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“Querido amigo y compañero…”

Santiago de Molina

Aquel viejo comienzo de misivas, textos y comunicaciones que se daban entre colegas de profesión es visto hoy por muchos con nostalgia y por otros como una fórmula hueca.

Curiosamente, aquella entrada era la base de una especial forma de cortesía que dejaba como centro el saberse dedicados a algo compartido. Ese olvidado comienzo suponía indirectamente un modo de agrupación que hunde sus raíces en motivos profundos sobre los que nunca ha sido tan necesario pensar como lo es hoy mismo.

Hoy, la profesión de la arquitectura en poco se asemeja a aquella que disfrutaron generaciones precedentes. Para muchos ha dejado siquiera de ser una profesión en su sentido literal, es decir, “algo que se profesa”, o mejor aún, algo “que se dice en público”. La antigua figura del arquitecto que gozaba del prestigio otorgado por su capacidad de dar forma a la vida de la sociedad, parecen ser cosa de un pasado que apenas alguien ha llegado a vivir. Antes los arquitectos iban a diario de etiqueta, por si les hacían un homenaje, se decía con guasa y algo de envidia hace más de cincuenta años. Hoy, la mitad de esos arquitectos, apenas tienen que ponerse. Hoy el chiste no tiene maldita gracia.

Desde hace no demasiado se discute si en realidad el pertenecer a un colegio de arquitectos no es más que una palpable rémora de esos viejos tiempos. La simple pertenencia a una institución supone para algunos un lastre, incluso constituye el principal obstáculo para mantener el insano alejamiento de arquitectura y sociedad, se argumenta.

Sin embargo, lo cierto es que la labor de los colegios puede verse no como la raíz del actual problema de comunicación con la sociedad, sino tal vez como su más abierta y firme solución.

Tal vez por eso, el primer motivo por el que un colegio de arquitectos busque hoy su razón de ser esté localizado en la pura defensa de la misma sociedad por medio de eso que profesan sus integrantes: la arquitectura. Así lo dicen la mayoría en sus estatutos sin haber perdido como declaración ni un ápice de actualidad.

Una “asociación de colegas”, es decir, un colegio, siempre tuvo por denominador común entre sus integrantes la responsabilidad compartida de tener lo mismo por centro de su actividad. Una actividad cada vez más amplia, dispersa e indefinida, pero una actividad sobre la que desde antiguo se exige un especial tipo de responsabilidad. Una responsabilidad civil más allá de la de un simple seguro de responsabilidad civil.

Quizás un colegio de Arquitectos pueda y deba ser entendido, antes de nada, como el organismo capaz de defender las ciudades y el entorno en que el hombre habita.  De defender la Arquitectura como bien de interés social. Nadie lo hará si no son las personas que profesan la arquitectura.

Querido amigo y compañero, conviene recordarlo.

Por:
Arquitecto y docente; hace convivir la divulgación y enseñanza de la arquitectura, el trabajo en su oficina y el blog 'Múltiples estrategias de arquitectura'.

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