La utilidad de lo inútil
A veces, como escribía José Agustín Goytisolo en su poema El lobito bueno, no es del todo desacertado pensar en un mundo al revés. En arquitectura pensar al revés no parece la opción más inteligente y, sin embargo, en ocasiones revela imprevistos que fuera de toda doctrina envuelta de sensatez, permiten trabajar sobre la percepción y no sobre la lógica. Los conceptos que se atribuyen al diseño arquitectónico como la estructura, la forma, la función o la estética, son en realidad ámbitos abiertos cuya ordenación sistemática establece determinados criterios como constructos de apariencia inmóvil y objetivo asistencial en la labor profesional. Frente a esta complejidad, la inocencia de una pregunta sencilla disminuye el ruido de la complejidad metodológica hasta transformarla en un silencio reflexivo: ¿Una silla sirve para algo? Es decir ¿es útil en realidad? Y si un objeto consuetudinario como este puede mirarse ‘del revés’ ¿podría suceder con otros, incluso con la casa?
Pero, antes de tomar asiento, un breve convencionalismo verbal sobre la utilidad y la inutilidad. El uso de la arquitectura es posible gracias a la atribución de un conjunto de funciones, que se formalizan a través de varias formas con un significado tal que predisponen a determinar su utilidad. De hecho, el trampantojo se burla de este fenómeno. Quizás la cuestión en la percepción de la utilidad dentro de la arquitectura es que, como enuncia G.K. Koening citado por Umberto Eco “el objeto arquitectónico no es en modo alguno un estímulo preparatorio que sustituye a un objeto estimulante, a falta de éste, sino que es pura y simplemente el objeto estimulante”. Es el ser humano quien decide la utilidad de los objetos habitados o no, en base a su criterio. El hábitat responde mediante su materialidad, así como a través de la codificación cultural de la sociedad en la que habita. La utilidad es así, racional o emocional, es decir, universal o individual.
“Todo documentado, todo arbitrario” Giorgio Manganelli
La Promese de Bonheur que proponía la arquitectura contemporánea a partir del Movimiento Moderno se ve afectada por el sesgo de la utilidad. Todo lo meramente funcional se comprimía al mínimo (existenz mínimum) y ordenaba de forma tal que fuese un apoyo, pero que no se encontrase en medio del desarrollo vital. Para el arquitecto Bernard Rudofsky esta estrategia es un error que desvirtúa la naturalidad de la vida. Si el enfoque de la utilidad se gravita hacia la percepción emocional, sin desdeñar la racional como se ha hecho siempre en la sabiduría de la arquitectura vernácula, el resultado se integra en la naturaleza humana de forma armónica y permite hallazgos, inesperados o no.
El progreso racional, implica, según Rudofsky una simplificación. En algunas zonas de la casa, como en el baño, una pérdida de sensualidad y carga erótica. Si se difumina la utilidad racional emerge poco a poco una atmósfera diferente, propia de la naturaleza humana viva y sensorial. La imaginación, las emociones o las acciones que tengan lugar en ese espacio flexible muestran una constelación de usos, y la utilidad racional es sólo el estrato necesario que se utiliza como soporte. La superposición de la utilidad personal o emocional se libera de la forma, al estilo Duchamp, pero también del espacio ya que lo interpretará en función a la codificación cultural individual. Lejos de la banalización que puede desprenderse de acoplar el placer o la emoción a la utilidad espacial en arquitectura, esta perspectiva proporciona un camino realista y natural al proyecto. Contaban que Fellini dijo a un periodista “El cine no sirve para nada, pero es una distracción”, matizando “de la realidad. La realidad es vulgar”. Quizás lo inútil, sea aquello que dota a la arquitectura de distancia respecto a la vulgaridad. Una pequeña separación, o una grieta por la que entra la luz en palabras de Leonard Cohen.
Pero la silla, entonces, ¿es útil o inútil? Puede que la silla obligue al cuerpo a adoptar una determinada postura que altere su naturaleza. Pero su utilidad, como concepto aplicado a la arquitectura es patrimonio de su habitante y de su identidad cultural. La inutilidad, como ausencia de una imposición funcional, puede convertirse en la clave del proyecto arquitectónico.
Cuando la realidad se muestra, vulgar y cruda, lo racional carece de utilidad: “Quiero una vida imaginaria como la que tenía antes” (Paolo Sorrentino, Fue la mano de Dios). La utilidad de lo inútil, es el límite que dibuja el lápiz del arquitecto al perfilar el proyecto, la imaginación es lo que contiene ese límite fuera de la realidad vulgar, aquello que el habitante hace suyo.