Biblioteca personal de Lina Bobardi / Biblioteca personal de los Giedion».
Hace poco me compré un portátil y me sorprendió la cantidad de aplicaciones pre-ajustadas que me asaltaron sin permiso al abrirlo, prácticamente indicándome en qué invertir mi tiempo. Esta experiencia digital invasiva, un auténtico abordaje de mi cotidianeidad, me recordó algo que leí sobre cómo la tecnología transforma nuestro hábitat. El autor escribía sobre los peligros escondidos en un término tan común como el de “user”. Bajo la ilusión de un acceso libre al mundo por completo, la civilización nos empuja a convertirnos en usuarios de una cultura simplificada, mediada por la economía, empaquetada según sus intereses, un proceso que nos despoja de nuestra capacidad de elegir, decidir, incluso conocer. Eso me hizo pensar en el mundo aparentemente infinito y objetivo que se abre cada día ante nosotros en las pantallas en contraste con la construcción subjetiva y limitada que es cualquier biblioteca personal. Pienso en ella como proyecto, una creación lenta y muy consciente, conectada con los propios intereses, y abierta al encuentro accidental, casual e inesperado… Todo lo contrario de un programa instalado por defecto.
Una biblioteca así puede ser una herramienta de proyecto además de una aventura vital, capaz de convertir la práctica profesional un experimento placentero y fascinante. Un experimento personal pero también compartido, conectado a la propia vida y al horizonte de los cuidados mutuos del que emerge la cultura del libro. Una biblioteca integrada, conectada vitalmente con nuestras verdades personales, puede expandir, intensificar y enriquecer cada vía de trabajo emprendida. Pero para que se de este tipo de conexión tiene que haber en ella libros de pensamiento y crítica, que nos ayuden a cultivar una actitud reflexiva y una distancia crítica ante todo lo que se nos ofrece seductoramente. Así podremos tal vez despegarnos de las estructuras aprendidas y entender cómo nos ayudan o limitan, liberarnos de lo que se espera de nosotros casi de forma automática, y conectar con lo que de verdad nos motiva, lo que verdaderamente somos. Desde allí es posible decidir lo que podemos aportar a la tarea compartida de gestionar la habitabilidad.
Construir y proyectar una biblioteca así implica, por tanto, un compromiso. Pero también puede ser una experiencia placentera que estimule nuestra capacidad creativa, nuestra intuición y entusiasmo. Incluso si ya disfrutamos nuestro trabajo al máximo, con ella va a ser aún mejor, porque nos ayudará a conocer nuestro potencial, expandirlo y vincularlo a lo que nos importa y nos desafía personalmente y en comunidad. Cuando percibamos que algo no va bien, una biblioteca así puede ser, como defendía Cicerón, una amiga que nos reconforta y guía, que nos ayuda a obtener la claridad para decidir a qué atender y qué cambiar, incluso a mantener la confianza y el ánimo en medio de la incertidumbre. Puede ayudarnos a valorar mejor nuestro trabajo y el de los compañeros, porque nos hará sentir que existen horizontes compartidos por encima de nuestras diferencias. Nos puede ayudar a superar la creencia, tan debilitante, de que somos individuos aislados compitiendo entre sí, pensando que nuestras diferencias nos hacen enemigos en vez de aprender de ellas. Tal vez sea idealista pero estoy convencida de que las bibliotecas pueden ser herramientas de empoderamiento personal, profesional y colectivo. Nos dan fuerza, confianza y placer y nos pueden ayudar a romper la inercia y tomar acción en tantos aspectos que requieren hoy evaluación, ajustes, mejoras…