Dibujo de Pablo Amargo
Autor: Rogelio Ruiz Fernández
Decía Paco Umbral, que hay escritores de perro y escritores de gato. El veterano profesor de arquitectura de la Universidad de Sevilla, Juan Luis Trillo de Leyva, no nos cabe duda de que tipo es, ya que acaba de publicar: Casas deshabitadas, dilucidaciones sobre arquitectura (con gato).
El arquitecto‐cineasta brasileño Marcio Kogan, presentó un corto en la Bienal de Venecia (2012), en el que un gato recorre una de sus despampanantes viviendas. Todo cambia en tu cabeza cuando bajas el punto de vista a veinte centímetros del suelo. En esta nueva obra del sevillano, no veremos al felino, sino es en los dibujos, muy creativos por cierto, de Pablo Amargo, que acompañan los textos de la prosopopeya gatuna. Pero sí leeremos sus pensamientos animales verbalizados.
No solo se repasan casas deshabitadas que gustan a los mininos, sino también esos espacios interiores, no previstos, o mejor dicho, previstos para instalaciones, desvanes, sótanos bajos…. Todos esos lugares, que suelen disfrutar otros habitantes.
Cuenta muchas anécdotas con las que conectas. Por ejemplo, la sensación que tienes cuando andas por la parte superior de las bóvedas de una iglesia (él se refiere a la magnífica del Salvador de Sevilla) habitadas por palomas, y cómo, al descubrir la delgadez de la lámina por la que andas, te dan respigos.
Tiene gran importancia también, en estas páginas, la biografía personal de un niño de posguerra, sus experiencias, como hacía los deberes en una mesa grande en la cocina, donde el resto de la familia cocinaba, hacía punto, leía el periódico… La mesa, las mesas, nos dice, forman un plano horizontal a 80 centímetros del suelo en el que se realizan la mayoría de nuestras actividades (y uno recuerda con malicia “El cartero siempre llama dos veces”). Pero te hace pensar, ya que, nuestros padres también vivían o estudiaban en la cocina, pero nuestros hijos no participan de esa comunión generacional, se encierran en su habitación con el ordenador, eso sí, sobre una mesa también. Las mesas protegen a los gatos, y las buscan para dormir debajo, y no ser pisados sin querer.
Un profesor de proyectos lo que debe hacer es preguntárselo todo, y no dar nada, de antemano, por bueno. Pues esto es, para mí, la parte fundamental del texto. Sus
páginas rezuman sabiduría reposada, horas, días, años siguiendo la luz en el patio de su estudio. Su devoción por la introspección se muestra al citar a Álvaro Siza: “lo perfecto sería que no necesitásemos dibujar, que pudiésemos verlo todo en un proceso de reflexión interior”.
También en el libro, ejemplo muy querido por mí, el de la belleza calva de Don Alejandro de la Sota: como quitar uno a uno los pelos, lo que sobra, para llegar al
escollo puro (casi como Gil de Biedma: “Lo que no añade mata”). Este libro está lleno de frases bordadas, porque es arquitecto que sabe escribir, y así habla del: “exceso que acompaña a la mediocridad” y me lleva a otro andaluz, Muñoz Molina, y a otro epíteto: ”Vulgaridad lujosa de la arquitectura corporativa” (Cuando todo era sólido). Y es precisamente este desvestirse para llegar a lo mejor, de lo más interesante. Comenta ‐se lo oí en otra ocasión a la directora de la Architectural Asociation de Londres, la española Eva Franch Gilabert‐ que deberíamos votar una vez al año qué edificio de nuestra ciudad queremos derribar… Y el arquitecto‐escritor lo cuenta en otros ejemplos impresionantes, como, en un túnel sucísimo de Nueva York, un artista de la calle, dibuja borrando, quitando suciedad, y no saben cómo multarle, o si limpiar o no el túnel entero…
O en el capitulo “Todo es una casa, menos una casa” dice que “el proyecto de una casa debe realizarlo un arquitecto que no pretenda hacer arquitectura”, y te descoloca. ¡O se hacen casas o se hacen templos…! Y hablando de templos, el sacerdote Jorge Sangrador me descubrió al poeta hispano‐mexicano León Felipe: “para enterrar a los muertos, cualquiera sirve, cualquiera…menos un sepulturero”.
Supongo que lo que ustedes, como yo, buscan al leer, es que les abran campos, que les hagan pensar de otra manera, repensar, confirmar también sus pensamientos… Es un placer abrazar las ideas de Trillo de Leyva, que dirigió la revista PERIFERIA, y que nos muestra, una vez más, que la mayor centralidad está en la cabeza de uno mismo. Y eso no es egoísmo, sino que, más bien al contrario, al compartirlo con los demás, ¿por qué no alrededor de una mesa?, o con nosotros a través de las letras, deviene, al final, en la más pura generosidad.
Enlace al libro «Casas deshabitadas. Dilucidaciones sobre arquitectura (con gato)»