Fotomontaje del autor. Elogio al espacio urbano densamente habitado.
Discurría 1865 y, debido a la legislación existente para las locomotoras, los automóviles británicos debían circular a una velocidad límite de 2millas/h dentro de las poblaciones mientras iba una persona caminando por delante blandiendo una bandera roja.
Traigo a colación esta anécdota no porque piense que en un alarde de imaginación y humor alguno de nuestros nuevos legisladores proponga su reinstauración con ánimo de limitar emisiones, espero, sino como ejemplo de las cosas extrañas que pueden suceder cuando en momentos de cambios de paradigma se mantienen estructuras y legislaciones pretéritas.
En urbanismo siempre parece difícil que pueda producirse cambio alguno. Los sistemas legales existentes son garantistas y quienes los aplican tienden a ser reacios a experimentar. Sin embargo, el modelo ya ha empezado a revisarse e incluir nuevas variables: el mayor fondo de inversiones mundial Black Rock se pregunta por el valor a largo plazo de los activos inmobiliarios e infraestructuras en un entorno de cambio climático y las aseguradoras, en ese ánimo que tienen por no quebrar, se toman muy en serio los riesgos relacionados con incendios e inundaciones. Parece que finamente será la economía quien termine imponiendo una disciplina urbanística sostenible.
Y como de urbanismo sostenible hablamos, me gustaría tratar un tema del que se habla mucho de un tiempo a esta parte: la España vacía -o vaciada-; discurso recurrente y que entiendo en contraposición de la llena.
Habría que preguntarse el porqué de las concentraciones de población. ¿Acaso la facilidad de acceso a la vivienda? Unos datos: el precio medio de la vivienda en el centro de Madrid alcanza los 5.000 €/m2; un piso apartamento de 50 m2 les podría costar 250.000 € con cierta facilidad; el mismo inmueble les saldría por unos 90.000 € si éste se encontrara en la periferia, algo menos incluso en una capital de provincia mediana. A partir de ahí, baja en caída libre dependiendo de la población.
Tenemos igualmente el curioso dato de que son muchas de las provincias menos pobladas las que mantienen índices de esperanza de vida superiores a la media (algo deben tener el frío y/o el agua en Soria que les hace estar a la altura de Japón). Existen también elementos subjetivos que provocan el éxodo ciudadano en días de asueto de la ciudad al campo.
Si no es por el coste de acceso a la vivienda o la esperanza de vivir más y sin estrés, nos podemos imaginar los motivos de esta concentración: el acceso a servicios y la economía de escala.
Les planteo mi elogio de la densidad. Por mucho que nos parezca sugerente hacerlo, no debemos ni podemos renunciar a ella, pues nos permite mantener estándares de calidad de vida optimizando los recursos necesarios: limita el tamaño de las redes de distribución y transporte, facilita la recogida y tratamiento de residuos, permite acercar los puntos de consumo a la generación, limita los riesgos naturales derivados de una ocupación irresponsable del territorio… creo que no les descubro nada que no sepan del urbanismo que necesitamos.
Evitemos las visiones extremas, tanto de sistemas tecnológicos carentes de sentido común que permiten que todos los rascacielos en Las Vegas tengan certificaciones Leed Platino como aquellas en exceso románticas que impiden la valoración adecuada de la densidad. Con suerte y visión de futuro, podremos dejar las banderas obsoletas aparcadas.