Autora: Elena Peñalta
Cada 16 de mayo se celebra el Día Internacional de la Luz. Esta celebración, promovida por la UNESCO, surge de la colaboración entre la comunidad científica y las empresas tecnológicas implicadas en el estudio y desarrollo de la iluminación; la fecha elegida conmemora la puesta en marcha del primer láser.
La luz es imprescindible para el desempeño de las funciones vitales de cualquier ser vivo, pero también se trata de una herramienta habilitadora fundamental para todos los ámbitos de la actividad humana. Tanto la luz natural como la luz artificial son parte indisociable de la arquitectura. La mayoría de los espacios se configuran para captar la luz adecuada para generar los ambientes propicios para la vida. La luz artificial apoya nuestra actividad allí donde la luz natural no alcanza.
En los últimos años se ha venido estudiando el impacto de la luz —especialmente la azul brillante emitida por las pantallas de todos los dispositivos a los que estamos expuestos— en los ritmos de sueño-vigilia. Se sabe que la luz influye en la regulación de los ritmos circadianos de los seres vivos. La exposición a la luz solar activa estos procesos fisiológicos que se repiten cíclicamente mediante la activación o supresión de la secreción de melatonina (una de las hormonas responsables de la sincronización temporal y que alcanza niveles máximos durante la noche). Existen algunos modelos teóricos que establecen una relación entre la disminución de la secreción de melatonina y la luz a la que se ven expuestos los sujetos, con la consiguiente alteración del sueño. El de Schulmeister 1, de 2004, detecta una disminución del 50% de la melatonina con una exposición de 66 minutos a la luz de una vela, y de 13 minutos a la luz generada por un diodo LED que emite luz blanca.
Nuestras ciudades son también cada vez más brillantes. La proliferación de alumbrado urbano con luminarias LED con temperaturas de color fría viene empeorando tanto la calidad del cielo nocturno como nuestra salud. La luz fría es responsable, además, de unos mayores niveles de contaminación, porque se difunde más eficazmente por la atmósfera que la luz cálida.
Aunque la luz artificial nocturna (ALAN por sus siglas en inglés) no se ha considerado hasta hace poco un problema a nivel ecológico, recientes estudios muestran que los cambios en la relación luz/oscuridad también afectan al crecimiento de plantas, a los patrones migratorios de las aves y a la fisiología de otros seres vivos.
La industria de la iluminación —y de la tecnología— ya ha empezado a buscar soluciones para paliar los efectos negativos de esta herramienta fundamental que es la luz. Los nuevos dispositivos móviles incorporan modos nocturnos que cambian el brillo de las pantallas, añaden un filtro cálido e incluso eliminan el color. En el sector de la iluminación arquitectónica, se están desarrollando cada vez más luminarias con emisión de blanco dinámico; esto es: un tono de luz variable cuyo efecto se aproxima al de la luz natural.
Un tratamiento adecuado y responsable de la luz es compatible con la actividad, con el respeto por el cielo nocturno y con el bienestar de las personas. Parece pertinente que las cuestiones aquí planteadas se conviertan en reflexión en el día que conmemora la luz.