El 26 de julio abría al público Marble Arch Mound, una instalación temporal diseñada por MVRDV cuya entrada se cobraba a cuatro libras y media. Con este proyecto, “Westminster City Council” pretendía impulsar el comercio en la High Street más famosa de Londres ante las devastadoras consecuencias que está teniendo la pandemia. La estrategia: un “nuevo” y “espectacular” punto de vista elevado sobre Hyde Park, Oxford Street y Marble Arch. Tras su apertura no tardaron en proliferar los memes en las redes sociales criticando la ya tradicional problemática entre lo que se comunica con la imagen proyectada y lo que finalmente se construye. Como consecuencia, en menos de un mes se cerraba la nueva atracción ciudadana, se devolvía al público el precio pagado por las entradas y desde Westminster se disculpaban por abrir la instalación antes de tiempo. Finalmente, la atracción reabría al público de forma gratuita y Melvyn Caplan, responsable del proyecto, presentaría su dimisión por permitir que su coste triplicase el presupuesto (de dos a seis millones de libras).
Las construcciones temporales en la ciudad no son ajenas a la historia del urbanismo y la arquitectura. Aunque desde la Antigüedad se han producido distintas intervenciones temporales para la celebración de festividades, éstas cobraron especial importancia durante el Barroco.1 En los años 60 del siglo XX se transformaron en lo que hoy conocemos como “performances”, pero no sería hasta inicios del siglo XXI que, con motivo de la crisis económica de 2008, se popularizasen las intervenciones urbanas de corta duración (“pop-ups”) que, con medios escasos, aspiran a proponer una nueva forma de ciudad. Sin embargo, estas intervenciones impulsadas por las políticas de austeridad presentan una lectura ambivalente. Como ha apuntado Mara Ferreri, con la creciente fascinación y normalización de lo efímero “ha surgido una característica resignación a la precariedad urbana.” 2 Por ello, lo importante ante estas intervenciones es determinar realmente “si se trata de una moda provisional destinada a cubrir brechas económicas a corto plazo o un reflejo del cambio estructural y un instrumento de transformación con impacto a largo plazo.” 3
Aunque los arquitectos insistan en que, pese a su mala ejecución, Marble Arch Mound todavía puede representar una seria reflexión sobre la necesidad de crear más espacios verdes en nuestras ciudades, tanto la literalidad de la propuesta como su excesivo coste esconden la problemática real sobre la creciente privatización del espacio público en la capital británica que está afectando directamente a las zonas verdes. En los últimos años, distintos “Councils” a lo largo de Inglaterra han considerado la venta de parques como una opción válida ante la falta de financiación para su mantenimiento. En este momento en Londres diferentes zonas verdes en Peckham, Bermondsey y Bromley se ven amenazadas por nuevos desarrollos especulativos de vivienda. Es por ello que la temporalidad de esta nueva atracción debería demandar una propuesta capaz de aportar, desde la propia arquitectura, alguna estrategia que nos permita reconsiderar el proyecto de la ciudad. Marble Arch Mound continuará abierto hasta Enero con la esperanza de que su vegetación se densifique y que la realidad, para tranquilidad de algunos, se asemeje finalmente a la imagen proyectada; sin embargo, el proyecto para Marble Arch habrá sido otra oportunidad perdida para repensar la forma en que habitamos y construimos las grandes ciudades.