Fotograma de la película Abre los ojos (Amenábar, 1997) con la Gran Vía de Madrid vacía
El nuevo confinamiento de gran parte de la población de Australia nos ha devuelto imágenes de grandes avenidas vacías, sin apenas coches ni personas. Y es fácil volver, como aquel que tiene un dejavu, a la sensación de irrealidad ante aquellas imágenes de ciudades de todo el mundo, paradas, sin vida, de las primeras semanas de confinamiento. Como en aquella escena de Abre los ojos, en la cual el protagonista se encuentra, desorientado, deambulando en coche por las calles de un Madrid desierto, corriendo por en medio de una Gran Vía sin un alma, sin entender qué pasa. Amenábar, un visionario. Y la realidad, que supera la ficción. Ha pasado más de un año y, como al protagonista, seguro que a muchos nos sigue pareciendo un sueño.
La pandemia no sólo nos brindó esta situación extraordinaria de vacío, sino que vino acompañada de la oportunidad de una nueva mirada: la que trajeron aquellas semanas en las que por fin pudimos salir a la calle, sin más objetivo que deambular. Si ya hablamos del redescubrimiento de nuestras casas, de pronto nos vimos redescubriendo nuestro barrio y ciudad. Sin poder quedar, y con todo cerrado, caminar dejó de ser un medio para ir a algún lugar concreto donde hacer algo, convirtiéndose en el destino en sí. Devinimos flâneurs realizando una deriva, paseando por calles, o barrios, en los que nunca se nos hubiera ocurrido pasear. Redescubriendo plazas, jardines, diferentes caminos para llegar a la montaña y al mar, o diferenciando las calles con o sin árboles. Aquellos con defecto profesional, nos descubrimos repasando la ciudad, como una especie de Georges Perec en Saint Sulpice 1, sin nada más que hacer que observar y pensar. Y es que caminar y observar agudiza el ingenio: Ya lo decían Baudelaire y los situacionistas, y no en vano universidades como la ETSAB ofrecen una asignatura optativa llamada Caminar Barcelona.
Nuevo carril peatonal en carrer Pelai (Barcelona). De la autora/Andrea Robles
Por otro lado, las nuevas circunstancias de la emergencia de la pandemia, con la necesidad de crear espacios de mayor seguridad ante el virus, requirieron favorecer en todo lo posible la actividad en espacios abiertos, lo que propició cambios de uso. De esta manera, en la mayoría de grandes ciudades europeas, se peatonalizaron calles, se eliminaron carriles de coche en pos de la creación de nuevos carriles bici, y se ocuparon plazas de aparcamiento para la creación de nuevas terrazas. Nos encontramos caminando por en medio de una calle sin coches, arterias con más bicis que automóviles y avenidas amenizadas más que nunca por el sonido de las conversaciones en torno a una mesa.
El vacío, la nueva mirada y las nuevas maneras de hacer, si lo pensamos, no son sino equivalentes a los puntos de partida de cualquier proyecto: contexto, idea y acción creativa. La pandemia nos ha trastocado pero también nos ha mostrado nuevos modelos de ciudad: hoy resuenan con fuerza ideas como la multicentralidad, la ciudad de los quince minutos, la necesidad de ralentizar velocidades, la importancia de los espacios naturales, lo beneficioso de las interacciones humanas, el ocio más allá del consumo, los desplazamientos sin emisiones contaminantes, la vida no sedentaria… la humanización del espacio público.
¿Qué poso dejará esta inesperada experiencia? Lo cierto es que los tiempos se presentan más inciertos que nunca, pero, nos podemos quedar con la siguiente reflexión: Paradójicamente, una emergencia sanitaria ha permitido vislumbrar una ciudad más sana para las personas.