Cuando éramos libres

Ahora que el estado de alarma obliga a quedarse en casa añoramos cuando éramos libres…

 

Inmersos en la vorágine frenética diaria, habíamos hecho de nuestros hogares hoteles con media pensión donde apenas cenar y dormir. Salíamos de casa temprano para ir a trabajar, comíamos en el trabajo para no perder tiempo y volvíamos a casa de noche, cuando nuestros hijos ya estaban dormidos.

Escapábamos el fin de semana a playa, montaña o cualquier sitio con tal de no sentirnos presos en casa.

La sociedad nos hizo creer que sentirse realizado requiere trabajar 12 horas al día, hacer deporte, aprender idiomas y en resumen llenar cualquier hueco en blanco de tu cronograma (en esto los arquitectos éramos expertos ya como estudiantes, cuando dormir la noche anterior a una entrega parecía un fracaso).

 

Y de pronto, chocamos con una realidad en la que debemos parar.

Ahora lamentamos haber suprimido el balcón para ganar un metro de dormitorio o cerrar el porche para ampliar el salón. Porque en lugar de la ‘máquina de habitar’ de Le Corbusier, nuestros hogares eran zonas de paso.

Mascarillas, geles y papel higiénico aparte, todos nos afanamos en conseguir un poco de vitamina D por encima de cualquier cosa; esperamos el momento en que cuatro rayitos de Sol entran por la ventana casi con el mismo entusiasmo que esperamos que lleguen las 20h para aplaudir a los sanitarios (¡bravo por ellos!). Y sin embargo nunca antes pensamos que nuestras casas tuvieran poca luz.

 

Hemos pasado de vivir confiados a confinados en lo que un Fórmula 1 pasa de 0 a 100, encajando la decepción de que nuestros hogares no están preparados para la nueva forma de habitar exigida.

Improvisamos despachos profesionales en dormitorios o salones, gimnasios en balcones, y hasta usamos cocina o comedor como zonas donde pasar largas sobremesas, ¡en ocasiones incluso hablando en familia!

Nos adaptamos, pero seguimos echando de menos cuando éramos libres.

La libertad que da el despertador sonando cada día a la misma hora para ir a trabajar…

La libertad que sientes sumido en un atasco de camino al trabajo o sumergido en el metro en hora punta…

La libertad de correr para llegar igualmente tarde a la siguiente reunión, poniendo la excusa del tráfico…

La libertad de comer en 10 minutos mientras respondemos correos y llamadas que no ‘pueden’ esperar…

La libertad de abandonar una reunión para recoger a los niños del colegio, dejarlos en inglés, y llevarlos después a sus actividades deportivas, sin perder un minuto para no llegar tarde a nuestra clase de spinning…

La libertad de llegar a casa tarde y agotado, cenar rápido y acostarse para repetir cada movimiento al día siguiente como autómatas…

 

Pensamos que esta situación nos priva de libertad, pero la realidad es que nosotros mismos nos ponemos las esposas colocando el reloj en la muñeca cada mañana.

Esta parada en boxes nos brinda la oportunidad de entender (o recordar) lo que de verdad importa, tapado por cantidades ingentes de lo que consideramos urgente y olvidado en algún armario.

 

Aprovechemos para sentirnos William Wallace y recuperar nuestra libertad… La que no depende del dónde sino del cómo. La de cuando éramos libres… de verdad.

 

Por:
Arquitecto por la U. Europea de Madrid y la New School of Architecture and Design de San Diego (California, USA). | MArch bajo la docencia de Álvaro Siza, E. Souto de Moura, Aires Mateus, Carlos Ferrater o Fran Silvestre entre otros. | Doctor Sobresaliente Cum Laude por la U. Politécnica de Valencia. Actualmente compagina la actividad investigadora con el trabajo del estudio (www.raulgarcia-studio.com)
  • SOLEDAD - 11 mayo, 2020, 12:25

    Es un gran articulo. Me parece una reflexión maravillosa que muchos pensamos pero no sabemos explicarlo así de bien. Enhorabuena y por favor sigue ecribiendo así

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