Arquitectura-cuerpo-cerebro: Un baile que mide la IA
Zygmunt Bauman popularizó el término «contexto líquido» para describir la dinámica de la sociedad contemporánea. En este contexto, las estructuras y normas sociales tradicionales se vuelven obsoletas rápidamente, y la incertidumbre se convierte en una característica común en varios aspectos de la vida. Hoy en día sabemos que el entorno construido no solo refleja la sociedad, sino que también modula la experiencia de los individuos que la componen, influyendo en la conformación de su arquitectura cerebral, tanto individual como colectiva.
Como arquitectos, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de considerar el impacto que nuestros diseños tienen en la sociedad, atendiendo a las necesidades y aspiraciones de las personas y contribuyendo al desarrollo sostenible, saludable y humanizado de esta sociedad que vive en un contexto líquido.
En medio de esta era de rápidos avances tecnológicos y científicos hemos ganado un mayor entendimiento sobre el impacto del entorno en nuestro bienestar. Hemos entendido que la arquitectura, tiene el poder de influir en nuestras vidas y, a su vez, somos partícipes en dar forma a esa arquitectura para construir una sociedad más resiliente, armónica y feliz.
Hemos roto el mito cartesiano descubriendo que no existe una división entre el cuerpo y el alma/emoción/pensamiento/cerebro. Los pensamientos que nuestro cerebro construye pueden inducir estados emocionales que tienen su repercusión en el cuerpo, al tiempo que el cuerpo puede cambiar el paisaje del cerebro y, por tanto, la base que sustenta esos pensamientos. Antonio Damasio define esta interacción como una danza interactiva continua entre el cuerpo y el cerebro. Así mismo, la hipótesis de la mente extendida nos enseña que no existe una clara división entre el cuerpo y el entorno en el que “baila”. En conclusión, el conjunto cerebro-cuerpo-entorno se configura como un sistema dinámico complejo interactivo e interdependiente.
En este escenario, llevo años investigando desde la neuroarquitectura para construir puentes entre las neurociencias y la praxis arquitectónica, con el fin último de conseguir desentrañar cuáles son las notas que componen la sinfonía que hacen que este trinomio de cerebro-cuerpo-entorno baile, y en esa acción de bailar, conseguir que los habitantes de los espacios que diseño vivan una experiencia positiva en la que puedan desarrollar todo su potencial.
Esas notas no son otras que las estrategias de diseño con las que los arquitectos damos forma a los espacios. Cada nota es percibida de forma distinta en función de la antropometría sensorial y cognitiva de cada individuo, y produce una reacción única (los qualias). Esa reacción puede ser emocional, conductual, comportamental, fisiológica, o una combinación de todas.
La neuroarquitectura nos permite entender desde las evidencias científicas, cuáles son las necesidades de los usuarios, ofreciendo una paleta de estrategias de diseño basadas en evidencias que nos permiten construir modelos predictivos emocionales, de comportamiento o cognitivos. En otras palabras, en vez de intuir cual va a ser la experiencia de los usuarios, formulamos hipótesis basadas en evidencias científicas, y esas hipótesis no son otra cosa que modelos predictivos sobre la experiencia de los usuarios en el espacio diseñado.
En este proceso, la inteligencia artificial se presenta como una herramienta muy valiosa, ya que nos permite medir lo que hasta ahora no se podía medir, es decir, las emociones, las conductas, o los comportamientos. Y no solo eso, sino que nos permite gestionar gran cantidad de datos.
La inteligencia artificial nos ofrece datos objetivos de la dimensión intangible de la experiencia arquitectónica, permitiéndonos basar nuestras hipótesis en datos objetivos o medir el nivel de éxito de los modelos predictivos.
En conclusión, la neuroarquitectura y la IA nos ofrece oportunidades significativas para diseñar espacios más humanizados y medir su impacto real en la vida de las personas.