Decía Mies que «Dios está en los detalles», refiriéndose a toda la belleza que subyace en las pequeñas decisiones que conforman un espacio.
Cuando hablamos hoy de arquitectura social lo normal es que pensemos en procesos participativos. Sin embargo, recuperando la lente convexa del detalle, es interesante detenerse en la cantidad de decisiones de la disciplina arquitectónica que pueden traducirse en mejoras sociales, como pueden ser las relacionadas con la inclusión o la infancia.
Partamos para profundizar en esta idea de un concepto similar al de la intrahistoria1 o la microhistoria2 de Ginzburg aplicado a la arquitectura, lo que podríamos denominar intrarquitectura. Esta aproximación consistiría en analizar un espacio desde una escala reducida y centrada en un acontecimiento, documento o individuo, de forma que la cotidianeidad que lo enmarca revelara un hecho que en una visión disciplinar pasaría desapercibido. Como ensayo de esta idea, partiremos del proyecto Empower parents3 desarrollado en el Museo ICO 4 institución dedicada desde 2012 a la producción de exposiciones de arquitectura y urbanismo.
Ana, Gemma y Yolanda son madres de niños con TEA (Trastorno del Espectro Autista), un diagnóstico en alza 5 . Se incorporaron a la comunidad educativa Empower parents con la intención de colaborar en la creación de recursos que les permitieran realizar con sus hijos una visita y una actividad educativa dentro de la sala expositiva del Museo y no en espacios aislados. La visibilidad es uno de los objetivos: tanto para que socialmente se acepte con naturalidad la reacción y sentir de sus hijos como para que éstos aprendan un protocolo de comportamiento que puedan trasladar a otros espacios culturales. A su vez, son un buen ejemplo de la poderosa herramienta que suponen las familias en la definición de necesidades y generación de recursos para una integración eficaz.
Pero, ¿qué reflexión extra supone que este entorno cultural hable de arquitectura? Para responder a esta pregunta hay que partir del trabajo que se realiza con personas con discapacidad. Una parte se basa en la propia persona, desarrollando sus potencialidades para que consiga interactuar con su entorno de la manera más autónoma y eficaz posible. Así, la educación en arquitectura puede contribuir a una mayor comprensión y participación de sus espacios.
La otra parte, igualmente importante, busca incrementar las posibilidades y apoyos que dicho entorno le ofrece. El proyecto de vida de estas personas no está condicionado por tanto por su discapacidad, sino por la calidad de vida que pueden alcanzar en los espacios que habitan. Éstos y los recursos que en ellos se dan son los responsables reales de la inclusión. 6
A raíz de esta reflexión Ana, arquitecta y madre de Empower Parents, se preguntaba «¿qué sucede cuando conoces la normativa de edificación y no ves reflejadas las necesidades de tu hijo? Imaginar que creas una nueva…» Para las familias, la ocupación del espacio cultural que posibilita el proyecto representa un proceso cotidiano de conquista que se inicia en sus hogares, calles próximas, colegios y espacios públicos.
Hay, por tanto, una importante labor social de la arquitectura que depende casi exclusivamente de la sensibilidad y conocimiento específico sobre estos temas a la hora de abordar el proyecto.
La accesibilidad debería dar paso a la inclusión, ya que ésta última habla de un espacio que contempla diversas capacidades y un «diseño para todos» 7 .
Esto amplificará el espectro de influencia del entorno: no sólo incluiremos a las personas con discapacidad sensorial, cognitiva o física, sino a sus familias y, por extensión, a todos los usuarios con las diversas capacidades que tendrán a lo largo de su vida. No sólo Dios está en los detalles, sino buena parte de la capacidad social que procura la arquitectura.
Casa para discapacitado que diseño OMA en Burdeos
Autora principal del post: Virginia Navarro
Colaboradores: Miguel Díaz Rodríguez, Laura Donis, Empower parents y Museo ICO.