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Fernández Palomares, F. (Coord.) » Sociología de la Educación», Madrid: Pearson Prentice Hall, 2003.

¿Qué nos enseña la ciudad?

Ciudad en perspectiva egipcia, autora Virginia Navarro

La ciudad, a través de sus espacios, nos concede una importancia social. Y esa categorización educa a los ciudadanos. Así, por ejemplo, cuando se crean para la infancia espacios vallados, en cuyo interior hay columpios y un suelo de caucho, el niño aprende que está socialmente separado del mundo adulto, que su seguridad es el parámetro principal de diseño y que su diversión pasa por la adquisición, como si fueran juguetes de moda, de un mobiliario de juego repetido en cualquier ubicación urbana. No hay una identificación por tanto del niño y su juego infantil con el barrio o el entorno, sino que, desde su infancia, se educa en una suerte de globalización del espacio común.

Esta globalización se repite, refortalecida, en la vida adulta. El comercio local va progresivamente desapareciendo a favor de franquicias internacionales que ocupan lugares de la ciudad donde la belleza ha devenido, en un giro fatal y poderoso, un bien de consumo. La armonía urbana lograda tras siglos de historia «vende». Esto desplaza a los habitantes autóctonos a nuevas ubicaciones donde, desposeídos, aprenden que los espacios identitarios de su ciudad pueden comercializarse y convertirse en un escenario vaciado de la solidez de lo cotidiano a favor de la fugacidad del visitante de paso.

Sin embargo, cualquier deriva excesiva en una dirección genera espontáneamente sus focos de resistencia. Así, por una parte estamos siendo testigos de cómo colectivos minoritarios (discapacitados, ancianos, asociaciones de vecinos, mujeres o niños) reclaman un espacio democrático donde la ciudad sea equitativa para cada uno de sus habitantes. Y como a su vez las escuelas, conscientes del papel educador de las ciudades y de su capacidad de transmitir valores y oportunidades, intentan generar un compromiso social a través de la figura de las «ciudades educadoras».

En un momento donde las etiquetas se multiplican, resulta importante ubicar esta iniciativa, cuya primera carta fundacional se redactó en Barcelona en 1990.  Por ello es interesante destacar algunos de sus objetivos principales:

Crear un sistema público e igualitario, que vaya más allá de la escuela y que tenga en cuenta a todos los agentes educativos.
Un proyecto para toda la ciudad que permita marcos de decisión local.
– Lograr que el profesorado, como principal capital humano para la formación de intenciones educativas, esté próximo a la comunidad.
– Conseguir la mejora de las prácticas educativas familiares desarrollando formas de apoyo social para las mismas 1.

Y todo lo anterior para habitar ciudades sostenibles, coeducativas, donde la cohesión y la justicia social  se base en la igualdad de derechos; donde la formación capacite a las personas para aprender a lo largo de toda la vida y para transformar la información en conocimiento; donde se combata el analfabetismo y donde la ciudadanía sea culturalmente activa.

Como iniciativa experimental de la ciudad como espacio educativo destaca, tan radical como interesante, la propuesta que los anarquistas desarrollaron en los años 60.  Paul Goodman (EEUU) defendía que la educación más importante sucede fuera del espacio escolar y proponía utilizar directamente los edificios y espacios públicos como lugares de aprendizaje. Esto significaba la desaparición del aula y el uso de fábricas, museos, parques, etc., como lugares de intercambio social donde profundizar según los intereses del grupo de alumnos (constituido por no más de 20 personas). De forma similar Colin Ward (UK) tanto en su artículo «Schools no longer»  como en sus contribuciones al libro Education without Schools (Buckman,1973) propone que el aprendizaje se dé fuera del recinto escolar, utilizando el entorno urbano como recurso y promoviendo una escuela no definida por sus límites espaciales.

Hoy que la educación se asume como un proceso holístico y la escuela reclama la necesaria colaboración de comunidades y gobiernos locales en la enseñanza, quizás sea especialmente necesario abogar por los valores educativos igualitarios, respetuosos y culturales de nuestras ciudades, utilizando para ello los recursos que éstas nos ofrecen. Porque la urbe seguirá educando, intervengamos activamente en el proceso o no, y de momento va ganando la fuerza económica del mejor postor.

Notas de página
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Fernández Palomares, F. (Coord.) » Sociología de la Educación», Madrid: Pearson Prentice Hall, 2003.

Por:
Es arquitecta por la ETSA de Sevilla (2003) y Máster en Arquitectura y Patrimonio Histórico (2008). Primer premio por su fin de carrera en la XXI Edición del Premio Dragados. Se forma en el estudio de Ricardo Alario, con quien comparte actualmente actividad profesional . En 2011 funda junto a Tibisay Cañas, Laura Organvídez, Ana Parejo y Sara Parrilla cuartocreciente arquitectura, una iniciativa creada con el objetivo de mejorar los tres espacios principales en los que se desarrolla la niñez (casa, escuela y ciudad) a través de la investigación, los talleres de arquitectura, la realización de proyectos y el diseño de objetos. Actualmente desarrolla un tesis sobre el espacio de juego exterior en la infancia, dirigida por Ángel Martínez García-Posada. Ha escrito y presentado diversas comunicaciones sobre el playground y el juego del niño en la ciudad.

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