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“¿Tú sabes la película esa… que era un día y otro día y otro día lo mismo…? (…) Que yo decía, «¡si es igual!»… pues eso, eso es lo que pasa aquí, que to los días es lo mismo”
Día #38 de confinamiento. El estado de alarma ha sido prorrogado en España hasta el 9 de mayo de 2020. A pesar de la buena conducta, ni siquiera a Saray Vargas (Vis a Vis, 2015), condenada a 4 años en Cruz del Sur por reiterados robos a mano armada, le han podido conceder un tercer grado. Y es que en estos días, aunque todavía no llevemos ningún plano tatuado en el pecho, a lo Michael Scofield (Prison Break, 2005), muchos nos sentimos tan aprisionados como los protagonistas de estas ficciones carcelarias.
Al igual que Piper Chapman (Orange is the new black, 2013), el mundo entero ingresa “voluntariamente en prisión” por un delito que cometió hace mucho tiempo. Cumplimos condena en un entorno que puede convertirse en más hostil de lo que parecía: la prisión de nuestra propia casa. En las ciudades españolas, compartimos “celda” de 70 m2 para dos personas de media1 ; en otros países como Holanda, la media es 65 m2, y algo más baja en capitales como Ámsterdam con viviendas de 49 m2. Para las reclusas de la Penitenciaría Federal de Litchfield esto sería todo un lujo, pero a nosotros se nos siguen quedando pequeñas nuestras cuatro paredes de libertad.
Vivir en confinamiento plantea numerosos retos en nuestras rutinas diarias y nos invita a reflexionar sobre los espacios que habitamos. Conciliar dinámicas personales y familiares con las laborales y sociales, en un mismo espacio compartido y sin poner en riesgo nuestra salud, es un desafío muy complejo al que intentamos dar respuesta en nuestras viviendas.
Salones transformados en aulas, cocinas en guarderías, terrazas en gimnasios y vestidores en despachos. La tecnología nos permite descargar el último memo del servidor de la oficina, hacer una videollamada con la abuela o ver el último capítulo de La Casa de Papel (Season 2-Part 4) desde la comodidad de nuestro hogar; pero hacerlo simultáneamente y en la misma habitación, además de colapsar la red de Internet, puede traernos un buen dolor de cabeza.
Si queremos sobrevivir al caos en nuestras casas, ahora más que nunca debemos flexibilizar las funciones de cada estancia al tiempo que respetamos unos estrictos horarios dignos de cualquier prisión que se precie. Las ventanas serán nuestros barrotes; los balcones, nuestro patio; las mascarillas y guantes, nuestros uniformes; y las escapadas a la casa del pueblo, nuestros intentos de fuga.
Debemos ser solidarios y mantener la disciplina, incluso cuando se nos conceda la condicional; salir al supermercado solo en días de permiso, mantener la distancia de seguridad en los vis a vis y seguir a rajatabla las indicaciones de los funcionarios de prisión. Y aunque aún no hayamos averiguado de qué película 2 hablaba, cuando la vida entre rejas sea demasiado dura, recordemos que no estamos solos: tenemos a Saray.
Autor: Iñigo Berriozabal
Nacido en Bilbao y graduado en Arquitectura en el año 2017 por la Universidad de Navarra, realizó su Proyecto de Fin de Grado (M Arch) en Ámsterdam, donde reside desde finales de 2018. Tras su experiencia en tres estudios holandeses locales, en la actualidad trabaja como autónomo. Recientemente ha participado en el Festival des Architectures Vives (FAV 2019) en Montpellier.