
Museo Guggenheim, Nueva York. Fotografía de Ajay Suresh
«Casi todos portamos un sello de “competencia especializada”. Y, sin embargo, sólo puede diseñar bien una casa quien ha vivido la experiencia de diseñar un museo, y viceversa».
Álvaro Siza 1
Una de las críticas más habituales que se hacen a la enseñanza actual de la arquitectura es la excesiva distancia que existe entre los conocimientos impartidos en las escuelas y la realidad de la profesión, el día a día del arquitecto. Desde hace tiempo, y al igual que ocurre con otras disciplinas, existe un debate sobre la conveniencia de adaptar la formación arquitectónica a las necesidades del mercado laboral y a los ámbitos de trabajo más demandados en la actualidad como pueden ser, por ejemplo, la rehabilitación de edificios, la eficiencia energética o las nuevas tecnologías de representación o de construcción.
Podría parecer sorprendente e irónico, pues, que, en un contexto difícil, de enorme inestabilidad y precariedad como el que atraviesa la arquitectura desde hace tiempo, las escuelas sigan enseñando a los alumnos a diseñar museos o rascacielos cuando quizá ninguno de ellos tenga la oportunidad de construir alguno durante toda su carrera profesional. ¿No resultan, este tipo de ejercicios, más propios de gloriosas épocas pasadas? Esta aparente desconexión de la realidad por parte de los programas académicos de muchas asignaturas de proyectos ha sido puesta de manifiesto y criticada en más de una ocasión.
Sin embargo, las palabras de Siza nos muestran aquello que es evidente: es necesario que el arquitecto disponga de un buen conocimiento general de su profesión que le permita desarrollar su trabajo en diferentes contextos y a distintas escalas. El arquitecto debe ser capaz de entender primero para intervenir después, algo que se adquiere siempre a través de la práctica y el estudio. Limitar la formación de los alumnos a tan solo aquellos temas en los que a priori puedan tener más oportunidades de trabajar en el futuro impide que puedan adquirir este conocimiento general indispensable en cualquier operación de proyecto.
Durante la etapa de formación es interesante que los alumnos trabajen en proyectos de distinta clase y envergadura para que perciban y comprendan las similitudes existentes en todo proceso de diseño. El cómo se genera la idea, la composición de los elementos, la jerarquía de los espacios, el control del programa, de la escala y de las proporciones, el tratamiento de la luz, la materialidad o la estructura, son temas comunes tanto en el diseño de un museo como en la reforma interior de una vivienda. Pero, evidentemente, existen diferencias que es indispensable conocer para encontrar el tono adecuado de cada proyecto y comprobar su validez. Son las mismas diferencias que existen entre el diseño de la fachada de un ayuntamiento y el de un bloque de viviendas, las que determinan la justa medida de las cosas.
Este camino acelerado hacia la especialización del arquitecto es al mismo tiempo un camino hacia la reducción y el empobrecimiento. Sin duda, las escuelas de arquitectura deben ofrecer las herramientas para facilitar la incorporación de los recién titulados al mercado laboral, pero evitando aquellas visiones excesivamente pragmáticas y asegurándose de proporcionar ante todo una formación completa. Porque incluso para ser un buen especialista es necesario ser, ante todo, un buen arquitecto.