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Dar liebre por gato

Liebre de origami plegada a partir de un billete –falso, claramente- de 500 dólares. (Autores: Jimena Echarte y Jose María Echarte).

Dadla, sí. Pero, por las gafas incorruptas de San le Corbusier, cobrad la liebre. No el gato. Y a ser posible un poquito más, dado que no es objetivo de nuestra disciplina el transporte de liebres, pero sí debería serlo – entre otros muchos – poder pagar los brackets de la descendencia sin empeñar aquella caja de cangrejos Leroy que guardamos con la sana esperanza de visitar, algún día, el plato de Pawn Stars mientras aprendemos, en directo, sobre la contradictoria complejidad de Las Vegas.

Es la nuestra una profesión muy dada al mito y la leyenda. No, no me refiero a ejercer de Indiana Jones y buscar, cual Arca de la Alianza, el plano en el que Zaha hadid se olvidó de quitar el F8 o la foto de Jean Nouvel con una camisa hawaiana (¡Existe! ¡Lo sé!). En nuestro caso, el mito tiene más que ver con una cuestión dogmática, aprendida, con un credo compuesto en buena medida de clichés y recetas que, si bien tienen su sentido –limitado- en ciertos momentos, se convierten con extrema facilidad en lugares comunes empobrecedores y peligrosamente opresivos.

Pero volvamos a la cuestión alimenticia –nunca mejor dicho- de las liebres y los gatos. Entiende uno lo que De la Sota (Citando a Victor d’Ors) pretendía decirnos. Se trata de ir siempre un poco más allá, de –a la postre y por ser claros- dar más de lo que se nos pide. De buscar lo que ni al receptor de la liebre se le ocurrió que podía llegar a pedir. Esa milla extra, que dirían los ingleses. Nada nos dice De la Sota, no obstante, sobre el cobro del lepórido.

El peligro, pues, se encuentra en entender que lo que es una sana llamada al esfuerzo, a la superación personal, a la excelencia, se traslada sin modificación ni filtro alguno a la realidad compleja de la profesión, asumiendo con ello (de forma perversamente inversa) que no es el cliente quien debe agradecer la liebre (espiritual y ¿por qué no? económicamente), sino el sufrido arquitecto –legaña en el ojo, deudas acumuladas y escoliosis incipiente- quien acaba considerando que darla es, al fin, el único objetivo. El nirvana de la vida profesional. Un premio –que implica no poca cantidad de hedonismo y autosatisfacción no menos dogmáticos- con el que debe darse por satisfecho sin reclamar mucho más.

Y, como suele ocurrir, de aquellos gatos estos –voraces- tigres de bengala. Esta asunción de la precariedad y el equilibrio inestable de la relación esfuerzo – beneficio (palabra tabú, de nuevo otro cliché) que hemos estrechado hasta convertir la disciplina (en su aspecto pecuniario, que lo tiene) en un alegre paseo al borde de un precipicio en el que la belleza del camino nos impide ver el abismo a nuestros pies.

No se equivoquen, no es uno un sucio capitalista con un poster de Alan Greenspan grapado (con saña) encima de los cinco puntos de la arquitectura, pero la realidad –tozuda y múltiple- de la profesión hace tiempo que viene pidiendo cierta distancia con algunos dogmas que no por ser más brillantes adquieren carácter de verdad universal. Debemos saber cobrar. Y debemos hacerlo con justicia y equidad, para con nuestros clientes y para con nuestro trabajo, para con nosotros mismos. Créanme, no se trata a la postre tanto de contar monedas como de entender que la dignidad también se halla, en parte, en apreciar la liebre por lo que vale… y por lo que cuesta.

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(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.
  • José Ramón Hernández Correa - 23 febrero, 2015, 18:46

    Yo solía repetir en el estudio una cita de Hemingway en Islands in the Stream: «Somos los mejores y lo hacemos gratis». Me refería más o menos a lo de la liebre que comentas.
    Menos mal que mi socio, mucho más centrado que yo, me decía: «Eh; de eso nada. Somos los mejores y cobramos por ello».
    Menos mal que coincidí con él. (Que yo soy mu tonto).

  • Miguel - 25 febrero, 2015, 14:39

    Mi comentario, en la última línea del post de los quijotescos.
    Una vez leí por ahí un artículo que decía que el trabajo solo se puede hacer o gratis, o en su justo precio.

  • luis llopis / bonsai arquitectos - 4 abril, 2015, 21:11

    Pues sí, sí.
    Estamos todos de acuerdo. Y ahora, cómo se hace eso de valorar bien la liebre?
    El día que ASEMAS inauguró Arquicostes, la página se saturó y no hubo manera de acceder durante varias horas. Digo yo que sería buena señal que se saturara todos los días… que todos utilicemos referencias de este tipo que ayudan a centrar y entender algo tan delicado como es presupuestar bien el trabajo profesional. Otro gallo nos cantaría!

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