Interiores Desobedientes
El paisaje almeriense lleva la impronta de los procesos de terraformación ejecutados en España por El Instituto Nacional de Colonización durante el régimen franquista. Las arquitecturas de los pueblos de colonización y los proyectos de infraestructuras construidos en la época fueron medios para convertir los cuerpos en trabajadores y los paisajes en recursos a explotar. Las lógicas de esta política agraria franquista basada en la transformación del entorno rural para aumentar su productividad, perduran hasta hoy haciéndose visibles de forma más explícita en la vasta red de invernaderos que ocupan cientos de kilómetros y donde se producen los alimentos que nos sustentan.
Bajo las pieles plásticas que los visten los invernaderos, las plantas, insectos y profesionales agrícolas, como Boryana, Amador y Andrés, trabajan sin descanso al servicio de la cadena de producción. Realizan operaciones discretas pero interrelacionadas con el objetivo de crear las condiciones ideales para una cosecha: siembra, polinización, control de plagas, calefacción, enfriamiento, limpieza, reemplazo o blanqueamiento de los plásticos.
Absortos en la familiaridad de sus tareas, estos cuerpos productivos ensayan una tediosa coreografía inter-especies dentro de espacios interiores especializados. Humanos y no humanos parecen atrapados por el ritmo inexorable de la eficiencia. Sus tiempos y movimientos se perfeccionan en los centros de investigación y fábricas que diseñan y producen abejas y abejorros polinizadores y otros insectos dedicados al control biológico. También en los invernaderos donde los humanos recorren hileras de calabacines, ejecutando movimientos manuales repetitivos estimulados por bebidas energéticas que palian su agotamiento. En las naves industriales donde las trabajadoras almacenan, clasifican y etiquetan tomates al ritmo del reggaetón. En los vertederos que acumulan pieles plásticas arrugadas y cansadas, que una vez cubrieron invernaderos. En los asentamientos donde estas pieles desechadas se reutilizan para albergar a cientos de migrantes invisibilizados, explotados e ilegalizados que luchan diariamente por su supervivencia.
Frente a la tendencia del sistema de producción capitalista de convertir a los cuerpos trabajadores en seres disciplinados, éstos se revelan como medios de agencia, desobediencia y deseo. El control es una aspiración fútil en un clima cambiante, una realidad contingente e incierta. Boryana y Amador alertan de los pájaros que se cuelan en los invernaderos y picotean alegremente las cosechas. Andrés de los virus, la bajada de las temperaturas y los granizos, que destrozan los cultivos. Los bichos malos, nos dice Gervasio, se hacen cada vez más pequeños y son difíciles de parasitar por los bichos buenos, los enemigos naturales. Nora explica cómo en los asentamientos, las comunidades de trabajadores migrantes se organizan y reivindican sus derechos.
Los productos que llegan a las cadenas de supermercados lo hacen a pesar de todo ello: las condiciones del terreno y el clima; las cuotas y las subastas; las reivindicaciones ecológicas; las luchas sociales, laborales y las de precios; incluso los juicios estéticos, que descartan los productos que no se ajustan a los cánones convencionales. Brillantes, de piel lisa, homogéneamente coloreados, los alimentos que ocupan los estantes y pasan por caja son imagen de la trasnochada concepción antropocéntrica y cartesiana del mundo y de los regímenes que la sustentan. Aquellos que aún aspiran al dominio y monetización de los cuerpos y territorios, y que temen la diversidad y diferencia.
Las arquitecturas de los invernaderos, en su anhelo de construir un espacio controlado y diferencial respecto a su entorno, son emblemáticas de este orden. Sus interiores, sin embargo, son vulnerables e inciertos. Son desobedientes. De ellos emergen formas de existencia en común entre animales, humanos, plantas, suelos y máquinas que no pueden ser reducidos a las lógicas de la productividad ni están al servicio de políticas agrarias, cadenas de producción, ni planes humanos.
Este texto forma parte del proyecto de investigación de la película Agente Biológico, dirigida por Manuel Correa y Marina Otero, y realizada por invitación de Eduardo Castillo-Vinuesa y Manuel Ocaña, comisarios del Pabellón de España en la XVIII Bienal de Venecia 2023, titulado FOODSCAPES, «Al comer, digerimos territorios».