Imagen de (c) David Neustein, Reem Koolhaas en Elements, Venecia 2014.
En 2011, la revista Domus publicó, bajo el titulo L’era Biennalozoica, un mapeo de las bienales en el que enunciaba: “Cincuenta años después de la aparición de la primera bienal de diseño y arquitectura, hoy hay entorno a 60 eventos anuales de este tipo esparcidos por todo el mundo, de todos ellos el 65% fue creado en los últimos diez años»1
Para empezar: hoy, 2016, más de sesenta eventos arquitectónicos correspondientes a todo aquello que puede ser nombrado bajo el paraguas de Bienal. Para seguir: La inauguración, la conferencia, el simposio, el debate, la conversación, el coloquio, la entrevista, el festival, la feria, el workshop, la entrega de premios y así hasta una casi infinita lista de tipos de eventos.
Cuando miramos a las pasadas bienales, la interpretación de ellas como campo de prueba empieza a desdibujarse según perdemos perspectiva de tiempo y nos acercamos al momento contemporáneo.2 ¿ Cuál es hoy, siglo XXI – año 2016, el papel de una bienal? ¿Es avanzar un posicionamiento, una dirección? ¿O es acaso un lugar donde reflejar lo que ya está ocurriendo o incluso ya ha ocurrido?¿Es este cambio reflejo de la lenta capacidad de reacción de la disciplina frente a la velocidad a la que la realidad se autoconstituye?¿Son entonces las bienales ejercicios especulativos o reflexivos?
Este crecimiento de bienales no es único, el evento ¨arquitectónico¨ se ha convertido en un indispensable de la escena arquitectónica. ¿Cuál es el objetivo de estos eventos? ¿Establecer nuevos espacios de pensamiento? ¿Difundir entre una audiencia que – muy probablemente – ya conoce el objeto en cuestión a difundir? ¿Activar espacios críticos entre este público arquitectónico? ¿Acercar a públicos ajenos a la disciplina cuestiones actuales de la arquitectura? La cuestión es, hasta qué punto entran en consideración estos eventos como plataformas operativas de construcción de conocimiento o, por el contrario, cuánto se acercan a una organización pura de eventos, una celebración, un brindis, un selfie.
¿Nos hemos parado a pensar qué implicaciones tiene acumular personas en vez de planos? ¿Qué implicaciones tiene acumular circulaciones, movimientos de múltiples cuerpos frente a la acumulación de maquetas y trabajos más cercanos al detalle quirúrgico que a la escala arquitectónica más vivida? ¿Qué implicaciones tiene acumular discursos enunciados por una voz presencial frente al discurso instituido a través de las páginas de un libro? La dimensión experiencial y, con ello, la importancia del evento constituye un cambio de reglas de juego que abre nuevas oportunidades. El peligro (de desprecio intelectual) es si no estamos empoderándonos de ello y si no estamos siendo capaces de entender el evento arquitectónico más allá de una congregación de arquitectos con su correspondiente gin-tonic y sus respectivas imágenes de Instagram.
Puede parecer que el libro no existe sin la presentación del libro, la exposición no existe sin la correspondiente inauguración de la muestra y el contenido del taller parece carecer de importancia si no es agitado por su correspondiente mesa de debate. Esto no es ni mejor ni peor, ni reemplaza ni sustituye, pero sí abre una nueva realidad (si somos capaces de entender su propia naturaleza y potencial), nuevos lugares de oportunidad y con ello nuevas articulaciones y formas de pensamiento.
Acceso al mapa “L’era del Biennalozoico”