Cuando digo “alguien” estoy diciendo en realidad que me da pereza buscarlo. Quizá fue Wright, quizá fue alguien anterior. O quizá se le ha ocurrido a más de una persona, que a veces pasa.
Abbas Agraphicus
En El nombre de la Rosa, Umberto Eco define un personaje interesante: un abate afásico. Incapaz de expresarse por escrito. Tan sólo sus actos podrán rendir cuentas de su obra de gobierno en el monasterio. Su apodo será Abbas Agraphicus (el Padre Que No Escribe).
Alguien1 escribió una vez que el libro mató la arquitectura. Maldad, o gran verdad, dirigida a los arquitectos que tienden a sobreexplicar sus edificios a base de publicar libros sobre ellos. Ha muerto un arquitecto que jamás sintió esta necesidad. Este arquitecto se llamaba Ricardo Bofill. Si tengo que recalcar en un artículo breve lo más importante de su trayectoria sé que me voy a referir a su obra construida. Bofill fue un arquitecto sin necesidad de escribir. No es que no lo hiciese. No es que no hablase. Es que todas estas explicaciones no son necesarias para entender sus intenciones, o para entender la profundidad de su pensamiento. Todo esto está condensado en sus intervenciones construidas a cualquier escala, desde el diseño de producto a un pedazo de ciudad. Desde cualquiera de sus espacios interiores catedralicios, solemnes, graves, hasta sus vacíos. O sus silencios. O sus atmósferas. La arquitectura de Bofill es un manifiesto filosófico construido. Bofill supo expresarse mediante el hecho físico. Y cambió la historia haciendo esto. La obra de Bofill es arquitectura pura. También es arquitectura que habla de arquitectura. De la de verdad. José Ramón Hernández Correa suele decir que quien sólo sabe hablar de arquitectura no sabe hablar de nada, ni siquiera de arquitectura. Bofill sabía hablar de todo, y fue capaz de expresar esto mediante su obra. Sus proyectos no construidos son una anécdota, porque hubiesen debido estarlo. Porque estaban preparados para estarlo. Todo su ideario está en cualquiera de sus edificios. Su conciencia social. Su hedonismo. Su poesía. Su compromiso con la evolución del propio arte. Ahí está también la óptica de los filósofos, matemáticos, sociólogos, poetas, músicos que colaboraban con él. Ahí está este amor por el trabajo en equipo que hace que tú seas más que tú. Que tu obra sea más grande que tú mismo. Todo está en sus edificios, y puede ser leído, estudiado, criticado. También puede ser sentido sin más de mil maneras diferentes. Bofill fue un Abbas Agraphicus. Y, mediante esta opción vital, nos ha legado lo más profundo de la arquitectura.
Cuando digo “alguien” estoy diciendo en realidad que me da pereza buscarlo. Quizá fue Wright, quizá fue alguien anterior. O quizá se le ha ocurrido a más de una persona, que a veces pasa.