Decía en una entrevista Souto de Moura:
«Gosto da naturalidade dos edifícios do Siza. Parecem gatos a dormir ao sol.»1
Y lo cierto es que hemos conseguido que toda la Arquitectura parezca un gato. En concreto, el gato de la fortuna que se puede encontrar en cualquier “Todo a cien” (“bazar oriental” si eres millenial).
¿Os imagináis a un enfermo llamando al médico para preguntar el precio del tratamiento, antes de que el médico le haya siquiera podido realizar un diagnóstico? Pero un arquitecto, sí.
¿Os imagináis a un enfermo buscando en Google ‘médicos baratos’ en lugar de ‘médicos buenos’ porque lo importante es el precio de la consulta, más allá de lo que incluya o lo efectiva que sea? Pero un arquitecto, sí.
¿Os imagináis a un enfermo regateando al médico el precio de la consulta, porque ‘otro médico lo hace por la mitad’? Pero a un arquitecto, sí.
¿Os imagináis a un enfermo diciendo al médico que el precio de la consulta es caro, pero que él no necesita un diagnóstico completo sino ‘un papelito que ponga lo que tengo y lo que debo tomarme’? Pero a un arquitecto, sí.
¿Os imagináis a un enfermo diciendo al médico que empiece el tratamiento sin cobrar, y según los avances le pagará la consulta o no? Pero a un arquitecto, sí.
¿Os imagináis a un enfermo diciendo al médico que cambie el tratamiento, porque su cuñado/vecino/amigo lee revistas médicas y asegura que es mejor suministrar otros medicamentos en lugar de los recetados? Pero a un arquitecto, sí.
Lo cierto es que el único enfermo que hay, y lo está de gravedad, es el prestigio de la Arquitectura. Y el agente infeccioso causante no es otro que los arquitectos.
Los arquitectos que, llevados por la corriente de la mayoría, ponemos precio a nuestro trabajo por teléfono, sin siquiera saber en qué consiste exactamente dicho trabajo.
Los arquitectos que, arrastrados por la marea social, enarbolamos con orgullo la bandera y la etiqueta de ser más baratos que nadie, porque ser el mejor es muy difícil, pero ser el más barato sólo requiere valorarse un poco menos.
Los arquitectos que, empujados por el pensamiento colectivo, asumimos que nuestro trabajo ‘sólo’ es un planito o dos dibujos que se hacen en quince minutos, y olvidamos que en cada trazo hay años de formación y de trabajo (y a veces, incluso de talento).
Los arquitectos que, resignados, aceptamos trabajar en un anteproyecto sin saber si el cliente terminará contratándolo, regalando así trabajo y tiempo pero, sobre todo, algo único, original e inédito: nuestra propiedad intelectual.
Los arquitectos que, por respetar la máxima ‘el cliente siempre tiene la razón’, aceptamos como buenas opiniones de clientes (y su entorno) en lugar de defender con nuestro criterio académico las cuestiones estéticas –y a veces incluso técnicas- del proyecto.
Si accedemos al regateo de mercadillo; si aceptamos las rebajas temerarias en nuestros honorarios; si preferimos ofrecer precio en lugar de calidad…
En definitiva, si tratamos nuestro trabajo como cualquier producto de “todo a cien”, no esperemos que el cliente lo vea como algo mejor que cualquiera de esos gatos amontonados en estanterías que puede comprar en cualquier “todo a cien”.
O, con algo de suerte y si sabe regatear, quizás incluso le salga más barato…
Me parece extraordinario este articulo. Valiente e inteligente. Ojalá haga reflexionar a todos aquellos que están matando la profesión. Enhorabuena
Excepcional, para leerlo tranquilamente y reflexionar ambas partes, el cliente y el profesional. Bravo ????????
También se discuten la opiniones médicas, se buscan seguros médicos baratos, vamos a Vitaldent o Dentix por el precio y a hacerno implantes de pelo Turquía porque económicamente compensa. En todos los sitios (léase profesiones), cuecen habas. Las aseguradoras pagan una miseria a los médicos por cada consulta, pero tienen que pasar por el haro para conseguir pacientes. Nosotros, para la mayoría de los ciudadanos, no somos como los médicos: ellos solucionan problemas de salud y nosotros hacemos gestiones burocráticas, por lo que comparar el sector de la edificación con el de la salud siempre nos hará sentir perjudicados, siendo distintos. Pero si vivimos en un edificio en el que aparecen grietas de un palmo, sí seremos como los médicos, hay que curar el edificio y no van a buscar al más barato, sino al mejor aunque sea caro.
Enhorabuena por el artículo.