ARNUNCIO, Una cuestión de tiempo
Los primeros actos de celebración del vigésimo cumpleaños del Museo del Patio Herreriano de Valladolid han comenzado este Junio. Este oasis de arte contemporáneo ha ido enhebrando una serie de muestras, todas ellas con un culmen claro: la Capilla de Fuensaldaña, que es un tour de force, donde el artista se mide con la Historia. Allí lo mismo vimos cabezones de Antonio López, como inestables chinitos de Juan Muñoz, Eva Lootz, o un genial Miquel Navarro, etc. Pero además muestras de arquitectura como la de Campo Baeza, o Juan Navarro Baldeweg (que torea con dos manos como pintor y como arquitecto).
Esta vez, para celebrar, y agradecer, las dos decenas, la exposición se dedica al proyecto del propio museo de Juan Carlos Arnuncio, Clara Aizpún y Javier Blanco. Aunque finalmente los contenidos derivan hacia proyectos, maquetas y preciosos dibujos a mano alzada de Juan en sus muchos viajes. Por encima de todos, destacan sus estancias en Italia, Roma, donde se alojó estudiando las “palazzinas”, esas pequeñas manzanas o “ínsulas independientes”. Tremendo su dibujo de la linterna de Sant Ivo alla Sapienza y recuerdo su libro “Cosas del Señor Francesco”, donde va hilvanando pensamientos en la soledad de un posible final de Borromini. Italia para él es también las escenografías de Adophe Appia y en estas exposiciones se desarrollan pequeños teatros, ya que otra de sus pasiones es el cine, donde lo he visto derivar hacia Bergmann y hacia aquel teatrillo portable de “Fanny y Alexander” que rezaba en su boca, otra característica de Arnuncio: Ei BLOT TIL LYST“ (no solo por diversión). La seriedad del juego, Homo Ludens si, pero mucho más. Y por eso en PLAYS, la muestra que realizó hace diez años aqui, estaba lleno de “teatros de papel” de propuestas como la Casa de Alicia, o también lunas que recorrían el cielo. El cielo, ese cielo que él ve desde el Pinar, su. “Centro del Universo”, como se llama otro de sus libros donde despegando de una vida cotidiana se alcanza el Cosmos.
Porque claro, aquí se relata el artista, escritor, pintor, pero podríamos seguir y mucho con el muy buen profesor, el Catedrático de Proyectos en Valladolid, su ciudad, y de Madrid o ahora profesor invitado de la Universidad de Barcelona, y eso y su familia es el comme il faut, pero Juan es dual, y eso le enriquece más. Aquí, entre papeles, con un cierto desorden que le viene tan bien, está al mismo nivel, el Monumento a la Tercera Internacional de Tatlin que Sant Ivo. En su capilla el techo se separa por luz, flota como vemos en el infierno del Danteum de Terragni, que tan bien estudia en su libro “Peso y Levedad”(ed. Arquia). Modelos de otros proyectos suyos, algunos quedaron en el tintero del pasado, Auditorio de León o Auditorio de Navarra, y otros que podemos disfrutar como el Conservatorio de Burgos.
Las maquetas del Patio Herreriano, preciosas, que muestran luz natural, ahora dentro del museo, son como muñecas rusas, como cambios de escala que nos hacen vibrar en la cabeza. Vemos, al llegar, un cartel con el título de la exposición “Una Cuestión de Tiempo” y al lado uno de los bosquejos previos que ya contienen el edificio que al lado vemos hecho. Secciones áureas, dibujadas en el proyecto y, como aquellas postales del Corbu, vueltas a dibujar sobre la foto en blanco y negro del propio museo real.
La exposición esta recorrida por una “cinta métrica” enorme que marca las vicisitudes históricas del edificio hasta hoy. Lo grotesco de un patio Herreriano que en realidad fue construido por otro Juan, Ribero Rada. La delicada muestra corrió a cargo de Miriam Ruiz Iñigo y cuenta con la participación de Emilio Pemjean en la realización de la Caja de la Capilla, que nos sorprende al llegar. O al marchar, ¿por qué no?