La arquitectura que históricamente ha sido llamada y estudiada como tal es la representativa: grandes proyectos oficialistas y caros. De estos no hay tantos, así que rápidamente1 llegó el momento en que hubo más arquitectos que proyectos. En ese momento, la representación y la crítica de arquitectura se convierten en instrumentos de poder que ayuden a imponer la arquitectura elegida, y, más importante, al arquitecto de turno, a las mentes de los promotores que se la puedan pagar.
Después llegó la oposición: publicaciones con distribuciones limitadísimas. La oposición era (en pasado) minoritaria. La única arma con la que cuenta (en presente) para imponer su criterio es el tiempo. Éste es el esquema actual. Todavía.
Excepto que ahora las tornas están giradas: las publicaciones oficialistas tienen una distribución ínfima comparadas con su oposición, que, vehiculada a través de los nuevos medios de difusión, cuenta por vez primera con grandes audiencias: centenares de miles contra decenas, las decenas que tienen dinero. Pensemos, si no, en el presupuesto que maneja hoy en día la redacción de una revista de arquitectura comparado con lo que cuesta la producción de un vídeo de difusión de YouTube, un post de un blog o una historia de Instagram.
Luego comparad esto con el alcance de las dos iniciativas.
El juego de poder asociado con las publicaciones, críticas, congresos y eventos presenciales varios sigue inalterado. Sólo que ahora el arquitecto que sirve al poder está desnudo. Hace lo mismo, pero sin la capacidad de influencia que tenían los conductos de difusión oficiales. Al otro lado: gente con ganas de soltar un mensaje y un medio virtualmente gratuito para hacerlo. Su tono fresco, antiacadémico, descarado, divertido, arrasa sin que se les pueda oponer otra cosa que altivez y clasismo.
Pensemos, por ejemplo, en la youtuber Ter. Sin siquiera saber su apellido se ha convertido en la difusora de arquitectura más popular del país. Las cifras no mienten. Ter demuestra un carisma que hace que un video suyo tenga más influencia que, pongamos, el último premio FAD de Pensamiento y Crítica2. Ter tiene criterio. Su criterio. Hace no demasiado tiempo éste hubiese sido invisible al ser rechazado por los medios con capacidad de distribuir su contenido. Ahora puede obviarlos sin problemas. Es su capacidad de comunicación la que hace que éste pase por encima de estos medios convencionales. No: que hace que queden ninguneados.
Y suma y sigue: mientras en las publicaciones cultas triunfa el postmodernismo en las redes se impone lo matérico. Ahí quedan iniciativas como el Lunes Brutalista, el Miércoles Enladrillado y tantos perfiles que, lentamente, subvierten el canon ampliándolo, permitiendo elegir entre un amplio abanico de arquitecturas contextualizadas a base de pequeñas historias y anécdotas, arquitecturas que, con un poco de voluntad, pueden ser investigadas a través de la misma Red, que ofrece sin jerarquías tanto repositorios de artículos académicos como artículos redactados ad hoc como simples fotografías soltadas sin filtro en Pinterest. La capacidad de cruzar informaciones del que busca estas arquitecturas, la capacidad de comisariar contenidos de algunos usuarios ha desplazado las publicaciones del centro (o de la exclusiva) a ser, en el mejor de los casos, un agente más.
Cuando más tarde en corregirse la tendencia autista de las publicaciones oficiales más grande será la brecha entre la comunicación oficial de la arquitectura y aquello que el público demanda. Sin más.