El texto contiene expresiones escritas en femenino como genérico, haciendo referencia al sujeto omitido persona/s, evitando en la medida de lo posible marcos binaristas.
40 horas semanales (si tienes suerte)
Hacía frío en una Barcelona húmeda y oscura, y aún llevábamos mascarilla por la calle. Entraba con Gerard en el Caixaforum para ver “Sooooo Lazy. Elogio del derroche”. En un punto de la exposición un cartel decía lo siguiente, en referencia a una pieza de Ángela Ferreira: “La obra se hace eco del trabajo como sufrimiento, dolor e incluso tortura, de acuerdo con la propia etimología del término trabajo, del latín tripalium (literalmente “tres palos”, una especie de yugo al que se amarraba a los esclavos para azotarlos)”.
Un poco más adelante, esta obra de Esther Ferrer:
Un golpe de presión en el pecho hizo que el frío y la humedad de fuera pasaran a habitarme dentro. ¿Ya está, esto es todo? ¿Es lo que me espera el resto de mi vida? ¿Trabajar ergo sufrir para poder llevar una vida “digna”?
Sin caer en la manida idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, siento que además, el contexto que nos ha tocado es un entramado de clavos ardiendo a los que tenemos que agarrarnos para no precipitarnos al vacío. Entramos a la carrera en un momento en el que la crisis de la construcción de 2008 seguía dando violentos coletazos. Cuando asomamos la cabeza al mercado laboral, encontramos un entorno enormemente precarizado, que normalizaba las jornadas interminables, el no cobrar y las estructuras jerárquicas que se permitían pasar sobre ti.
A esto, hemos de sumar que somos una generación que ha empezado a darle relevancia a la salud mental, en un entorno en el que se han establecido maltrato, sufrimiento y exigencia hasta la extenuación como únicos caminos al éxito. Una cuarta ola feminista masiva nos hizo abrir los ojos e identificar las enormes desigualdades que nos atraviesan. Y Greta levantó la voz para que viéramos que nuestra casa está en llamas, que no hay futuro sin planeta y que este nos ha llegado a las manos agonizando. Las mismas manos que trabajan en una de las profesiones más contaminantes. Los alquileres suben, las ciudades se gentrifican y las becas no dan para cubrir los gastos…
Suena el móvil.
Quedo con las dos personas con las que comencé a transitar la arquitectura hace ya 10 años. Tenemos suerte, y hemos llegado a alcanzar algo de estabilidad en arquitecturas en las que nos sentimos a gusto, alejadas1 además de la idea de profesión que se nos inculca en la carrera (nos dedicamos respectivamente a la investigación, el funcionariado y la aplicación de la perspectiva de género). Pero somos tres islas. A nuestro alrededor, un mar de personas falsas autónomas, pluriempleadas, que trabajan una cantidad de horas ingente (e ilegal) a precios ridículos o sacándose títulos que aunque no les gusten, les facilitan el acceso a un puesto digno.
Damos un paseo. Comentamos esta casa, la obra de esa plaza, el libro de tal arquitecta, el trabajo de cual estudio…y disfrutamos la ciudad en (de)construcción permanente.
Y me inunda la calidez de tener una profesión que me apasiona y que se ha enraizado en todos los aspectos de mi vida y que es tan absolutamente poliédrica que me parece imposible no enamorarme de alguna de sus caras. Nos dedicamos a crear, modificar y mantener contextos para que la vida suceda, caótica. Entonces, con ellos, habitando esta perspectiva, el mundo no pesa tanto.
Y desde este frágil equilibrio os escribo, en una llamada a la esperanza, a los cuidados y el apoyo mutuo, con la convicción de que si no es desde este punto, hablar de futuro no tiene sentido. Si tenemos que sentarnos en esa silla hasta que la muerte los separe, que el viaje sea amable y permita que quienes vengan detrás tengan más derechos y bienestar.
A quienes empiezan esta andadura desde las escuelas de arquitectura: como pasa con los derechos de las mujeres y recordando a Simone de Beauvoir, los derechos laborales tampoco se dan por adquiridos, y deberemos estar siempre vigilantes y reivindicantes. Aunque cada condición es diversa, aceptar una oferta precaria es contribuir a perpetuar la precariedad. Denunciemos las malas praxis, asociémonos, pongamos en valor nuestro trabajo.
A quienes pueden contratar: generemos entornos laborales sanos, igualitarios y ecofeministas. Creemos y mantengamos espacios seguros donde desarrollar esta profesión con respeto y valores para con personas, diversidades y medio ambiente.
Y a quienes como yo, no pertenecemos a ninguno de los anteriores grupos: citando a Audre Lorde, “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Venimos de situaciones académicas y laborales hostiles. Dejemos de lado la competitividad y el individualismo que a veces han intentado inculcarnos. Cuidémonos, a nosotras y entre nosotras, mucho. Dejemos de llevar la exigencia al límite. Permitámonos espacios en los que descansar y sanar como parte fundamental de la productividad.
Si el trabajo es lo que nos ha de dignificar, dignifiquemos entonces el trabajo.
El texto contiene expresiones escritas en femenino como genérico, haciendo referencia al sujeto omitido persona/s, evitando en la medida de lo posible marcos binaristas.