Real State Boom House. Subproyecto de confección de cortinas de Lluís Alexandre Casanovas y su madre, María Lluisa Blanco. Foto de Pol Rebaque.
A comienzos del s. XX neoplasticismo y constructivismo insertaron por vez primera a la arquitectura en la temática de las vanguardias históricas: la unión total de las artes y su proyección, gracias a la técnica, sobre el medioambiente y las formas de vida como germen de una transformación sociopolítica por venir. Es un hecho singular que la llave para esta revolución imaginada desde las prácticas artísticas fuera la arquitectura: si el arte fluctuaba sobre la realidad sin tocarla, la arquitectura podría ensamblarse con ella, afectándola de lleno. Reivindicando esta condición estratégica, cuando Le Corbusier y la Bauhaus entran poco después en esta problemática procuran la integración del ensamblaje arquitectónico en la “jamás cuestionada” civilización maquinista. A través de la creación del CIAM, la arquitectura experimental europea reivindicó su papel privilegiado como mediación técnica por excelencia en el descomunal proceso de cambios económicos, sociales y culturales precipitado por el desarrollo tecnológico. Años después de la disolución del CIAM, Manfredo Tafuri confrontó a la profesión con la ambigüedad de este posicionamiento, dejándola con un intrincado nudo de preguntas aún vigente acerca del rol de la práctica en el espacio social.1
La integración productiva del ensamblaje arquitectónico moderno exigía una reducción de la complejidad y profundidad inherente a las problemáticas abordadas por las vanguardias históricas, algo que a la larga la ha rigidizado. Hoy día son las nuevas tecnologías las que ejercen esa mediación técnica privilegiada entre los sujetos y el entorno que la arquitectura quiso para sí. Con ellas el sueño de la unión entre medioambiente, técnica y creatividad del ensamblaje vanguardista parece haber cristalizado al fin. Como preconizó Mondrian, gracias a las nuevas tecnologías, la imaginación y la creatividad salen al encuentro de todos y cada unos de los fragmentos cotidianos que nos rodean2, convertidos en recursos disponibles para que compongamos a nuestro antojo nuestra forma de vida, eso sí, a través de un consumo compulsivo. En este turbio estado de “liberación” la arquitectura ha perdido su papel “configurativo”, pero ha encontrado su lugar en las nuevas formas de valorización económica ejerciendo como lo que Vilem Flusser llamó tecno-imagen: escenas capaces de codificar orientaciones para la existencia, modelos de vida y regímenes de valor que nos indican dónde, cómo, con quién y con qué ensamblarnos en este mundo3. Esta condición ambivalente fue anticipada por Tafuri. A partir de las vanguardias arquitectónicas por “forma” había que entender “imagen”: un bodegón heterogéneo que compone territorio, paisaje, preexistencias y prácticas en una forma particular y no otra. Su paradigma sería el Plan Obus para Argelia, con el que Le Corbusier trató de recuperar, en parte, la heterogeneidad de lo ensamblado.
La condición paradójica de las imágenes, capaces de vincular de forma mágica realidad y ficción, hechos y sueños —aquí reside su valor económico— se ha intensificado vertiginosamente en el seno de la cultura tecnográfica: no sólo la arquitectura, sino todo lo que nos rodea, fácil de mediar visualmente, es una potencial tecno-imagen.
Esto deja a la arquitectura en una coyuntura económica, material y cultural aún más confusa, hoy explorada por una serie de proyectos que apuestan por volver a elevar, frente a este estado cosas, el horizonte de la imaginación política en arquitectura.
Trabajos como el Edificio Jardín Hospedero y Nectarífero de Husos Arquitectura en Cali, los Veranos de la Villa o la sede de Save The Children de Elii en Madrid, la Real Estate Boom House de Lluís Alexandre Casanovas en Cardedeu, el jardín musical Kleos desarrollado por por antropoloops + Datrik Intelligence + Nomad Garden sobre la cartografía de especies vegetales Garden Atlas de estos últimos, base de la presente edición del proyecto coral Luces de Barrio en Sevilla o las muchas investigaciones de Andrés Jaque, buscan un balance en lo heterogéneo dotando de profundidad concreta y virtual a las superficies de lo real, esto es, “editando” los modelos inscritos en ellas. En una suerte de retorno de lo incomprendido4, rehabilitan el interrogante cancelado un siglo atrás acerca de cómo cambiarían las formas de vivir y relacionarnos si nuestro entorno cotidiano se conformara desde la gestión creativa, colaborativa y crítica de una realidad cuyo estallido conforma un nuevo tipo de sustrato ecológico.