Las huertas urbanas y periurbanas como las que vemos en la imagen de las Hortes de Baix de Caldes de Monbui, nos permiten reflexionar sobre el papel de los paisajes productivos en entornos urbanos. Como primera aproximación, los podríamos describir como paisajes antropizados dedicados a la producción de alimentos, generalmente hortalizas y algunas frutas, que favorecen una cierta autosuficiencia en el autoabastecimiento local de éstos alimentos frescos.
Recuperación del sistema de riego en las huertas termales de Caldes de Montbui, por Ciclica. Foto: Adrià Goula.
En la antigüedad, esta relación era mucho más estrecha, las ciudades dependían de las huertas y, por ello, éstas se situaban tanto intramuros como en la periferia inmediata para garantizar el abastecimiento de alimentos, imprescindible para la vida urbana. La trama urbana establecía una relación simbiótica con las huertas que condicionaba tanto la forma urbana, para garantizar su acceso, como la distribución y gestión del agua y la materia orgánica en un modelo de metabolismo urbano circular. Las cubiertas y calles solían actuar como superficies captadoras del agua de lluvia que era conducida hacia las cotas bajas donde se situaban las zonas de huertas, filtrando las aguas que habían lavado las superficies urbanas a su paso, como si se tratara de riñones urbanos. A su vez, estas huertas necesitaban localizarse en la cercanía de las viviendas para garantizar el abastecimiento de calidad, dada la falta de sistemas de refrigeración y la limitación del transporte.
Con el desarrollo urbano estos paisajes han sido progresivamente degradados y cada vez menos valorados, espacialmente desde la llamada revolución verde y la consecuente industrialización de la agricultura. Un proceso que llevó a aumentar primero su productividad y, posteriormente, la distancia entre los paisajes productivos y los lugares de consumo, conllevando una huella ecológica cada vez mayor. La falta de una planificación urbana adecuada ha agravado este hecho; si bien el planeamiento urbano contempla dar respuesta a muchas de las necesidades sociales en la vida urbana (sanitarias, educativas, culturales, económicas y, evidentemente, da residencia) ha obviado una necesidad básica para la vida: el alimento.
El planeamiento urbano se desarrolló principalmente a partir de la revolución industrial y la consecuente explosión del crecimiento de las ciudades, justamente para ordenar ese crecimiento. Pero a la vez respondía a un momento de estigmatización de lo rural, y con ello, de la producción de alimentos. Como consecuencia, hemos visto las huertas de las periferias urbanas decrecer aceleradamente en las últimas décadas hasta casi su desaparición.
Es justamente entender estos espacios de huertas como paisajes productivos una de las causas que les ha llevado a su degradación. En las lógicas de la industrialización, el planeamiento urbano ha priorizado aquellos espacios más productivos económicamente, apostando por el desarrollo residencial, industrial e infraestructural como soporte a un modelo de crecimiento de la producción. Pero resulta que las huertas urbanas y periurbanas, son espacios agrarios, donde el trabajo humano garantiza el mantenimiento de su capacidad productiva (no su incremento), basada en una economía de subsistencia, más ligada a las lógicas reproductivas que a las productivas.
Por ello, parece más justo acuñar el término de paisajes reproductivos, como aquellos que permiten la satisfacción de necesidades básicas, como lo es el abastecimiento de alimentos locales, posibilitando la reproducción de la vida social urbana en el futuro.
Recuperación del sistema de riego en las huertas termales de Caldes de Montbui, por Ciclica. Foto: Adrià Goula.
El concepto de paisajes reproductivos es un término que ha sido ya utilizado por diversas investigadoras y activistas ecofeministas en el ámbito urbano como aquellos espacios que permiten la reproducción social y cultural de la vida en la ciudad, fundamentales para el desarrollo de la vida en comunidad y la construcción de identidades colectivas así como una ciudadanía activa y participativa. La mirada que se plantea aquí es entender como las huertas urbanas y periurbanas tienen en realidad un papel que va mucho más allá de la mera producción. Los paisajes reproductivos son los espacios que garantizan la salud física y mental así como el bienestar emocional y, por ende, la supervivencia y reproducción social en los entornos urbanos. Por ello, restablecer las relaciones simbióticas entre los paisajes reproductivos y la trama urbana resulta clave para poder construir comunidades resilientes frente a los efectos de la crisis climática y sus derivadas.