Desde la antigua Grecia, el espacio público ha sido el principal lugar de encuentro y socialización en las ciudades y pueblos, soporte de multiplicidad de actividades así como de debate político y empoderamiento colectivo. Un bien común desde el que poder fomentar la igualdad, el respeto y la solidaridad como base a una sociedad más justa. Una de las principales características del espacio público es su capacidad de adaptación y de apertura a nuevos retos y nuevos usos.
Sin embargo, en los últimos años, la concesión de licencias para la ocupación de la vía pública se ha convertido en un negocio al alza para los ayuntamientos. La regularización y limitación legal del uso de nuestras plazas y otros espacios a través de ordenanzas o normativas municipales es una de las principales dimensiones de la privatización de espacio público. Entendemos privatización como el proceso mediante el cual se establecen las condiciones que restringen el acceso libre a un bien común. La sobreexplotación del espacio público para el beneficio de empresas establece un modelo urbano consumista y poco recomendable para la ciudadanía.
Por ello, es necesario desarrollar nuevas formas de intervención y de gestión de los espacios y equipamientos públicos, y hacerlo con la implicación de todos los colectivos vecinales. La responsabilidad de promover una sociedad crítica y proactiva también corresponde a los profesionales del urbanismo, y, por ello, desde Paisaje Transversal creemos que hay otra manera de intervenir los espacios públicos.
Numerosas ciudades españolas son ejemplo de que la arquitectura participativa es una de las claves para lograr unos espacios públicos más habitables y responsables. Prueba de ello es el proceso de remodelación colectiva desarrollado, junto al ayuntamiento y a la ciudadanía, en el parque JH de Torrelodones (Madrid), o los protocolos de activación de espacios públicos en desuso promovidos en el barrio donostiarra de Egia.
Sin embargo, este concepto de arquitectura participativa no es nuevo. A este respecto cabe destacar, por ejemplo, la figura del arquitecto holandés Aldo Van Eyck, quien diseñó entre 1947 y 1978 más de 700 parques y patios de juego en el centro de las ciudades y en los monótonos suburbios; o el proyecto de mejorar y embellecer ciertas plazas de Burdeos, de las cuales fueron responsables Anne Lacaton y Jean-Philppe Vassaly que contaron con diversas propuestas vecinales. O más recientemente el proyecto de remodelación de Times Square, en Nueva York, a cargo de PPS.
Pruebas, todas ellas, de que es posible y necesario intervenir los espacios públicos desde una perspectiva más social y abierta, apegada a las necesidades reales de la población; labor que no solo debe pertenecer a los políticos y a los arquitectos, sino al conjunto de una sociedad en permanente estado de transformación y de avance.
En definitiva, lo que estos y otros muchos ejemplos nos muestran es que, frente a la exponencial mercantilización del espacio público, existe otra forma de intervención que aporte soluciones reales que mejoren la calidad de vida en las ciudades en vez de fomentar que incidan en las desigualdades urbanas del modelo privatizador imperante.