Persiguiendo una pasión por las nubes

Philippe Petit tenía una obsesión: cruzar las Torres Gemelas practicando el funambulismo. Esta es la historia de su obsesión. Probablemente muchos lectores ya la conocen, pero de seguro algunos otros no, y es por eso que, aprovechando la fecha, desde la Fundación Arquia hoy la vamos a compartir.

Las Torres Gemelas, usualmente son recordadas con dolor por haberse convertido en ruinas prematuramente, dejando un arsenal de historias tristes detrás. Sin embargo, estos difuntos rascacielos, también fueron testigo de algunas historias alegres.

El pasado 7 de agosto, se cumplieron 48 años de aquel día en el que los habitantes de Manhattan – y de seguro varios turistas que andaban por la ciudad de paseo – quedaron anonadados al mirar hacia arriba y ver a un hombre caminando sobre un cable que unía las azoteas de las dos torres del novedoso World Trade Center. Se trataba de un joven funanbulista francés de 24 años de edad, Philippe Petit, que ese día estaba haciendo realidad un sueño que venía craneando desde hacía 6 años.

Fotograma de Man on Wire.

Philippe nació en la localidad francesa de Nemours, en 1949. Nunca demostró demasiado interés por lo académico y a los 18 años decidió convertirse en un autodidacta, estudiando por su cuenta los oficios que le llamaban la atención. Solía ganarse la vida por las calles de París como mago, mimo y malabarista, entreteniendo a locales y a turistas. Sin embargo, no tardó en descubrir su pasión por el funambulismo. La adrenalina de este arte lo hacía sentirse más vivo, y comenzó a practicarlo haciéndose especialmente conocido por haber cruzado las torres de la Catedral de Notre Dame de París.

El evento mágico que despertó su obsesión por concretar aquel acto que lo llevaría a hacerse mundialmente conocido sucedió en 1968, mientras esperaba ser atendido en el consultorio de un dentista. Para matar tiempo, tomó aleatoriamente una revista que le reveló una noticia acerca de la futura construcción del World Trade Center en la ciudad de Nueva York. Se trataba de dos torres, diseñadas por el arquitecto japonés Minoru Yamasaki, que serían las más altas de la ciudad.

Quizás todos los seres humanos tratamos, de una u otra manera, de acercarnos al cielo, pero Philippe tomó esta idea de manera muy literal. Al ver la ilustración del proyecto de aquellas torres de 110 pisos, se despertó en él un profundo deseo de cruzarlas haciendo equilibrio, se imaginó de inmediato subiendo a ellas, tendiendo un cable en el tramo que las separaría y realizando el acto de funambulismo más grande de su vida.

Conseguirlo no fue tarea fácil. El equilibrista francés comenzó de inmediato a recolectar información sobre la construcción de los edificios, viajando varias veces a Nueva York para observar el proceso y fotografiar cuanto detalle pudiera. Con el material recaudado, fue capaz de realizar una representación a escala de las torres, para simular aquello que podría pasar al cruzarlas a aquellas alturas. En sus viajes no solo recolectó detalles constructivos, también hizo un notable trabajo de espionaje para observar y entender materias de seguridad y logística en el sitio, como horarios, vestimentas e identificaciones, para así conseguir una manera de tener un acceso limpio a los pisos superiores de las torres, no solo él, sino también su grupo de ayudantes.

Así, la noche del 6 de agosto de 1974, Philippe y sus colaboradores, divididos en dos grupos, superando algunos obstáculos de último momento, lograron acceder a las azoteas de las torres, utilizando el ascensor de carga. Llevaron consigo el cable de 200 kilogramos que sería el protagonista secundario de la trama, uniendo las torres. Para unirlas, utilizaron un arco y una flecha, y no fue cosa de un intento que el cable quede en la posición adecuada. Esperaron luego el amanecer, escondidos en alguna oficina, para dar inicio a la hazaña a la misma hora que los obreros comenzaban con sus labores en los pisos inferiores.

La arquitectura fue un testigo pasivo – y activo – en esta historia que cambió la vida de Philippe y seguramente marcó las de todos sus espectadores. A las 7:15 horas de la mañana, Philippe Petit cruzó ocho veces el cable de 60 metros de distancia, manteniendo el equilibrio con una barra de 8 metros.

Mientras caminaba sobre el cable, a una altura superior a 400 metros, no pudo contener su espíritu de showman y se esmeró en entretener a las personas que se fueron aglomerando abajo y que cada vez eran más. Citando sus propias palabras, a las personas obsesivas no les falta para nada el sentido del humor: comenzó a saludar a la gente haciendo reverencias, a la vez que se animó a bailar y se acostó en el cable, poniéndose a conversar con una gaviota que se le acercó.

El reto duró 45 minutos. Fue la lluvia quien lo obligó a finalizar el show y a entregarse al grupo de oficiales de policía que lo esperaban para detenerlo. La detención no fue a mayores dada la buena percepción que tuvo el evento, a pesar de todos los actos ilegales cometidos para lograrlo. Algunos dicen que es mejor pedir perdón que permiso, y a Philippe le funcionó. Su castigo no fue más que un placer para él: presentar un espectáculo similar para los niños de la ciudad en el Central Park, cruzando el lago Belvedere. Además, se le otorgó un pase especial dándole acceso a las azoteas de las torres de por vida.

Los rascacielos han sido y son la obsesión de muchas personas en le mundo, pero sin duda la de Philippe es hasta ahora una de las más impactantes. En el 2009, el cineasta James Marsh, realizó un largometraje recreando la temeraria caminata de Philippe: Man on Wire, un documental en el que la arquitectura también es, y sin lugar a dudas, la protagonista, y este no es el único que se ha realizado sobre este evento.

“Los límites existen únicamente en la mente de aquellos que no sueñan”, dijo Petit, y después de conocer su historia, estamos de acuerdo.

 

Por:
Redactora de Fundación Arquia. Arquitecta por la Universidad de Mendoza, Argentina. Mágister por Virginia Tech WAAC - MArch II Advanced Professional Studies - Virginia, Estados Unidos, donde desarrolló su tesis de maestría “Ficciones”, sobre narrativa y arquitectura. Actualmente se desempeña como arquitecta especializada en difusión cultural en Fundación Arquia, desde abril de 2019.

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