La belleza del cerebro: Neuroestética.
Seguramente hoy al salir a la calle hemos apreciado la belleza en múltiples ocasiones. Encontrar una persona atractiva, interactuar con objetos agradables, contemplar la fachada de un edificio o disfrutar de un momento reconfortante. ¿Qué tienen en común estos eventos?
Cuando juzgamos algo como bello, nuestro cerebro coordina una serie de sistemas neuronales encargados de experimentar placer. Es decir, la belleza genera placer en el cerebro. Los placeres de nuestro día a día forman parte de la neuroestética, una disciplina que estudia cómo nuestro cerebro responde a la belleza y cómo nuestras experiencias estéticas son moldeadas por factores biológicos y culturales. Aunque se trata de una disciplina emergente, la neuroestética tuvo un origen inesperado por dos razones: (i) el no encontrar áreas cerebrales específicas para la belleza y (ii) el histórico debate sobre la existencia (o no) de estándares universales de belleza.
A lo largo de la historia, filósofos y científicos han propuesto la existencia de estándares de belleza universales entre personas de distintas culturas. Compartimos una historia evolutiva que hace plausible pensar que sentimos placer de forma similar. De hecho, el placer emerge de procesos cognitivos, emocionales y neuronales comunes a todas las personas y que subyacen a las experiencias estéticas. Por ejemplo, encontramos placer en propiedades visuales frecuentes en la naturaleza como la simetría, curvatura o fractalidad. Asimismo, la familiaridad es un predictor importante de la belleza: conocemos lo que nos gusta, nos gusta lo que conocemos. Miles de años nos han sintonizado sensorialmente con estas propiedades y el placer que obtenemos a partir de ellas se explicaría desde la rígida escala de la evolución humana.
Sin embargo, podemos encontrar otros tantos ejemplos de belleza subjetiva para cada uno de los supuestos ejemplos de estándares de belleza universal. Aunque la belleza depende de mecanismos cerebrales similares entre personas de distintas culturas, la cultura moldea el cerebro tanto a nivel sociocultural como individual. Cada cultura tiene sus propias creencias y valores que aprendemos y adoptamos, y no hay dos personas de la misma cultura que sean exactamente iguales en sus gustos y aversiones. Por lo tanto, el placer también depende de nuestra experiencia personal, el contexto y mecanismos cognitivos flexibles e individualizados que crean una notable variación en aquello que juzgamos como bello.
Entender la aparente universalidad y la diversidad de la belleza es también objetivo de la neuroestética. De hecho, tanto los aspectos universales como los subjetivos se encuentran en el cerebro y representan dos formas de explicar la belleza. Por un lado, podemos entender la belleza de una persona, objeto o espacio, en parte, en base a sus propiedades y aspectos evolutivos. Por otro lado, incluso si pensamos que todos juzgaríamos algo como bello, este juicio está sujeto a cambios dependientes de la experiencia y el aprendizaje individual. En conjunto, la belleza está en constante evolución y la neuroestética intenta explicar porque tendemos a ver como bellas las mismas cosas y, a su vez, porque tenemos gustos diferentes aun formando parte de un mismo contexto social o cultural.
Aunque históricamente se hayan entendido como devotas al arte y los placeres intelectuales, las experiencias estéticas han ganado interés en campos desde las humanidades hasta las ciencias naturales y de la salud. Un ejemplo de ello es su enfoque hacia el diseño, la arquitectura y el urbanismo, preguntándonos ¿Cómo nos hacen sentir los espacios que habitamos en nuestro día a día? Una pregunta afín al campo de la neuroarquitectura y cuya respuesta también obtengamos seguramente hoy al salir a la calle.