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Se le llama Sagarra, pero en realidad es obra de Sagarra, Bona y Pelayo Martínez.

El bar de la ETSAB

Al final de la Diagonal, pasadas las facultades de Derecho, Biología, Física y Química, Economía e Industriales, se erige el edificio Sagarra1. Esvelto, gris, eficiente y racionalista, más cercano a Sant Just que al centro de la ciudad. Allí trasladaron, en los sesenta, a los estudiantes de arquitectura, hasta entonces cobijados en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona. La posterior ampliación de Coderch de 1985 lo envuelve, rodeando la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Curvas cerámicas que, al interior, acogen las aulas teóricas y el Aula Magna por donde han pasado a recitar sus glorias algunos de los arquitectos más relevantes de nuestros tiempos. Ahora conviven unos  3000 estudiantes juntamente con los 1000 profesores y las ratas que, de vez en cuando, hartas de pasear por el falso techo y entre los tubos de instalaciones, deciden saltar y hacer alguna visita a la clase de estructuras de la SB1.

Mentiría si dijese que recuerdo qué impresión arquitectónica me causó la primera vez que entré. Quizá esto por sí solo ya habla del edificio, poco atractivo desde el exterior. Jadeando todavía por culpa de la bici, entré en una sala de actos llenísima de estudiantes de primero ilusionados. Un tercio del público no volvería a pisar la escuela poco después. No recuerdo cómo terminó esa mañana, ni las dos siguientes, pero sí la mayoría de días que siguieron; en el único espacio de encuentro real de la escuela: el bar. Una mesa larguísima llena de posadolescentes excitados, con muchos de los cuales seguramente no he vuelto a hablar.

El bar es, también, el telón de fondo de una de mis fotos favoritas. Salimos todos menos Manuel, que entonces ya había cambiado la arquitectura por el diseño. Sonreíamos a Toni, que, como siempre, hacía la foto. Era un día cualquiera, una pausa entre clase de Construcción, Condicionamientos o Proyectos. La mesa es una confusión de cafés, restos de cruasanes de jamón y queso fresco y una lata de Coca-Cola. De fondo se ven las curvas de la terraza Coderch. La imagen de nuestra vida cotidiana a los diecinueve años.

No sabíamos, en aquel momento, que sería la última foto que tendríamos juntos en el bar de la universidad. Un mes más tarde, para encontrarnos teníamos que hacer videollamadas, cada uno desde su habitación, en rincones diferentes del país. Lo intuimos, quizá, por los colores desgastados característicos de la cámara analógica -que evocan la nostalgia, que Toni había congelado de algún modo, el retrato más preciso de nuestro paso por la escuela.

En aquel escenario habíamos terminado de perfilar Coses Modernes con Elena, el proyecto (un podcast) de divulgación cultural y arquitectónica al que se añadió la visión más artística de Bruna. También es donde imagino que empezaron a tomar cuerpo otras iniciativas que defienden una visión más desenfadada de la disciplina como la de los admirados Comma, también alumnos de la ETSAB. La grieta que supone entre las horas infinitas de clases teóricas y largas tardes dibujando proporciona el abono necesario para hacer crecer proyectos que de otro modo quedarían asfixiados por la enseñanza curricular.

Pensaba en ello el martes pasado, mientras almorzaba escuchando un grupo de jóvenes -más que yo- hablando de las notas de corte de este año. Vi en ellos, en sus caras de emoción propias de los comienzos, a nosotros. Igual que miles de estudiantes que se han sentado a tomar el sol, a comer rápido para terminar una maqueta o arreglar un plano a última hora.

Hemos vuelto al bar. Dos años y medio y una pandemia más tarde, más cerca del final que la primera vez que lo pisamos. El café con leche vale ahora diez céntimos más, la bebida vegetal nos la cobran, pero los cruasanes de jamón con queso fresco de después de una corrección de proyectos todavía son los mejores de Barcelona. Continuará siendo, pues, el telón de fondo de los (supuestos) mejores años de nuestras vidas.

Notas de página
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Se le llama Sagarra, pero en realidad es obra de Sagarra, Bona y Pelayo Martínez.

Por:
Olímpia Solà Inaraja: Estudiante de Arquitectura de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y cocreadora del Podcast cultural Coses Modernes.

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