
Porque, no lo olvidemos, el edificio va de eso.
Que, a menudo, tenemos como cliente principal otra parte ínfima de la población, pero este es otro tema.
Si parece de vidrio es que es de vidrio

Abro dos melones. Primero: A los arquitectos no se nos entiende. Tomemos al azar el Museo Munch, uno de los nuevos símbolos de Oslo: un edificio vertical, bien diseñado, sutil, con la tranquilidad necesaria como para exponer la obra del pintor nacional noruego1 y el mínimo factor de inestabilidad como para resultar icónico. Un buen día Juan Herreros, su autor, me contó cómo casi impide su construcción cuando una periodista le preguntó cómo podía proponer un museo de vidrio en Oslo. Un museo de vidrio. En Oslo. Juan iba a contestar que su museo no era de vidrio, que es un monolito de paredes de 60cm de hormigón armado revestido de vidrio, que es muy diferente. Sus asesores le dijeron que ni soñase con responder eso. Si desde media ciudad se puede contemplar una edificio de vidrio, es que es de vidrio. Y punto. Así que mejor se dejaba las troleadas para las tertulias y contestaba a la pregunta tratando a los ciudadanos como personas inteligentes. Y es aquí donde se puede abrir el segundo melón: no sólo es arquitectura lo que hacen los arquitectos. También lo es la parte del territorio que no controlan, o que no han querido controlar, o que han negligido controlar, y también lo es lo que hay entre edificio y edificio. Cuando un ciudadano de Oslo contempla el Museo Munch no sólo ve el museo Munch. Eso es exactamente lo que hará un arquitecto, que suele estar entrenado para contemplar un edificio y nada más que un edificio. Un ciudadano de Oslo contempla el museu que, diga lo que diga Juan, es un edificio de vidrio, y ve los edificios tras suyo, y el agua del puerto, y a sus conciudadanos moviéndose por doquier, y las luces, y el mobiliario urbano. Un ciudadano relaciona el museo que, diga lo que diga Juan, es un edificio de vidrio, lo contextualiza y lo pone en su sitio. Por eso le preocupa que sea de vidrio. Si un proyecto es más grande que su autor, la arquitectura es más grande que los arquitectos. Mucho más.

Los arquitectos hemos de empezar a asumir que nuestro discurso estándar -el que copa todos nuestros medios de difusión- se dirige exclusivamente a otros arquitectos. Este discurso es el mismo que solemos usar para dirigirnos a la ciudadanía. Solemos enfadarnos si no se nos entiende cuando lo cierto es que no, no se nos entiende. Ya nos cuesta suficiente entendernos entre nosotros como para pretender que alguien tenga que hacer el esfuerzo -a menudo ridículo- de intentar entender estos discursos. Los arquitectos somos una parte ínfima de la población2 con una gran capacidad de influencia sovbre nuestro entorno -viviendas, equipamientos, espacio público y privado, infraestructuras, paisajes: el territorio. El uso de códigos propios, ensimismados -masturbatorios- nos aleja de los clientes y provoca recelos, animadversión, hostilidad.
En este número nos miraremos desde fuera, y para hacerlo hemos llamado a cuatro ciudadanos -por definición, cuatro habitantes de arquitecturas-, cuatro personas con sensibilidades diferentes que puedan empezar a contestar la pregunta de qué piensan de nosotros los que no son arquitectos.
Empezaremos con un artículo referido a nuestro primer melón: el periodista cultural Antoni Ribas Tur, con una amplia experiencia tratando con la arquitectura y los arquitectos, nos escribe sus impresiones sobre cómo difundimos los arquitectos, reclamando en una lista de deseos arquitectira que se explique sin el concurso de los arquitectos, visitándola y sacando conclusiones, en una invitación al pensamiento crítico.
Seguimos con Marta Veiga Izaguirre, periodista gallega que, escribiéndonos (y fotografiándonos) sobre aquello que llamamos feísmo gallego incide, en realidad, en cómo despreciamos algunas convenciones estéticas alejadas de lo que se muestra en las facultades.
A Ana Daher, socióloga de Mendoza, le pedimos que nos escribiese sobre el tejido: sobre la arquitectura que no vemos, la que nos abriga y conforma el espacio público. Y nos ha contestado con qué le gustaría que fuese, porque todavía queda mucho por hacer. Y no queremos hacerlo sólo los arquitectos.
El artista Antonio Torres Rodriguez vuelve a la arquitectura de los arquitectos para contarnos a quién va dirigida, a quien excluye y cómo encaja, o no, con su entorno. El título de su artículo lo dice todo: La cultura no es para ellos.
Finalmente, Mili Sánchez Azcona nos recuerda que hay publicaciones de la casa que también han sido escritas por personas que no han pasado por una facultad de arquitectura.
Con estos artículos llegamos al final de este pequeño ciclo, de esta radiografía de la profesión. Seguiremos reflexionando sobre la arquitectura y los arquitectos en los próximos números.
Porque, no lo olvidemos, el edificio va de eso.
Que, a menudo, tenemos como cliente principal otra parte ínfima de la población, pero este es otro tema.