Un artículo multilingüe con muchas cursivas.
Por José María Echarte (n+1).
Tenemos en este país de sainete la costumbre –cada vez más extendida- de emplear términos en la lengua de Shakespeare que podríamos perfectamente expresar en la de Cervantes. Cosas de la globalización, quizá. O tal vez esa facilidad del inglés para convertir cualquier cosa en verbo. O el visionado compulsivo de series en V.O. Sea como sea, les aclaro que no voy a convertirme en un grammar-nazi (oops) ni en un syntax-taliban (oops, I did it again). Entre otras cosas porque como observarán no es uno ajeno a esta circunstancia que le lleva a titular en inglés y a emplear términos ajenos a las sacrosantas (no tanto ya) paredes de la Real Academia.
Sin embargo y más allá de que se emplee esta moda para sintetizar, o porque se esté citando algo que originalmente está en ingles o incluso por puro snobismo epater le bourgeois (porque como todos sabemos para le bourgeois es very difficult todo esto), existe una versión algo más perversa de la práctica cuyo objetivo no es tanto el de asombrar por la vía verborreica como el de –let’s be honest– engañar. Así, vemos aparecer a nuestro alrededor lofts que en realidad son pisos –malos- sin tabiques (en algunos casos en los aseos. True story). Layers que no dejan de ser apilados de colmado de la esquina. Comisarios reconvertidos en curators y, en la versión suprema del asunto, internships que no pasan de explotaciones laborales a la vieja usanza y que –dónde va a parar- son mucho mejores que las funestas becarías, pasantías o meritoriajes, de tan honda raigambre en nuestro imaginario laboral patrio (modo irony on).
Mejores sobre el papel, claro. En realidad son lo de siempre pero con el maquillaje que proporciona el cambio de idioma. Sin tener que indagar demasiado, descubriremos que una internship suele ser el equivalente glam de un trabajador precario y/o explotado en economía sumergida cambiando únicamente de venue: La nave industrial de tapadillo en polígono de extrarradio por el estudio de arquitectura más o menos de diseño trendy & cool.
Y siendo malo este camuflaje, esta venta de humo tóxico que consiste en emperifollar lo que desnudo nos resulta estomagante, lo peor no es tanto la redefinición terminológica como el autoconvencimiento, aparejado al proceso, por el que renombrar la realidad es transformarla hasta su deformación más distópica. Por ser claros: Si a los becarios explotados se les mantenía ocultos (literal y metafóricamente), a los “interns no remunerados en proceso de demostrar el commitment con la empresa” se les exhibe con la impudicia y el desnortamiento de quien incluso se pone estupendo para decir que su sweatshop es una international experiencie.
Como entenderán quienes de ustedes no estén entregados al wishful thinking adocenante, la irrealidad nos pasará factura. Y precisamente lo hará en el momento de pasar factura. Underbudgeting, dumping, y otras maravillosas palabras que –ahora si- no pretenden ocultar nada sino que revelan, a las claras, que algo huele a podrido en una estructura laboral donde las execrables actitudes que a todos perjudican no sólo no son rechazadas y denostadas sino que se toleran –y hasta se aplauden- con sorprendente laxitud.
A la postre, uno no es tan inocente; está claro que en este país nuestro el business siempre ha sido el business.
Lo malo es que ahora el business es el bisnes y está en la Real Academia de la lengua. Como cosa normal, vaya. Quizá es que yo estoy mayor o que soy un sindicalista al que las gracietas sobre slaves e interns maldita la gracia que le hacen, pero miren, lo de trabajar gratis… ni para un amigovio/a.
Un poco de controversia… el DRAE «el Diccionario de la lengua española es el resultado de la colaboración de todas las academias, cuyo propósito es recoger el léxico general utilizado en España y en los países hispánicos» [Fuente: web RAE] de ahí que palabras tipo «bisnes» en ciertos contextos de ultramar si son «cosa normal»… por lo demás chapó —del francés chapeu