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Arquitectura con bicho

Diego Velázquez. Las Meninas (1656). Museo Nacional del Prado

Cada día me niego con más fuerza a decir que la arquitectura es un arte, a menos que previamente nos pongamos de acuerdo sobre el concepto de arte. Desde luego no lo es como la poesía, la pintura o la música, puras creaciones para el deleite y/o el conocimiento. La arquitectura, por su parte, es utilitaria, y este adjetivo modifica enormemente el alcance del sustantivo. Arte, sí, pero “utilitario”. ¿Eso qué es?  Si llamamos artes a las de pesca o a las de labranza, o decimos “el arte de la medicina” entonces sí. Pero solo entonces.

Porque la arquitectura, como ciertas viviendas que se venden con inquilino, “tiene bicho”. Siempre lo tiene. Si no no sería arquitectura. Podría ser espacio escultórico, experimento plástico, pero arquitectura no. Si no se puede habitar y usar no lo es.

Frank Lloyd Wright decía: “Qué magníficos edificios haría yo si no necesitaran ventanas”. Yo también podría decir: “Qué magníficos serían los míos si no los tuviera que usar nadie”. Entonces sí, entonces la arquitectura podría ser aquello que dijo Le Corbusier: “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”. Pero al tener su razón de ser en “el bicho”, y solo tener sentido para él, esas frasecitas se quedan para la escultura.

Zevi, por su parte, dijo que para que hubiera arquitectura tiene que haber espacio interior, puesto que este es la esencia de aquella. Yo me permito añadir que con ese espacio tienen que venir incluidos Telecinco, una biblioteca, aire acondicionado, una barbacoa, un porche con hamaca, un sudoku a medio resolver en la mesa de la sala, una zapatilla impar en medio del pasillo y una pistola de agua. Quiero decir: bichos.

Soy arquitecto de pueblo, y he hecho bastantes casas. A veces de una en una, al dictado de sus propietarios, y a veces en grupo, al gusto de sus promotores. En uno u otro caso son ellos quienes han indicado qué querían y cómo lo querían, y eso ha generado muchas anécdotas pintorescas en el sentido de que casi siempre querían ser originales y distinguirse de los demás, pero a la vez pidiendo exactamente lo mismo que todo el mundo. (Ese “ser distinto a todos pero haciendo y pensando lo que todos” creo que genera, más que cualquier otra condición, la arquitectura que tenemos). 

Diego Velázquez. Las Meninas (1656). Museo Nacional del Prado (fragmento)

He intentado hacer las cosas lo mejor que he podido, pero he sido consciente de que proyectaba imágenes falseadas, ideales de lo que los clientes querían ser más que de lo que eran. Todos tenemos una imagen distorsionada de nosotros mismos. A menudo hacerle una casa a alguien no es trabajo de arquitecto, sino de psicoanalista. Y los arquitectos solemos ser psicoanalistas malos y descuidados, que traducimos los deseos de nuestros clientes en metros cuadrados y en baldosas de gres, como si lo que hiciéramos no fuera lo que queremos y sabemos hacer.

Luego nuestros colegas a veces nos felicitan por un voladizo, por un encuentro afortunado de dos paños o de dos materiales, y hablan de ello como si esa fuera la esencia de la arquitectura. Pero rara vez ni ellos ni las publicaciones de arquitectura se interesan por los bichos.

Diego Velázquez. Las Meninas (1656). Museo Nacional del Prado (fragmento)

Por:
Soy arquitecto desde 1985, y desde entonces vengo ejerciendo la profesión liberal. Arquitecto “con los pies en el suelo” y con mucha obra “normal” y “sensata” a sus espaldas. Además de la arquitectura me entusiasma la literatura. Acabo de publicar un libro, Necrotectónicas, que consta de veintitrés relatos sobre las muertes de veintitrés arquitectos ilustres.

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