La semana pasada charlaba con mi amigo Roberto Gómez sobre la futura publicación de su e-book. Roberto construye fachadas comerciales desde hace diez años. Me comentaba que, antes de la crisis, algunos arquitectos que proyectaban grandes obras, rechazaban encargos pequeños de interiorismo por su escasa trascendencia… o por los reducidos honorarios. Y que dejaron de lado un nicho de mercado que ahora reclaman.
No me gusta que mis colegas le echen la culpa de su situación a circunstancias no controlables por ellos mismos, como que constructores, interioristas y decoradores hayan asumido sus competencias ¿Y el oficio no cuenta? ¿Pretendemos entrar de nuevo (y por pura necesidad) en la ejecución de obras en las que no somos especialistas?
Y es que por ser arquitecto no se es experto en diseño comercial, iluminación o amueblamiento en retail. El que lo es, equipara la idea de proyecto con otras cuestiones tanto o más pertinentes, como la inversión en la reforma y su posible amortización. ¿Estamos preparados para medir por el mismo rasero una cuenta de explotación y una solución proyectual?
No hacerlo puede tener consecuencias muy negativas para el empresario. Algunos contratistas (no todos, por supuesto), contemplan a priori la practicidad, el precio y la posible obsolescencia de lo construido en el encargo. Esta actitud, de forma inmediata, les permite empatizar con el promotor. Si no prestamos verdadera atención al programa de necesidades ni al mantenimiento posterior del local, no obtendremos buenos resultados a medio plazo.
Desde mi punto de vista, si el cliente «pide blanco», se lo has de dar. Y si «quieres darle negro», hay que informarle y formarle desde el sentido común, para que solucione un problema o para que cubra una necesidad.
El Diseño trata de aportar soluciones sin el afán de trascendencia de la Arquitectura, sin tratar de “pasar a la historia”. Es decir, el proyectista de retail contempla aspectos «más mundanos y menos elevados». Estudia la experiencia del cliente, la disposición de mobiliario según su rotación, vincula el interiorismo y la señalética con la imagen corporativa, relaciona el uso y el programa con la temperatura de color de la luz, organiza el visual merchandising en función de la estacionalidad de las ventas, dispone el stock y los productos nuevos en distintos expositores según las zonas frías y calientes (espacios delimitados por las tendencias de recorrido de compra), etc.
¿Todo esto es Arquitectura? Sólo en ocasiones. En este proceso de proyecto prima estudiar el mercado, ajustar el precio, elegir los materiales y la iluminación adecuada, y estimar si es preferible el impacto visual frente al confort. Todo ello, se consigue después de tener muchas conversaciones con el empresario y sus trabajadores, para tener en cuenta las particularidades de cada negocio. Los arquitectos «fichados» por las grandes marcas para proyectar sus flagship stores, trabajan mano a mano con los departamentos de gráfica y marketing.
Así que ¿qué valor diferencial podemos aportar los arquitectos frente a otros profesionales? Sabemos gestionar y coordinar, somos polivalentes, tenemos una visión preclara del resultado final, conocimientos técnicos y creativos. Podemos interpretar el resultado del proyecto en el espacio. Nuestra capacidad de percepción en tres dimensiones es muy superior a la media. Dibujamos con orden y disciplina lo que se va a construir… y resolvemos problemas (no los creamos).
Convenzamos al cliente de que nos necesita. Pero no con el argumento simplista de que «somos arquitectos y nos hemos formado seis años».
Haber publicado una obra en Dezeen me “sube el ego”, mejora mi CV y mi posicionamiento web. Pero no suelo contárselo a mis clientes. Cuando me contraten, será porque consiga comunicarme eficazmente, exponiendo argumentos que demuestren experiencia, creatividad, iniciativa y otras habilidades personales. Seguro que no me harán mucho caso si les digo que «soy arquitecta y otros no deberían asumir mis competencias». Entonces… posiblemente llamarían a un constructor o a un interiorista.