(Foto: Lacaton & Vassal)
El otro día se concedió el Pritzker a Anne Lacaton y a Jean-Philippe Vassal (L&V), no a su estudio, porque los premios siguen siendo nominales. Es imposible no alegrarse de esta noticia. Antes de celebrarlo, pongamos algo de agua al vino: el Pritzker es un premio político. Lo es cuando se da mal, lo es cuando homenajea a una vieja gloria y lo es ahora. L&V tienen todo lo que conviene al discurso actual: abanderados de la renovación urbana, de la sostenibilidad, de lo rabiosamente social, ¿les han dado el premio a ellos o a lo que representan? Su premio puede significar tanto la recompensa a una trayectoria consistente como un toque de atención para otros estudios más oportunistas en busca de nuevos horizontes profesionales o de su enésima maniobra de blanqueamiento comunicativo.
Porque el Pritzker a L&V es, ante todo, un Pritzker profesional. L&V son arquitectos. ARQUITECTOS. Así, en mayúscula. Ante un panorama de lucha por el mantenimiento de nuestras competencias, ellos las amplían. Su obra reivindica qué puede hacer un arquitecto frente a otros profesionales de la construcción: pensamiento lateral, complejo, capaz de moverse con toda libertad por todo este magma de etiquetas que tienden a cuartear e hiperespecializar la profesión. Su obra se queda a medio camino de todo porque es desde el centro donde obtienes la mejor visión en perspectiva. El premio a L&V es una gran noticia para la profesión. Incluso para sus más furiosos (y clasistas) detractores.
Pero este artículo se quedaría cojo si no me refiero al tan cacareado no hacer nada que se coloca en el centro de los elogios al galardón, un no hacer nada sobre el que yo también escribí en su día no como centro del elogio al buen hacer de estos arquitectos, sino como una parte más de su arsenal de recursos. Porque joder si L&V no hacen nada. Pongamos su ejemplo más extremo: la plaza Léon Aucoc de Burdeos. Allí hicieron algo muy importante, capital: descubrir que eso ya era un lugar. Un lugar respetable y bello.
Porque de eso va este Pritzker: de la belleza.
He reivindicado la dimensión profesional de la obra de L&V. Ahora voy a reivindicar su dimensión artística y cultural. Mucha gente se pregunta por qué no dan el Pritzker a Chipperfield, con todo lo que su obra significa para el revisionismo clásico, su fusión con el Movimiento Moderno, su sentido de la firmitas, etcétera. La respuesta es muy fácil: L&V están en la misma onda y van mucho más allá, repensando esta firmitas desde cero, poniéndola en función de los parámetros de una sociedad cambiante, disolviéndola con toda autoridad para desequilibrar la balanza en favor de la utilitas. Pero ahí está la venustas para reequilibrarlo todo, incluso con más potencia que en el caso de Chipperfield. Venustas, para los despistados, viene de Venus y significa belleza. La obra de L&V revisa este concepto, lo baja del pedestal, lo patina y, a la vez, lo solemniza a tope. La venustas de la obra de L&V está en el espacio. En su voluntad de definición espacial, en su tremenda potencia espacial, en su capacidad para crear emoción a partir del tamaño. Esto es el rasgo más destacable de su obra. Más que la epidermis. Porque en el espacio está todo. ¿Qué son las viviendas de Burdeos? Joder, unas viviendas GRANDES. Perdón, me emociono. Para ellos, el tamaño sí importa. Una vivienda social es social porque es pequeña y compartimentada. Si la doblas en tamaño ya es eso y puede ser otra cosa y puede ser lo que te dé la realísima gana. Dimensiones, proporción, aire, luz. Siendo unos arquitectos canónicos, L&V han ampliado y redefinido este canon y son unos de los responsables directos de catapultarlo al siglo XXI.
Brindo por ello.