Resultados del cuestionario a estudiantes que comienzan el Grado en Fundamentos de la Arquitectura en la URJC (curso 2016-17). Elaboración propia.
La docencia en los primeros cursos de carrera es una posición privilegiada desde la que asistir a la trasformación que la universidad supone para los estudiantes. Permite comprobar cómo se ratifican algunas ideas previas, cómo se abandonan falsas creencias y -sobre todo- es una ventana al proceso de descubrimiento de la arquitectura y sus artífices.
Las últimas semanas hemos asistido, con partes iguales de asombro, indignación y tristeza, a la constatación de la falta de conexión entre arquitectura y sociedad (una evidencia más, pero, no por sabida, menos dolorosa en cada nueva ocasión), con motivo de la difusión pública del derribo de la Casa Guzmán hace más de dos años.
No vamos a analizar aquí el hecho, sus desencadenantes o sus consecuencias, que han sido ampliamente tratados -y mucho mejor de lo que nosotros podríamos hacerlo- por varios compañeros en distintos medios.
Nos quedamos con el dato de la falta de sintonía entre la arquitectura y quienes con ella conviven; que la suerte de esta casa, construida por Alejandro de la Sota en Algete (Madrid) en 1971, ejemplifica.
Alejandro de la Sota es un arquitecto reconocido como maestro por las generaciones que le sucedieron. Sin embargo, su nombre poco o nada dice al ciudadano común. Cabría esperar que sí tuvieran un mayor conocimiento de él y su obra aquellos que han decidido emprender la carrera (en todas sus acepciones) que les llevará a convertirse en arquitectos.
¿Es así?
Desde hace unos años, en el primer día de curso, proponemos a los estudiantes de primero un pequeño cuestionario en el que -entre otras preguntas- les pedimos que nombren tres arquitectos extranjeros, tres arquitectos españoles y tres obras que les interesen (o, en el peor de los casos, que simplemente conozcan).
¿Quién está en cabeza en este listado de influencers arquitectónicos?
La encuesta se realiza tras una presentación que gira en torno a la Casa de la Cascada, por lo que no debe extrañar el resultado en la vertiente internacional: Frank Lloyd Wright gana por amplísima mayoría sobre el segundo, Le Corbusier. Norman Foster se coloca en un digno tercer puesto seguido de cerca por Frank O. Gehry (con todas las modalidades de transcripción que su nombre admite) y Zaha Hadid en quinto lugar, siendo la única mujer en toda la lista.
En el terreno patrio, el primer puesto es ocupado, por abrumadora distancia sobre el resto, por Antonio Gaudí. El segundo lugar lo ocupa Santiago Calatrava (¿efecto mediático o sincera admiración?) seguido por Rafael Moneo. Encontramos a Alejandro de la Sota en cuarto puesto, si bien con pocas menciones, y tras él se sitúan Alberto Campo Baeza y Joaquín Torres (que cae desde el tercer puesto que ocupaba el año pasado, en plena expansión mediática).
Si miramos las obras consignadas, la Sagrada Familia se coloca en un claro primer puesto (incluso habiendo dedicado la hora anterior a hablar de la Casa de la Cascada, esta solo logra un tercio de menciones que la obra inacaba de Gaudí), y entre las diez primeras se mencionan por igual La Alhambra o el Burj Khalifa.
Sabemos que estas listas tienen un valor relativo, que se necesitaría una muestra más amplia y un recorrido mayor para sacar conclusiones relevantes. Pero no deja de resultar chocante que, mientras a nivel internacional son arquitectos consagrados del movimiento moderno, o con obra reciente -como Foster, Gehry o Hadid- quienes se erigen como referentes; en el terreno nacional sean Antonio Gaudí -muerto en 1926- y su malograda obra, quienes actúen de faro para aquellos que se inician en el mundo de la arquitectura en 2016.
Si queda una labor de difusión y conexión por hacer entre la arquitectura y la sociedad, nos atrevemos a afirmar que esta debe ser aún mayor en el caso de la arquitectura española contemporánea.
Les dejamos los datos, esperamos sus opiniones…
Autores: Raquel Martínez + Alberto Ruiz