Mi niñez transcurrió en un barrio obrero entre astilleros y vestigios de siderurgias. Era un Gijón “piranesiano” con más pátina que el actual, y la complejidad e interés que le aportaba su historia industrial en trámite de convertirse en memoria, en patrimonio desaparecido o transformado como argumento de proyecto. Un entorno que me intrigaba, pero que no fui capaz de descifrar desde mi propia óptica hasta que inicié los estudios de Arquitectura y comencé a leer el paisaje de mi infancia y sus elementos desde las herramientas que me facilitó la disciplina que había elegido por vocación.
En mi camino diario al Campus de Zapateira avistaba desde el autobús interesantes estímulos que me acompañarían a lo largo de la carrera y que dirigieron mi interés hacia la arquitectura industrial: el concesionario con el famoso Mercedes elevado en Alfonso Molina, más adelante el interesante concesionario de la SEAT, la Fábrica de Coca Cola casi a la salida de la ciudad… Pronto descubriría que estos dos últimos edificios habían sido concebidos por el mismo arquitecto con cuya lección magistral dio arranque el primer curso de mi promoción: Andrés Fernández Albalat-Lois. Tiempo después reviví esta mezcla de emoción e intriga que experimentaba cuando el autobús rebasaba estos ejemplos magníficos de arquitectura industrial cuando Juan Domingo Santos nos explicaba cómo la azucarera que captaba su atención desde el tren que tomaba camino de la escuela terminó por convertirse en el espacio que albergaría su estudio de arquitectura 1.
Fernández-Albalat, al que tristemente echamos de menos tras su desaparición, no sólo dejó grandes lecciones académicas a sus alumnos, sino que también conformó un interesante legado de arquitectura industrial, merecedor de su inclusión en el Registro del DOCOMOMO Ibérico 2. Una colección de proyectos que por su cercanía histórica y mantenimiento en uso pueden considerarse valiosos ejemplos de patrimonio vivo.
Uno de ellos es la Fábrica de cerámica de Sargadelos en Cervo, Lugo, proyectada por Fernández-Albalat con la colaboración de Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane, y objeto hace casi un año de una de las visitas de las últimas Jornadas Internacionales de Patrimonio Industrial INCUNA, en una normalidad no tan nueva y menos distante. Una obra maestra de la arquitectura industrial contemporánea, en un paraje casi mágico rodeado de la frondosa vegetación de los bosques gallegos y en la que espacio de trabajo, proceso manufacturero y concepción artística se unen para conformar uno de los ejemplos más extraordinarios de complejo industrial en la historia reciente de la arquitectura española. Una fábrica que siempre es la misma y que, sin embargo, en cada visita, nunca es igual.
Lugares que volveremos a disfrutar, espacios que revisitamos en nuestra memoria con la construcción de matices que aportamos a través de nuestra lente personal. Son estas pequeñas obsesiones de estudiante que se convierten en pasiones durante la vida profesional. Un camino a la escuela que, en mi caso, reforzó mi interés por el patrimonio y la arquitectura industrial. Pequeñas historias que encierran, quizás, la respuesta al enigma de las referencias que nutren el proceso creador de nuestra vocación.