Continuando con la reflexión iniciada en el post anterior, citábamos a la antigua alcaldesa de Madrid cuando decía que “la ciudad te cuida” y es cierto que así ha sido, si bien su densidad, el continuo contacto interpersonal o el transporte público han contribuido a que sean muchos los que han tenido que ser cuidados, frente a los menos que lo han necesitado en lugares donde la densidad brilla por su ausencia y la posibilidad de contagiarse se reducía a que alguien venido de fuera actuara como transmisor. 1
De lo sucedido, hemos aprendido que se puede trabajar, mejor o peor, casi con total normalidad en muchos casos desde casa, reduciendo el cansino presentismo laboral de las oficinas que malogra la conciliación familiar. Será posible quedarse en casa y sacar el trabajo o ser prudente y no acudir a trabajar enfermo, resfriado, con gripe o con un trancazo que ni se sabía qué funestas consecuencias podía tener al ser dispersado en el ambiente laboral.
La desgracia y la tristeza de la epidemia estará ahí no se sabe por cuánto tiempo. No obstante, puede que valoremos más cosas que antes dábamos por sentado. Cualquier ocasión será mucho más especial y puede que ya no haya ni viajes relámpago para una reunión que bien puede celebrarse con una simple videoconferencia, ni tampoco escapadas de fin de semana para ver una inauguración en Londres o disfrutar de un evento musical o deportivo en otra capital europea.
La idea se antoja triste y la vida pierde, no cabe duda, pero esos viajes y otros hábitos ahora menos frecuentes nos harán plantearnos si todo ello era necesario o la lectura de un buen catálogo comentado y una visita virtual o un concierto en casa como están proponiendo con éxito muchas plataformas e incluso organizadores de eventos musicales 2 es suficiente.
Serán renuncias que harán nuestras vidas un poco menos emocionantes pero también harán que valga la pena el esfuerzo individual –económico, organizativo, de tiempo- pero también colectivo –medios, contaminación, transporte, daño al planeta, riesgo de contagios- que se suman siempre que ocurren estas acciones tan habituales hasta ahora.
Quizá, como en el libro de Santiago Lorenzo, “Los asquerosos” seremos aquellos que vamos al campo con la torpe mentalidad del habitante de la ciudad, que quiere hacer allí lo mismo pero con un paisaje diferente de fondo. Entonces, nos habremos ganado a pulso, como ocurre en el libro, que nos llamen mochuflas,3 porque no habremos aprendido nada. Pero si somos capaces de hacer que esta desgracia haga mejor nuestra relación con el medio, quizá esta tristeza infinita tenga un mínimo consuelo.
Imagen de portada: Fotografía del autor Paco Casas.