Españoles… la Arquitectura ha muerto.
No quisiera ser alarmista, pero es que ha muerto.
O la hemos matado. Como el Capitán a los mandos del Titanic, hemos conducido ¿sin saberlo? la Arquitectura a un iceberg que no podía abocarnos a otra cosa que a un estrepitoso naufragio.
El exceso de encargos y la pomposidad económica de principios de siglo, lejos de generar mejores arquitecturas, nos llevaron a ‘fabricar’ edificios en serie con la exigua reflexión que implica un copia-pega. A esto se sumaron las espectaculares arquitecturas que malentendieron que el único servicio que la Arquitectura icónica debía ofrecer a la ciudad era generar fotos de postal para turistas.
Por acción u omisión, los arquitectos dejamos morir la Arquitectura. En el primer caso, abandonada a la suerte de promotores y constructores cuyo principal interés era el económico, sin anteponer los intereses inalienables a la Arquitectura. En el caso de las segundas, por arrodillarnos ante la egolatría política que buscaba una portada de prensa, ignorando los verdaderos parámetros que conforman la Arquitectura.
Y ahora nos lamentamos porque la profesión perdió prestigio y con él unos honorarios dignos.
Pero la profesión no perdió prestigio. Aunque sea injusto generalizar, nosotros -los arquitectos- lo regalamos a manos llenas dejándolo en manos vacías de conocimientos teóricos.
Mientras la orquesta seguía tocando, olvidamos –u omitimos- algo tan primigenio como la Santísima Trinidad vitruviana: Firmitas, Utilitas y Venustas.
La Arquitectura, la de verdad, debe ser sólida. Pero también dar respuesta a una función. Y también mostrar una cualidad estética objetiva.
La Arquitectura que elude la función no es mucho más que mera escultura. Y de igual forma, la Arquitectura sin valor estético es simple edificación.
No quiero ser alarmista, pero es que la Arquitectura ha muerto.
No lo digo yo; me lo reconocía recientemente una voz tan autorizada como Alvaro Siza:
<<La Arquitectura acabó… Si yo hago un trabajo para el señor tal, y es luego el constructor el que paga… tienes que aceptar todo lo que dice el constructor. No puedes hacer otra cosa.
Y el constructor tiene que ganar dinero. Antes el arquitecto podía exigir porque firmaba el contrato directamente. Ahora es el constructor, y tiene otros intereses que son incompatibles con hacer buena Arquitectura>>.
La Arquitectura ha muerto. Nosotros la matamos.
Cuando menos, la dejamos morir. Nos limitamos a dar al cliente lo que quería, sin pensar más allá, como si un médico recetara siguiendo los designios del paciente sin realizar diagnóstico alguno.
Viajamos confiados en nuestro camarote de primera para terminar corriendo a comprobar con frustración que en los botes salvavidas del Starsystem no había hueco para todos, mientras el grueso de la profesión debía elegir entre saltar del barco y reinventarse laboralmente o sobrevivir a duras penas aferrado a algún tablón en forma de pequeño y mal pagado encargo.
Pero no quiero ser alarmista. Si nosotros la matamos, nosotros tenemos la oportunidad (y responsabilidad) de revivirla. Y para ello debemos recordar que en la Arquitectura radica una importante función social. Y ésta no consiste en dar a la gente lo que quiere, sino en entender y proporcionar a la sociedad lo que realmente necesita.
La Arquitectura ha muerto… ¡Larga vida a la Arquitectura!
Brillante artículo. Tiene mucha razón.
El artículo puede resultar polémico y especialmente doloroso para muchos de los arquitectos que ejercieron su profesión en los años de las «vacas gordas». Es evidente que, al generalizar, se entienden exentas de culpa honrosas excepciones; pero el autor, no solamente dice verdad, sino que trata de despertar conciencias para contribuir al renacimiento de la ARQUITECTURA.
Pues sí. Álvaro Siza lleva advirtiendo de ello desde hace mucho tiempo y pocos son los que le hacen caso. Por esto son tan necesarios artículos como este.