquitecto profesional como profesor está reduciéndose a una minoría de contratos a media jornada que duran un semestre. Excepto por este último detalle, estos profesores se parecen más a los que yo conocí en mis tiempos de estudiante. Trabajan por cuenta propia o ajena, dan una asignatura en la que están especializados y no tienen más interacción con los alumnos o con el resto del claustro. Mi contrato, por el contrario, establece una condición de exclusividad con mi universidad que, salvo excepciones muy raras, me impide colaborar con ningún otra empresa. Además de mis clases, hasta un máximo de 16 horas semanales, tengo que realizar otros dos tipos de actividades: administrativas y de investigación. También estoy obligada a realizar cursos de formación y servicios comunitarios. Todas estas actividades son evaluadas, junto con las valoraciones de mis alumnas y supervisores y mi comportamiento social y profesional, a final de cada curso, según un sistema de puntos que decide si se continúa mi contrato o no y, en caso afirmativo, si se me aplica alguna subida del salario.
El salario es muy competitivo e incluye otros beneficios, como seguro médico gratuito para mi y mis dependientes, vivienda gratis con transporte incluido a la universidad, ayuda para pagar el colegio de los hijos y un viaje gratis anual a tu país de origen para toda la familia. Además existen extras cuando ayudas de alguna manera a que mejore la posición de la universidad en rankings internacionales, por ejemplo, publicando artículos en revistas de prestigio.
Todas estas condiciones, así como el respeto con el que se trata al profesional español fuera de nuestro país, me ha hecho replantearme muchas relaciones y experiencias profesionales abusivas, que veía normales cuando vivía en España. La triste verdad es que el respeto que nos falta en nuestro país, se encuentra fácilmente fuera debido a nuestra completa formación y a nuestro compromiso y seriedad en el trabajo.
Obviamente vivir en España es mucho mejor, especialmente si has nacido allí y estás rodeado de tu familia, pero esto no puede justificar el maltrato laboral que está sufriendo nuestra profesión. Ojalá compartir nuestra experiencias contribuya a una reflexión que derive en una mayor protección y mejora de vida laboral de todos los compañeros que se han quedado ahí. Yo, por mi parte, ya no me puedo imaginar aceptando condiciones y situaciones que consiguieron que me fuese de allí.